26.2.22

Vida bipartidista

[Dietario]

Budismo costasoleño. Tardes de febrero para caminar por la costa en dirección al sol. Mejor si se ha bebido en la comida. Cuando el paseo es largo, uno va entrando en trance. La combinación del mar y la luz, la brisa y el calorcillo suaviza las asperezas, diluye las preocupaciones. De la vida va quedando lo esencial. Es como un baño del alma, que está en el cuerpo. 

La tía de Irles. Nos cuenta Irles que se ha llevado a vivir a su casa a su tía, "a sus noventa y cinco, encegueciendo a marchas forzadas, medio sorda y ya con evidentes señales de senilidad (fallos estrepitosos de memoria, desorientación frecuente)". Está mal, pero con muchos momentos de lucidez. "Ayer", dice Irles, "me contaba, seria, que no se debería vivir tanto, al menos no con sus taras, y que desearía mucho quedarse dormida y no despertarse más. Hace una pausa y a los diez segundos me dice, toda alarmada: 'Ay, mi medicina para la tensión. Tráemela, corre, que se me ha olvidado'. La razón contra el instinto". 

El espíritu de Aristófanes. El gran Ramon Fontserè me deja entradas en el teatro Cervantes para que vaya a ver la última obra de Els Joglars. Invito con mis invitaciones a Toscano, Julia y Lola. Nos lo pasamos pipa con ¡Que salga Aristófanes!, que luego celebramos tomando pulpo frito en Los Delfines. La obra no deja tópicos biempensantes con cabeza. Como hacía el clásico griego de la comedia en su tiempo, Els Joglars llevan sesenta años aplicando el disolvente del humor (inteligente y salvaje) contra los dogmas de turno. Estos van cambiando, pero la compañía no: solo en el ajuste. Es precioso que, a diferencia de tantos, Els Joglars sepan siempre dónde están los curas. 

Gag de carnaval. Mi hermano Miguel Ángel (Migue Jiménez de nombre artístico) tiene un gag buenísimo en uno de los libretos que escribió para el carnaval de Málaga. Hieren de muerte a uno, que dice: "Estoy viendo pasar mi vida como en una película". El que le asiste le pregunta por su sensación. "Flojita”, dice el moribundo, “me gustó más el libro". 

Tener una tertulia. Se ha muerto Fernando Marías. Hace veinte años teníamos una tertulia en Madrid, en el ya desaparecido Café del Prado, junto a Andújar y Mansueto (luego se incorporó Plasencia), en la que hablábamos de todo menos de literatura; nuestros temas favoritos, por este orden: cotilleos y cine. Quedábamos los jueves o los viernes con la excusa de hacer la quiniela. Qué bueno era tener esa tarde garantizada de amenidad en la semana; la hacía más llevadera, le ponía un horizonte de ilusión. Por Navidad nos dábamos una comilona de cordero en la Cava Baja. Un año en que no nos la pudimos permitir, nos dijo Fernando en el café: "Atentos. ¿No lo oís? ¡Es el silencio de los corderos!".

Naturaleza. En Málaga solo vi una vez a Fernando Marías, cuando vino a presentar El niño de los coroneles, con la que ganó el premio Nadal. Es una novela pesimista y su presentación fue pesimista también. Tanto, que una señora del público preguntó preocupada: "¿Pero entonces usted cree que nuestros nietos ya no conocerán la naturaleza tal como nosotros la conocemos por La 2?" 

Vida bipartidista. En enero me surgieron dos compromisos para febrero: un acto con Alfonso Guerra y otro con Cayetana Álvarez de Toledo. Cuando los anuncié, Manuel Sollo comentó: "Amigo, a este paso vas a ser el hombre del bipartidismo". El caso es que me descentraron. Me propuse adelgazar, pero la ansiedad me hizo comer como loco y llegué gordísimo a los dos. Han sido además semanas inútiles, en las que no he podido hacer otra cosa, con la cabeza totalmente ocupada, desestabilizado. Hasta el punto de que le he dicho a Teodoro León Gross, que me había invitado a hacer con él el ciclo sobre la Transición en La Térmica, que no participaré más. Pero conocer a Guerra fue bonito y la entrevista fluyó (salvando que me quedé en blanco al comienzo: un fallo eterno, puesto que está grabado). Cuando nos despedíamos, le dije: "Se me ha olvidado lo más importante. Te debo el Juan de Mairena". Y Guerra: "¡Entonces me debes mucho!". En efecto. Él lo mencionó en una Clave de 1982. Yo, con dieciséis años, no conocía esas prosas de Antonio Machado y las busqué: me han acompañado desde entonces. El encuentro con Cayetana fue en el Castillo de Santa Catalina, para presentar su Políticamente indeseable. Nos pusieron al aire libre, con vistas al mar, y salió estupendo. Se habló inevitablemente de política, pero quise que se hablara además de Marcel Proust, de André Breton, de Leonard Bernstein y de Yul Brynner, que aparecen también en su libro. Los amigos me animaron luego a que siguiera interviniendo en estos actos, pero mi exposición social se ha terminado por el momento.

Años malos. Tras la peste, la guerra: los jinetes del Apocalipsis van llegando de uno en uno, disciplinadamente. 

* * *