2.8.22

Moralización desmoralizadora

Con el PSOE de Sánchez, que ya es el único PSOE, nos hemos acostumbrado a todo, pero aún caben sorpresas para mal. Su respuesta a la confirmación de la sentencia de los ERE reconozco que no me la esperaba. Es torpe y todavía peor: es ilustrativa. Nos muestra dónde se ha colocado el PSOE, que es un sitio chungo. (Y cuando digo PSOE digo también su entorno mediático: ¡vaya espectaculito!)

Hasta ahora el ping-pong entre el PSOE y el PP por la corrupción era irritante, pero inteligible. Se trataba de excusar a los propios y acusar a los de enfrente sin medida. La explicación era tal vez más psicológica que estratégica: en el furor contra la corrupción de enfrente se cargaba también lo que se callaba de la propia. Producía bochorno, pero al menos se mantenía a salvo una noción importante: la de que la corrupción era mala. Ahora el PSOE ha introducido la idea de que existe una corrupción buena: la que practica el PSOE.

Ha eclosionado de este modo la perversa lógica partidista asociada a la moralización; o dicho de otra manera, el vaciado moral (repleto, sin embargo, de retórica moralizante) a cambio de la ideología.

El PSOE ha sido campeón en el no siempre recomendable solapamiento de moral y política. Dos ejemplos vistosos: el lema del centenario del partido, "cien años de honradez"; y el momento en que Sánchez le dijo a Rajoy "usted no es decente", acusación que sintetizaría después el espíritu de su moción de censura. El problema es cuando esta exigencia no se funda en la pulcritud propia, sino que es una mera palanca para la fiscalización de la ajena.

El "estilo ético" con el que el PSOE llegó al poder va a hacer en octubre cuarenta años se terminó envolviendo en corrupciones que los socialistas que no las practicaban tampoco las censuraban, de acuerdo con la lógica partidista. Esta lógica es perversa, como dije antes, porque concluye en que la bondad no depende de las actuaciones, sino de la adscripción al partido: lo que se hace en el partido es bueno por definición. Es una lógica perversa pero íntimamente culpable: por eso se mantiene oculta. Ha hecho falta un Sánchez para explicitarla.

La consecuencia de la expansión de esta mentalidad despótica, arbitraria, ajena al Estado de derecho, es la desmoralización pública. Se impone entonces el individualismo tramposo entre los avispados; y entre los elegantes o lentos, la emboscadura, el repliegue helenístico o alejandrino.

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