[La Brújula (Zona de confort), 1:25:09]
Buenas tardes, Rafa Latorre. Sé que se ciernen la amenaza nuclear y la recesión, que el Gobierno les rebajará la pena de sedición a los independentistas para que puedan ejercerla en cómodos plazos y que con el CGPJ (¡siempre quise decirlo en la radio!) no hay manera... Pero mi noticia de la semana es la de los niños expulsados del Ave por mal comportamiento. Mi primer impulso fue de euforia y celebré la expeditiva medida del interventor. Luego pensé que era excesivo para unos menores, que los responsables eran en segundo lugar los monitores y en primero los padres. Algunos de estos se han expresado de un modo que me ha recordado aquel dicho del Mairena de Machado de que para suspender a un alumno le bastaba ver al padre. No es extraño que haya entre ellos independentistas: es decir, gente invasiva del espacio común y no habituada a respetar las reglas. De todas formas, no son los niños los que suelen molestar en los trenes: son los adultos. En España es insufrible el jaleo habitual en cualquier viaje. Incluso en el vagón silencio, que es en el que me suelo refugiar. Más de una trifulca he tenido. Recuerdo un viaje Málaga-Madrid en el que un cretino hablaba a gritos por su móvil. A la cuarta o quinta vez le llamamos la atención y nos respondió con improperios. Yo me calenté y busqué al interventor. Cuando llegamos, el cretino vino a por mí. Por fortuna, se interpuso el interventor, al que conminé: "¡Señor interventor, que se baje en Puertollano!”. De repente me pareció la frase perfecta y me puse a repetirla como un loco. “¡Señor interventor, que se baje en Puertollano! ¡Señor interventor, que se baje en Puertollano”. Pero no hubo suerte. También uno depende del interventor que le toque.