Hola, querido Rafa Latorre. Yo tenía mucho interés en seguir la carrera de Liz Truss porque, como habitante de la Costa del Sol, sentía curiosidad por cómo se desenvolvía de adulta una de esas turistas que vemos de jóvenes por Torremolinos. Su fulminante dimisión me ha dejado colgado; aunque bueno, he obtenido una respuesta: de adultas son tan atolondradas y autodestructivas como de jóvenes. Liz Truss, después de medio hundir la bolsa y la libra, y de creerse Margaret Thatcher como esos locos de tebeo que se creen Napoleón, ha terminado practicando balconing desde el 10 de Downing Street. El luto que tuvo que llevar al principio de su mandato ha resultado un luto por sí misma. Hay algo épico: Liz Truss ha salido de la historia de la política, pero ha entrado en la historia del rock. Ha cumplido el célebre lema: vivir rápido, morir joven y dejar un bonito cadáver. Ha dejado también una bonita lechuga, su doble vegetal en estos días de descomposición. Yo creo que la broma del Daily Star le dejará secuelas: en lo que le quede de vida –que será, de hecho, toda la vida– le va a costar trabajo comer ensaladas. Para ella la lechuga será la equivalente del cráneo en la tradición clásica: esas inofensivas hojitas verdes le recordarán que es mortal. Y lo es hasta el punto de que ya está muerta; políticamente, claro. Pero más que el rock, lo suyo ha sido el punk: aquel "no future" (no futuro) de los Sex Pistols en su canción de "Dios salve a la reina". A Liz Truss no la ha salvado ni Dios ni el Diablo, y su futuro ya es pasado. Ahora puede volver a Torremolinos en el otro formato en el que conocemos por aquí a los ingleses: como jubilada.