[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 4:26:36]
Buenas noches. Los desastres del mundo han dejado atrás un tema que para mí era de capital importancia. Quisiera rescatarlo, porque además tengo una opinión ultramontana sobre él. Me refiero a los dos besos de saludo que son costumbre entre hombres y mujeres y que la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, mi adorada Pam, quisiera suprimir porque los considera pecaminosos. Bueno, ella no dice pecaminosos, pero así nos entendemos. Mi opinión, ya advertí que ultramontana, es que celebro el final de esos besos que los tíos nos hemos visto siempre en la obligación de encasquetarles a las tías. Para nosotros ha sido una engorrosa servidumbre. Por fin alguien (¡viva Pam!) viene a liberarnos. Los hombres llevábamos toda la vida sufriéndolo en silencio, pero no nos atrevíamos a dar el primer paso por si ellas se molestaban. Este capote me recuerda al otro que también nos echó a los hombres el Ministerio de Igualdad con la ley del Solo sí es sí, que desmanteló el temible arsenal nuclear femenino: la bomba atómica de las mujeres siempre fue la ambigüedad. Volviendo al saludo, supongo que se terminará imponiendo el japonés, en el que no hay contacto físico (¡el ideal virtuoso!), pero por el momento se sugiere que hombres y mujeres se saluden dándose la mano, lo mismo que se hace solo entre hombres. Obsérvese, por cierto, que entre estos se pusieron brevemente de moda los besos en los años ochenta y noventa: la tendencia entonces era igualar por arriba, hoy por abajo. Pero a mí lo de dar la mano en su lugar me parece fantástico. Al fin y al cabo, los besos que perdemos eran leves, fugitivos, apenas un roce. A cambio, las mujeres nos dejarán tocarles la mano. ¡Vamos a hacer maravillas con lo de tocarles la mano!