26.10.23

La destilación amarga de la historia

Hasta los periodistas repiten que la primera víctima de la guerra es la verdad. A la idea esperanzadora de que ese aserto podrían usarlo de advertencia para extremar las precauciones, le sucede la comprobación pesimista de que lo utilizan como programa. "La primera víctima de la guerra es la verdad, no tienen más que leerme", podrían decir los periodistas. No todos, pero sí los suficientes. De hecho, un montón. Abunda la tétrica figura del periodista activista: activista de algo que no es el periodismo. Para ellos el periodismo es la política por otros medios. Al fin y al cabo, combaten el poder, presumen. No importa que su periódico sea el boletín del poder. (Hay más de uno en España; y radios, y televisiones...)

A lo que estamos asistiendo después del pogromo del 7 de octubre en territorio israelí a manos de los terroristas de Hamás es a la constatación de que nada se ha aprendido en la historia, de que esta no funciona como prevención ni como nada, solo como huella sangrienta de pasos que replicarán los del futuro, sangrientos también. No hay aprendizaje, sino únicamente escarmientos, que son fugaces por desgracia.

El antisemitismo, la peor infección de la historia, un concentrado del mal de que es capaz el ser humano y que desembocó en el Holocausto, goza de buena salud. Incluso entre quienes no hacían más que ver películas y documentales y leer y recomendar libros sobre el Holocausto. Al final resulta que simplemente estaban entretenidos en un tema decorativo, que les procuraba sin duda emocioncillas, mientras ellos mismos portaban la infección... Quizá buscaban en el material sobre el Holocausto el lugar que ellos hubieran ocupado allí: el de los verdugos, voluntarios o no. El extravío de la izquierda ha llegado adonde tenía que llegar, una vez iniciado desquiciadamente: al odio a los judíos. Así ha consumado su sustitución de la ultraderecha. (Autodenominarse anti solo les ha servido de coartada.)

Uno de los problemas es la tendencia mayoritaria a pensar que hay solución, cuando la verdad es que no hay solución. Supongo que es una tendencia evolutiva elemental. Marcel Duchamp, a propósito, dijo una frase genial que rompía el nudo gordiano con un espadazo zen: "No hay solución, porque no hay problema". Estoy de acuerdo en último extremo, pero solo en el último. En lo que queda más acá sí hay problema, incluso problemón. La situación es trágica siempre, y de vez en cuando se agudiza la tragedia.

Tal vez se trate de percibir el dolor en estéreo, algo complicadísimo y sin duda antievolutivo. En general, la gente se arracima en uno u otro bando con tanto frenesí que se vuelve ciega (y sorda ¡y muda!) al sufrimiento del contrario. Hay una especie de instinto militar básico, concentrado, aniquilador. Pero caben percepciones más sofisticadas. Y devastadoras para uno mismo: costosas, decididamente incómodas; sin descanso ni consuelo.

Es la destilación amarga de la historia. La conciencia de su catástrofe. Toda la casuística (sobre la que se puede razonar) que desemboca en los muertos, los heridos, los refugiados (que constituyen absolutos)... El análisis y deslinde de responsabilidades no impide que se reconozca la dinámica de las espirales de odio, que las venganzas avivan. Ahora tenemos a Netanyahu tratando de compensar su inoperancia. Y a los palestinos enroscados en un tormento del que no aciertan a culpar a sus desastrosos gobernantes, a sus terroristas y a la izquierda internacional que los mantienen penando para sentirse bien, pura. La verdad desestabiliza.

Entiendo a los que se hacen cargo de todo (¡del dolor universal!) y estallan. Porque no se puede soportar. Aunque lo soportamos. 

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