1.10.23

De guerras civiles, miserias y psicofármacos

[Montanoscopia]
  
1. He sentido escalofrío al releer el poemita de Jaime Gil de Biedma De vita beata, tantísimas veces citado (podría habérmelo dicho de memoria, sin releerlo): 
En un viejo país ineficiente, 
algo así como España entre dos guerras 
civiles, en un pueblo junto al mar, 
poseer una casa y poca hacienda 
y memoria ninguna. No leer, 
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, 
y vivir como un noble arruinado 
entre las ruinas de mi inteligencia. 
El escalofrío viene de que, desde que se escribió el poema hace más de cincuenta años, nunca había venido más a cuento que ahora. Y por culpa principalísima de los que Gil de Biedma consideraba los suyos. Aunque a los actuales probablemente los hubiera despreciado. En cuanto a mí, lo que dice ese poema es lo que yo intento transmitir cuando hablo de mi sofá austrohúngaro. ¡Un viejo país ineficiente! De él no salimos. Fue un espejismo la Transición.  
 
2. Hace no muchos años se puso de moda denostar otro célebre poema de Gil de Biedma, aquel que dice: "De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal". Recuerdo en concreto a una columnista que pretendía insuflar un cierto optimismo histórico. Hoy esa columnista es obscenamente sanchista: o sea, que nos insufla (a su pesar) un pesimismo irredimible. Es de las que empujan para que esto termine fatal. (Entre tanto, siguen calladísimos los del antiexcepcionalismo español...)  
 
3. Es curioso, en relación con los dos puntos anteriores, cómo Felipe González supo atrapar el espíritu regeneracionista en una sola frase. Cuando le preguntaron qué cambio era ese del lema del PSOE en 1982, Por el cambio, respondió: "El cambio es que España funcione". Que dejara de ser aquel viejo país ineficiente. Hoy Sánchez está entregado a la ominosa tarea de potenciar la ineficiencia del país en todos los frentes. Nos hundimos en la decadencia y el tipo ahí tan pancho, aplaudidísimo por los suyos y sin castigo electoral. Es un presidente degradante que expande una degradación (en el parlamento, en el gobierno, en las instituciones, en los territorios, en la vida civil) de la que aún no se conoce el límite. 
 
 4. Estamos asistiendo a cómo empiezan las guerras civiles. Los historiadores deberían estar tomando notas. Aunque esta no va a empezar: hay una sórdida danza de la muerte (o del crimen), una invocación, que se quedará ahí o como mucho en unos empujones o tortazos. Arcadi Espada dio el otro día en su podcast con Yaiza Santos una razón para este freno: la gente aprecia más que nunca su vida; no está para guerras. Yo doy dos razones más: la falta de miseria, en general; y (me lo indicó un amigo psicólogo) que buena parte de la población va amortiguada por los psicofármacos.  
 
5. Del otro lado (del lado belicista) está la actual hornada de políticos españoles: tan mediocres como irresponsables. Y, ellos sí, poseídos por la miseria: la miseria moral. Se mueven (no tienen más registros) entre la incompetencia y el azuzamiento. Un recurso barato, demasiado frecuente ya: acusar al otro de fechorías gravísimas, para así poder colar (por medio de esa burda justificación) las suyas graves. No pondré ejemplos porque hoy estoy abstracto. Y porque a cualquiera se le pueden ocurrir.  
 
6. En el aparentemente complicado siglo XX hubo una única lección política que aprender: que solo vale el Estado de derecho y hay que implantar el Estado de derecho y luchar por el Estado de derecho; que lo que no es Estado de derecho es opresión y ruina. Pues no se ha aprendido. 
 
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