30.4.24
28.4.24
La carta de Sánchez y la música para aeropuertos
[Montanoscopia]
1. Tal vez porque me he hecho un cierto propósito de imperturbabilidad a lo Epicteto, o porque llevo toda la semana sumergido en la música para aeropuertos de Brian Eno, que me mantiene sedadísimo, la carta de Sánchez no me ha sacado de mis casillas. No sé cuánto me durará la imperturbabilidad, porque mi carácter es caliente. No descarto fracasar antes de que se termine esta Montanoscopia. Por el momento, me domina el estupor, que es paralizante. No doy crédito al espectáculo que se ha montado. Entre el delirio y la estupidez. Una sobreactuación perturbada.
2. Con su desaparición de cinco días, Sánchez ha activado un mesianismo acotado en el tiempo. Un sebastianismo sanchista (¡un sanchismo!) que se resolverá el lunes. Al menos el Mesías volverá para decir si se queda o no. Entre tanto, los devotos de su fe graban vídeos, hacen proclamas, convocan manifestaciones, firman manifiestos... El mesianismo de siglos de los portugueses fue lánguido, melancólico: nunca tuvo esta agitación.
3. La pregunta de Sánchez sobre si merece la pena es respondida por sus acólitos, que le dicen que claro que sí (por ellos). Precisamente en el poema "Mar português" del libro sebastianista de Pessoa, Mensagem, se formula esa pregunta: "Valeu a pena?". Se refiere a los sacrificios de las expediciones marítimas: "Oh, mar salado, ¿cuánta de tu sal / son lágrimas de Portugal?". La respuesta de Pessoa es también que sí, aunque con una connotación moral: "Tudo vale a pena / se a alma não é pequena". Como aún me duran los efectos de Epicteto y Brian Eno, no me pronunciaré sobre el tamaño del alma de Sánchez.
4. Después de habérmelo pasado francamente bien con el desmenuzamiento de la carta que hace Arcadi Espada en su podcast, conocí la reacción de Almodóvar cuando la leyó: "Me puse a llorar como un niño". Solté otra risotada, claro. Pero luego pensé que media España está riendo y media España está llorando. Esta segunda nos pone en una situación embarazosísima.
5. Como soy almodovariano, no me cuesta trabajo jugar a que me lo tomo en serio: sé cómo hacerlo. Almodóvar no es un personaje neutro: lleva consigo, proyecta, el mundo de sus películas. Me figuro cómo es leer la carta del presidente desde ahí, desde el almodovarismo. Entonces Sánchez es Marisa Paredes en La flor de mi secreto. La pregunta "¿Merece la pena todo esto?" equivale a aquella otra: "¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?". Ese hombre profundamente enamorado que es Sánchez, según Sánchez, emite su pregunta desgarrada. Almodóvar, entonces, se echa a llorar. Y Almodóvar lo cuenta. Es esa emoción autorreferencial del kitsch: la emoción por la propia emoción.
6. El kitsch adquiere pestilencia (y destructividad) cuando la emoción es política. Lo cursi y ridículo se torna amenazante. La emoción es agresiva: pasivo-agresiva. Es una trinchera para acusar.
7. La crítica al líder, dicen, es antidemocrática. No están defendiendo al líder, sino a la democracia, identificada con el líder. Es un trazado burdo, pero al parecer funciona.
8. El mecanismo es puramente compensatorio: se acusa de hacer cosas graves quizá para hacer cosas graves. Hay una obscenidad, por lo gratuito, de circuito cerrado.
9. Lo escalofriante es que se trate del mismo procedimiento de los nacionalistas: la extranjerización de parte de la población (la mitad como mínimo). En este caso, una extranjerización ideológica. Una “espiral del odio” promulgada por quienes proyectan en los otros el fomento de la misma. Nos empujan al exabrupto, pero aún me queda un hilillo de imperturbabilidad a lo Epicteto. Vuelvo a sumergirme en la música para aeropuertos de Brian Eno.
* * *
En The Objective.
25.4.24
No he leído ni leeré a Luis Mateo Díez
En su discurso de recepción del premio Cervantes ha dicho Luis Mateo Díez: “Nada me interesa menos que yo mismo”. A mí me pasa igual: nada me interesa menos que Luis Mateo Díez. Toda la vida oyendo hablar de "los leoneses" (¡hubo un boom de novelistas de allí!) y no haber leído ni una línea de ellos; y menos que de ninguno, de Luis Mateo Díez. Supongo que no lo haré ya. Del nuevo Cervantes me ha echado para atrás quizá su pinta anodina, funcionaril (puede que haya ayudado saber que es funcionario), y sin duda lo del reino de Celama: en cuanto le oigo a un escritor hablar de su "territorio mítico" desenfundo el revólver. Pero tranquilos: no es para dispararle a él, sino para dispararme a mí. No soporto esos infames duplicados del mundo que son los "territorios míticos", como si no tuviéramos bastante con el habitual. En cuanto sé de uno, me quiero quitar de en medio. ¡Todos ellos no son más que Macondos sin gallinazos; salvo el propio Macondo, que es un Macondo con gallinazos y por eso el peor!
Un problema (¡o una ventaja!) de los que estamos sepultados en libros es que hacemos todo lo posible por despejarnos de libros, a manotazos si hace falta: a la mínima (y por capricho frecuentemente) hacemos un escrutinio nada donoso. Tarea inútil porque, como escribió Gabriel Zaid en un libro, siempre hay demasiados libros. Cualquier despeje, cualquier canon negativo, es un mero arañazo en la totalidad. Pero alivia. Entre todo lo que no he leído y sí quiero leer (¡Dickens, Eça de Queiroz, Musil, Naipaul, Benet, Bellow, Roth –cualquier Roth–, Brontë –todas las Brontë–, Austen, Woolf!), al menos sé que no voy a leer a Luis Mateo Díez. Puedo asistir al espectáculo o espectaculito de Luis Mateo Díez sin culpa, sin la comezón de no haberlo leído ni saber ni papa del reino de Celama (en el que me gustaría entrar un ratito, lo confieso, para colar una pareja de gallinazos en un trasportín, en plan Arca de Gabo, y soltarlos para macondizarlo un poco).
Los aficionados a la literatura (¡odio también la palabra letraherido!) somos aficionados a más cosas que a leer: a entrevistas con autores, presentaciones, suplementos culturales, reportajes, reseñas, cotilleos, conferencias, diálogos, mesas redondas, ¡discursos! Somos aficionados a un universo muy vasto fundado en los libros, de los cuales siempre hemos leído poquísimos por comparación. Sé mucho de autores de los que no he leído ni leeré nada, cuáles son sus libros buenos y malos, si son admirables o despreciables, qué podría gustarme de ellos y qué no, de qué van, qué venden... Son como colegas virtuales, unos me caen simpáticos, otros antipáticos y otros (la mayoría) me dan igual, pero sus libros no los he leído. Son la espuma de algo que ignoro.
Al final, entre tanto atiborramiento, es el autor, con su persona y su discurso, el que sostiene su obra. Lo que él dice de él es lo que se piensa más o menos de él, con la ligera corrección de lectores y críticos. Hay prestigios y famas que dependen exclusivamente de la presencia del autor; y en igual o mayor medida depende de que no se contraste con la lectura de sus libros: a veces me ha ocurrido que por fin he ido a leer a un autor prestigioso o famoso y no daba crédito a su prestigio o su fama con una obra tan mediocre. Por eso ya casi no queda nada cuando un autor muere. Solo quedan sus libros, que ni antes ni después ha leído demasiada gente.
* * *
En The Objective.
21.4.24
Test moral, guerra mundial, los dos besos y un libro con su prólogo
[Montanoscopia]
1. No son lo mismo la política y la moral. Aunque en ocasiones, como hoy en el País Vasco, unas elecciones políticas son ante todo un test moral.
2. Iba a empezar la Tercera Guerra Mundial y me quedé despierto hasta la una o las dos. Luego me dormí. Por la mañana me asomé al iphone y todavía no había empezado la Tercera Guerra Mundial. Pero empezará cualquier día. Si a menos de un siglo de la Segunda estamos así, es que no tenemos remedio. La humanidad va cada vez mejor, dicen los optimistas. Es verdad. Y seguirá yendo cada vez mejor hasta que de pronto vaya definitivamente peor; o sea, que deje de ir.
3. Nuestro Ignacio Vidal-Folch, es decir, el Vidal-Folch bueno, ha escrito un necesario artículo "para acabar de una vez con los dos besos" que los hombres les venimos encasquetando a las mujeres en las presentaciones, viéndonos obligados a veces para tal cometido a "bailar la yenka". Dice que él ya, por principio, solo da la mano, lo que desconcierta a algunas. Aquí hay una clave. Pese a que la supresión de los dos besos es una nueva reivindicación feminista, la verdad es que son ellas las que han mantenido la costumbre, un poco al modo en que se dice que son las madres las que les dan de mamar a sus hijos el patriarcado. Lo que se presenta como servidumbre femenina los hombres llevamos toda la vida sufriéndolo como engorro masculino. ¿Qué es eso de tenerles que plantar dos besos a todas cuando solo nos apetecería hacerlo con una de cada cien o doscientas? Pero ahí han estado siempre ellas, enroscándose en nosotros, agarrándonos del cogote para que no nos escapáramos y violentándonos con esos besos con frecuencia nada apetecibles. Ha sido la de ellas una política de hechos consumados y tierra quemada. Para hacer lo de Vidal-Folch, extenderles preventivamente la mano, hay que tener mucha personalidad y la voluntad de aguantar el chaparrón. Por otro lado, si es cierto que históricamente les han desagradado nuestros dos besos, entonces se trataría de una doble salida del armario, porque a nosotros (¡históricamente!) nos han desagradado, ya lo he dicho, también. Así que yo, que por falta de personalidad he mantenido la inercia de seguir dándolos, haré como Vidal-Folch a partir de ahora y extenderé la mano. (La yenka que la bailen sus madres, esas mismas que daban de mamar patriarcado.)
4. El problema para los entusiastas de Lloro porque no tengo sentimientos, de Bárbara Mingo (La Navaja Suiza), es que lo mejor que se puede escribir sobre el libro va en el libro: es el prólogo de Daniel Gascón. Desde fuera lo único que nos queda es incitar a que nuevos lectores accedan al libro con su prólogo, y entonces se maravillen. Lloro porque no tengo sentimientos reúne artículos que son a la vez "cuentecillos" (como dice la autora), o poemas en prosa (del modo vigoroso en que los planteó Baudelaire), o parábolas de sabiduría vital (y disparate), o iluminaciones de flâneuse (por la ciudad, su casa o el campo; sola, con amigos o animales). La escritura es ligera y libre, precisa, cantarina, saltarina, ¡con humor! Transcurre con un talento despreocupado que suscita complicidad. La alegría tan delicada que produce su lectura (una alegría que se roza con la melancolía) tiene un efecto celebratorio de este "mundo raro". Uno de los textos termina así, y creo que así se resume: "y me deprime un poco pero también me río y me digo no entiendo nada, estoy estupefacta, estoy viva". (¡Pero esto se cita en el prólogo!)
* * *
En The Objective.
18.4.24
Aldonza Lorenzo pactará con Bildu
No me he aprendido el nombre del candidato socialista a las elecciones vascas. La primera vez que lo oí (lo miro: es Eneko Andueza) me sonó a Aldonza Lorenzo y como Aldonza Lorenzo se ha quedado. Es poco serio, pero con la política española actúo ya en legítima defensa: me la tomo a pitorreo. Y con el PSOE no digamos. Si este partido quiere respeto, que se lo empiece a construir: desde muy muy muy muy abajo. El lugar exacto en que se encuentra.
Aldonza Lorenzo, con su cara de mazapán, asegura que no pactará con Bildu en ningún caso. Mi natural bonhomía me inclina a creerle. Pero es una bonhomía ya muy maltratada (¡muy maleada!) por estos cuatreros. Así que, a poco que lo necesite o se lo mande Sánchez, Aldonza Lorenzo pactará con Bildu que te cagas (disculpen la escatología: forma parte también de mi arsenal de legítima defensa contra la política española, que es hoy una política de mierda).
Naturalmente, reconoceré que Aldonza Lorenzo ha estado diciendo la verdad si, llegado el caso, no pacta con Bildu o desobedece a Sánchez si este se lo manda, o dimite para no obedecerle. Entonces le diré: "Bien, Aldonza Lorenzo, me equivoqué contigo: decías la verdad. Lo siento". Pero será entonces, no antes. La palabra de un socialista no vale nada: su crédito es cero. Cada socialista, individualmente, si lo desea y se esfuerza, se la tendrá que ir ganando a posteriori. A priori es un mentiroso, en emulación de su jefe, al que respaldan o no cuestionan.
El espectáculo viene siendo patético. Ahora es Bildu. Después de estos últimos años con el propagandismo del PSOE y sus sincronizados en favor de Bildu, de su espíritu democrático (¡nada que ver con el PP!), de su inserción en la causa progresista (¡justo al revés que el PP!), de su pasar página con ETA (¡no como el PP!), ahora vienen unos días (¡y solo unos días, hasta que acabe la campaña electoral vasca!) en que Bildu vuelve a ser antidemocrático, reaccionario y heredero de ETA. Y a todo esto se supone que tenemos que asistir los ciudadanos con interés y gravedad, sin partirnos el culo.
Aparte del espectaculito del PSOE (incluido el PSE, que ha tragado con todo lo que ha venido haciendo el PSOE en favor de Bildu, incluido Patxi Puente, que es medio del PSE; ni una palabra se le ha oído a Aldonza Lorenzo contra Patxi Puente cuando Patxi Puente casi proponía a Bildu para el premio Nobel de la Paz y el Princesa de Asturias de la Concordia), está lo de Bildu en sí: esa caca.
La caca de la sociedad vasca, mayormente. Cómplice de los crímenes y cómplice de los post-crímenes. O cobarde cuando no cómplice: héroes cívicos hubo muy pocos (Aldonza Lorenzo estuvo entre ellos, por cierto: se afilió con diecisiete años, en el oscuro 1996, a aquel PSE; tal vez debería hacer más por creerle). El problema de Bildu es lo que sigue predicando Bildu aunque su ETA ya no mate: la monserga revolucionario-nacionalista de que no vivimos en una democracia sino en una prolongación del franquismo. Lo mismo que piensan también los independentistas catalanes y Sumar y Podemos. Toda esa sopa boba que encandila a los jóvenes porque se sienten guapísimos por ser antifascistas: no contra una dictadura, ¡sino contra una democracia!
Lo único que queda es una tautología a lo navaja de Ockham (¡simplicidad lógica al menos!): ETA golpeó el árbol y ETA (Bildu) recoge las nueces. Y el PNV fuera. El papelón del PNV no está pagado. Por ahí sí: carcajadas sanas.
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En The Objective.
14.4.24
Al Gobierno y a mí nos gusta Broncano
[Montanoscopia]
1. Me gusta Broncano. Me gustan sus entrevistas gamberras, irreverentes, escatológicas. Es el único programa en que se habla de la mierda. A la brasileña Anitta le hizo un tercer grado sobre cómo cagaba. Broncano habla también de sexo y de dinero. Es el único programa materialista. Tal vez por eso me gusta. Lo desagradable ha sido saber que no solo me gusta a mí: también le gusta al Gobierno. Tenemos, joder, los mismos gustos.
2. El Gobierno quiere convertir a Broncano en su niño o niña de San Ildefonso, que le cante acariciantemente el Gordo cada noche. Es un gran desafío profesional para Broncano. ¿Cómo lo hará? Es un desafío en primer lugar técnico. No me imagino su estilo en el prime time. ¿Lo mantendrá? ¿Lo modulará? ¿Sabrá modularlo? No creo que Broncano tenga otro registro. Una cosa es que nos guste al poder y a mí y otra que vaya a gustarle al público masivo. Me he acordado de aquel lanzamiento que se intentó con el George Sanders español, Francis Lorenzo: El efecto F. Duró dos días. Ahora van a lanzar este efecto B, al que francamente no le veo ninguna posibilidad. Pero estoy curioso. Al menos será bonito ver cómo arden nuestros impuestos. Aunque se gasten mal, a los socialdemócratas nos gusta ver que los impuestos al menos se cobraron.
3. Sánchez ha dicho que le sujetemos el cubata, que, resueltos los problemas de España (gracias a Sánchez), va a resolver ahora los de Palestina. Es un fenómeno el tío. Va a pasar a la Historia no, lo siguiente.
4. Jorge San Miguel anda a la caza de las innovaciones constitucionales de nuestros autodenominados progresistas. Esta semana, caza mayor. "La mayoría soberana de este país", le ha cazado a la portavoz del PSOE Esther Peña. Y a Errejón (a quien se le dispara el falangismo como al Dr. Strangelove se le disparaba el brazo): "El pueblo de la coalición".
5. Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, es la nazionalista perfecta. Lo que son nuestros nazionalistas, y que no siempre han exhibido por un último rescoldo de vergüenza, de autoconciencia, o quizá solo por pudor estratégico, se exhibe sin tapujos en Sílvia Orriols.
6. Memorable artículo de Albert de Paco en La Razón sobre Servando Rocha, el que hizo de tuno negro con sus estomagantes bobadas ideológicas en la presentación de la Noche de los Libros de Madrid. Es muy divertida la dicotomía de los adeptos a nuestro, así llamado, Gobierno progresista. Por un lado, gracias a Sánchez se vive muy bien en España. Por el otro, por culpa de Ayuso se vive muy mal (¡y se muere!) en Madrid. (Salvo cuando ponen a Madrid como ejemplo de lo bien que se vive en España.) El "terrorismo inmobiliario" es por Ayuso y no por las leyes del Gobierno. En el balance tétrico de la pandemia solo cuentan los muertos que se le puedan endosar a Ayuso. La conjunción de la ideología y la literatura produce monstruos propagandísticos. Para gran satisfacción (¡pancista!) de quien se presta a hacer de coctelera.
7. Buscando sobre el cantante José Umbral para escribir mi despedida de Silvia Tortosa, me enteré no solo de que él también había muerto, sino de que era un policía infiltrado. Infiltrado en el mundo de la canción ligera. ¡Habría que hacer una película! Precisamente me he estado dedicando las últimas semanas a ver películas de espías, sobre todo las adaptaciones de las novelas de Le Carré. Están en general bien, pero he terminado enganchado a la vieja serie El topo, con Alec Guinness, que es el mejor George Smiley.
* * *
En The Objective.
12.4.24
¡Te pillé, Argullol!
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 4:19:30]
Buenas noches. "¡Te pillé, Argullol!". Esto exclamé al final de una entrevista a Rafael Argullol a la que volveré en un minuto. Antes diré que me he pasado estos últimos años fascinado con el personaje. Argullol es filósofo, escritor, poeta, profesor, viajero... Una figura importante, y ciertamente singular, de nuestra cultura. Ha escrito libros excelentes como El héroe y el único, El fin del mundo como obra de arte, Visión desde el fondo del mar o, el año pasado, Danza humana. Se ha ocupado, entre otras cosas, de los grandes problemas de la humanidad: el totalitarismo, el consumismo, el desafío tecnológico, el cambio climático, el ocaso de la civilización occidental... ¡Para todos ha tenido su campanuda palabra! Sin embargo, siendo de Barcelona, no ha dicho ni mú sobre el procés: esa forma local de xenofobia y totalitarismo con la que ha convivido tan guapamente. Yo me he reído todos estos años de su silencio. Cuando nuestro David Jiménez Torres publicó La palabra ambigua, que incluye una tipología de los intelectuales, le dije en broma que se había olvidado del "intelectual argullólico", ese que se moja en los temas universales, en los que no se juega nada, pero calla sobre aquellos que podrían perjudicarle. Y así llegamos a la entrevista. Se la hace Sergio Vila-Sanjuán en la Fundación Juan March (está el audio en la página web) y en el turno del público una asistente le pregunta: "Como filósofo e intelectual catalán ¿cuál es su opinión sobre el movimiento independentista de Cataluña?". Respuesta: "Uy, no. Si us plau! Si us plau!". Fue ahí donde salté: "¡Te pillé, Argullol!". Por fin había quedado enmarcado, subrayado, ¡gritado!, su silencio. La siguiente pregunta volvió a ser sobre un gran tema universal, y ahí ya el héroe cívico Argullol (¡el único!) respondió de nuevo campanudamente.
11.4.24
Silvia Tortosa con retraso
Se murió Silvia Tortosa cuando me encaminaba a Lisboa y no me pude despedir. Lo hago ahora, con retraso. Me sorprendió que la recordaran como "musa del destape". Tal vez lo fuera, pero no para mi generación, la más nutrida, que no parece que esté decidiendo los titulares de los periódicos. Para nosotros fue y será siempre la musa de Aplauso. Y siempre estará presentando con absoluta profesionalidad a los cantantes de la época. La estoy viendo ahora: era su presencia y su voz; su pelo rubio; su gestualidad precisa y sonriente, sin un fallo. Eran los tiempos de la música disco, justo antes de la Movida. Su elegancia moderna pronto quedaría anticuada.
Tengo dos historias con ella. Se ha puesto de moda denostar las necrológicas en que el necrólogo se interpone. Pero a mí me gustan, porque no se interpone: simplemente ilumina los momentos en que el personaje que ha muerto se mostró para él. Entonces revive con ese flash.
Cuando estaba en la cumbre de su fama con Aplauso, Silvia Tortosa entró en mi bloque de barrio malagueño. Su novio era un cantante de aquí, José Umbral (¡yo conocí ese apellido adosado a Pepe y no a Paco!), cuyos padres vivían en la otra escalera. El padre de él murió y ella lo acompañó cuando vino al velatorio. Se corrió la noticia cuando ya estaba dentro. Cinco o seis niños decidimos presentarnos entonces en el piso para que nos firmara un autógrafo. A alguna madre se le ocurrió que llevásemos fotos nuestras. Y así, cada uno con su foto en la mano, llamamos al timbre. "¿Está Silvia?". Entramos muy formalitos, en fila, les dimos el pésame a los familiares y nuestra foto a Silvia, que fue encantadora: nos plantó dos besos a cada uno, nos preguntó el nombre y lo escribió detrás de la foto, con su firma. Nos sonrió todo lo que le permitían las circunstancias. Yo estaba nervioso. Tampoco era ajeno a las circunstancias. En cuanto salimos, miramos con ilusión qué nos había escrito. En mi foto había una mancha de tinta azul: el sudor de mi mano lo había borrado.
Treinta años después, pasé una tarde y una velada con ella. Cuando nos presentaron no le dije que yo fui uno de aquellos niños malagueños, de los que sin duda se acordaría, por las circunstancias. Para entonces era solo un guionista que tomaba notas. El creador y productor de una nueva serie me daba alojamiento en su casa de la calle Lagasca de Madrid, frente a la embajada de Italia. En los preparativos iba recibiendo a los actores y actrices en el salón para charlar con ellos y perfilar sus personajes. De eso tomaba yo notas. Silvia acababa de cumplir sesenta años y había hecho para una revista (creo que Interviú) un reportaje picante con el título "Los felices sesenta".
La charla fue tan agradable que el productor la invitó a que se quedara a cenar. "Descorcharé uno de mis mejores reservas para la ocasión". Cenamos los tres en la cocina y la delicia se prolongó. Yo hablé poco, he de decir. No llegué a establecer confianza. Por eso me azoré cuando a la una de la madrugada me pidió que la acompañara al parking para coger su coche. Cruzamos algunas palabras en el ascensor, más bien formales. Caminamos por el parking hasta su coche. Lo abrió. "¿Y si...?", se me pasó por la cabeza. ¡En homenaje al niño, hombre! Pero no le insinué nada. Tampoco capté en ella ninguna invitación. Nos dimos dos besos de despedida. Entró, arrancó y se fue. Otro borrón azul.
* * *
En The Objective.
7.4.24
Peonadas gubernamentales, colapso moral y el alcalde como príncipe
[Montanoscopia]
1. Después de Savater, solo quedaba echar a Cebrián de El País. Al menos respetan los escalafones. Con Cebrián culminan su tarea: ya no queda nadie. Una de esas periodistas que tienen la triste misión de ser "desenfadadas" (suerte difícil en la que solo acertó a brillar Lindo) y que no logra despegar su siempre previsible "desenfado" del moralismo inquisitorial, despide a Cebrián con un sic transit gloria mundi. Alguien debería decirle que este latín es hoy de aplicación más bien a su periódico.
2. Siempre he dicho que El País es el único periódico con el que he tenido una relación sentimental. Los demás me han gustado más o menos, pero sin aquella emoción que trascendía el periodismo. Me formé con El País y en sus papeles vi por primera vez nombres decisivos en mi vida: Cioran, Leopardi, Pessoa... Esa relación se quebró un poquito cuando se fue Umbral, aunque para entonces yo no era tan umbraliano. Quedaban mis favoritos, Savater y Azúa, que ya no están tampoco. Ahora están en The Objective, como Caño y desde esta semana Cebrián. También estuvieron en El País nuestro director Álvaro Nieto y el jefe de opinión Luis Prados. Y otros colaboradores como Elorza, Carreras o Esteruelas. En el modo crepuscular que me caracteriza, me regocija verme con ellos. Ellos, al fin y al cabo, y no lo que queda en el periódico, eran El País.
3. Otro de mis ídolos, que escribió para El País y ahora lo hace también para The Objective, Luis Antonio de Villena, le dedicó un poema a lord Bolingbroke, dandy inglés del siglo XVIII que se paseaba "del brazo de una naranjera horrenda". Su propósito era que su belleza resaltara por comparación. ¿Será ese el propósito de Sánchez con Puente? Aunque a la vez (y me inspiro en una idea de David Mejía) puede que Sánchez, al haber colocado a Puente como cara visible de su gobierno, por delante de la suya propia, haya cometido su único acto de honestidad: mostrar la verdadera cara del sanchismo.
4. Mi querido Idafe (¡él sí que queda en El País! ¡El País es él ahora!) le señaló a Puente en Twitter una bromita mía contra el ministro. Me pareció una simple muestra de servicialidad por su lado, y admiré el celo con que lleva a cabo sus peonadas gubernamentales. Pero ahora que sabemos que el ministro lleva un listado de los columnistas críticos, la "espontaneidad" de Idafe adquirió un tinte más tétrico. No era un acusica sin más, sino un funcionario del poder que estaba completando un expediente.
5. Divertidísimo artículo de Ramoneda (en El País, por supuesto) en que asegura que Sánchez no es un táctico, sino un estratega: las ocurrencias del presidente abren nuevos paradigmas políticos no solo en España, sino en el mundo entero... Es maravilloso cómo el veterano comentarista de pronto siente celos de una joven, Estefanía Molina: ¡no va a permitir que sea ella la que le suelte los más campanudos ditirambos al presidente!
6. El estratega Sánchez, vestido de forense, con los huesos de los muertos de la Guerra Civil. Colapso moral. Sin palabras.
7. El declive de Aznar comenzó con la boda de su hija en El Escorial. Desde fuera se veía clarísimo que aquello era un error, además de un horror. ¿Qué tiene el poder que les ofusca el sentido a quienes lo ostentan? Hay como un impulso inevitable de exhibición, que anula todo lo demás. Ahora Almeida se casa y Telemadrid retransmite la boda, como si el alcalde fuera un príncipe. ¿Cómo es que no se dan cuenta del ridículo?
* * *
En The Objective.
6.4.24
'Mensagem' de Fernando Pessoa
Lista de reproducción con las canciones de los 44 poemas de Mensagem, de Fernando Pessoa, en el orden en que aparecen en el libro.
Mensagem, como toda la obra de Pessoa, está en el Arquivo Pessoa.
4.4.24
Lisboa no se acaba nunca
Escribí mi artículo del domingo sobre Lisboa nada más dejar la ciudad, mientras atravesaba Portugal en el autobús; pero Lisboa no se acaba nunca y quiero seguir escribiendo. Estos viajes de una semana no dejan de ser turísticos, y más en una ciudad ya tan turística como Lisboa, en que uno, turista, se topa con turistas. Sin embargo, su sustrato es tan poderoso que en el recuerdo permanece la Lisboa lírica o metafísica. Es como en los daguerrotipos: las personas no salen. Ayudó la lluvia. Y además nos metimos por sitios pocos frecuentados por extranjeros: eran los sitios más extranjeros.
Los peor del turismo son los guías turísticos, desenfadados, insoportables. Por rendir tributo, me senté a tomar un café en A Brasileira, justo frente a la estatua de Pessoa. Así pude asistir a la triste vida de Fernando en la actualidad: una posteridad que le hubiera amargado. O tal vez se la hubiese tomado con humor. Era una parábola de la gloria literaria. ¿Cuántas veces pasó por el lugar sin saber que lo iban a tener sentado allí para siempre? Los turistas se paran a darle palmadas, collejas, besos, puntapiés. Se hacen fotos a su lado señalándolo como a un rapero. Lo peor es cuando llega el guía con un grupo y resume su vida de un modo escalofriante. Parece una de las torturas inventadas por Dante para el Infierno.
La primera tarde no llovía, aunque estaba nublada: un gris hospitalario. Nos sentamos en una terraza del Cais do Sodré y, aun entre turistas, pasamos mucho tiempo (un tiempo sin tiempo) tomando vinho verde y charlando, con la mirada puesta en la fuga del Tajo hacia el Atlántico, tras el puente 25 de Abril. Unas bombillas ensartadas en cables curvos le daba un aire de verbena al recinto. Había tumbonas al borde del río-mar, como chaise-longues para tuberculosos que no tomaban el sol sino la niebla. La niebla trae el deseo de desaparecer.
Es bueno llevar un propósito para internarse por terrenos poco previsibles. Mi acompañante colecciona vinilos y eso nos permitió extraños itinerarios en busca de tiendas. En el corazón mismo de Lisboa estaba el lugar más sorprendente: el Espaço Chiado, en rua da Misericórdia 14 (con puerta trasera por rua Nova da Trindade). No sé si conoció mejores tiempos, pero hoy vive en una pulcra decadencia, con galerías vacías y escaleras mecánicas paradas. De lo que se proyectó como centro comercial, solo queda alguna joyería, un par de pedicuras, un mostrador con productos brasileños y lo mejor: tres o cuatro tiendas de discos de segunda mano, dos de las cuales son excepcionales, Sound Club Store y Vinylrarities. El dueño de la primera estaba en una permanente sesión de DJ, pinchando para sí mismo y para los pocos clientes.
En Groovie Records (rua Angelina Vidal 80A), tienda por la que conocimos el barrio de Vila Cândida, al otro lado del mirador de la Senhora do Monte, nos enteramos de que esos días había una feria del vinilo en Santa Clara. Callejeamos por más zonas desconocidas, subiendo y bajando por el crepitante empedrado, hasta llegar a la nave en que se acumulaban los vinilófilos. Yo di una vuelta rápida buscando cedés del sello ECM (los brasileños, que abundaban, los tengo ya todos) y salí a esperar a mi acompañante. Me encontré entonces con un jardincito en cuesta, maravilloso: el Botto Machado, con una verja que daba al río. Me senté a tomarme una caña ("uma imperial") en el coqueto kiosco, entre suaves voces portuguesas. Allí ya no había turistas. Después de un buen rato empezó a chispear y aguanté, aguantamos todos. Hasta que cayó el chaparrón.
Habíamos entrado en Lisboa por el puente Vasco da Gama y, para mi maravilla, salimos por el 25 de Abril, bajo el que habíamos estado hipnotizados unos días antes. Hacia la desembocadura se veía el monumento a los Descubrimientos y más allá la amplitud oceánica. Me acordé del Pessoa de Mensaje: "el mar con fin será griego o romano, / el mar sin fin es portugués".
* * *
En The Objective.
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