12.9.24

La España de Abel era también de Caín

Se me escapó la versión digital de La ruptura (Flash, 2021), el libro de Ramón González Férriz que ahora edita Debate. Lo he leído y es magnífico. Solo echo en falta que la degradación extra de estos tres años no se transmita con la suficiente crudeza. En la actualización del autor se verbaliza (se habla, por ejemplo, de la amnistía), pero sin que se termine de percibir la dimensión del empeoramiento.
 
Sin embargo, esta carencia –digamos expresiva– actúa en favor del libro, que mantiene su tono ecuánime y deliberadamente libre de barro. Así es más eficaz su clarificación. También ayuda el tono escéptico y comprensivo de Férriz, dispuesto a excusar las debilidades humanas; en este caso, la entrega al poder o el resentimiento de quien no lo alcanzó.
 
Tengo reciente la lectura de La Viena de Wittgenstein, en que se hablaba de la actitud contraria de Karl Kraus: para este los fallos y los aciertos dependían de la integridad personal. Por eso no separaba de los primeros el aspecto humano: sus ataques debían ser, en consecuencia, personales. Yo me debato entre las dos actitudes; mi instinto me empuja a la de Kraus, mi ideal a la de Férriz. El embrutecimiento ambiente me ha caldeado demasiado como para que no se imponga mi instinto. Por el momento solo puedo aspirar, como escribí en otra ocasión, a un educado desprecio.
 
Reconozco que hay algo de fatalidad histórica en que aquellos que, por edad, aspiraban legítimamente al poder hayan tenido que hacerlo por medio del vil sanchismo, que los ha envilecido (o como mínimo enmudecido, aspecto más camuflado del envilecimiento). Tal vez el pacto frustrado del PSOE y Ciudadanos hubiera sacado lo mejor de unos y otros. La ruptura sacó lo peor. También en los segundos, que pasaron de aplaudirle todos los errores a Albert Rivera a acomodarse en el PP, con lo no dejaron de obtener ganancia.
 
La responsabilidad moral de estos, en cualquier caso, no se puede comparar con la de los primeros, que bien hubieran podido renunciar al poder abyecto que se les presentaba. La premura de las biografías, la conciencia de que las oportunidades suelen ser únicas, el afán de prosperar, el miedo a la irrelevancia, incluso la necesidad de ir fundando familias (como escribió en su día Jorge San Miguel) se comieron todas sus pulsiones regeneracionistas, haciéndoles incurrir en la triste degeneración.
 
La España de Abel que se postulaba en el libro así titulado de 2018, colectivo, transversal, resultó ser también de Caín. "El motivo principal", escribe Férriz, "fue el poder". La ruptura entre los afines al PSOE y los afines a Ciudadanos se produjo tras la moción de censura de aquel año por la que Pedro Sánchez accedió al Gobierno con el apoyo de lo peorcito del Parlamento (aún no estaba Vox). Agudamente señala Férriz que hasta entonces la complicidad regeneracionista entre ambos grupos se producía con el PP en el poder. En cuanto el PSOE llegó al mismo, se acabó.
 
Es elegante el tono con el que Férriz asume los errores de su generación (el "aprendizaje de la decepción" del que escribió Félix de Azúa ayer); con esta conclusión que sí es cruda: "Hoy la política es peor que antes de que mi generación se implicara a fondo en ella". A cambio, tienen "un conocimiento mucho más preciso de cómo funciona el mundo".
 
Yo, que soy un poco mayor, asistí a todo el proceso que se narra y analiza en La ruptura con interés. No llegué a ilusionarme tanto, por lo que mi decepción fue menor. Lo que no me esperaba era la virulencia del cainismo.
 
* * * 

8.9.24

Ni carcajadas frescas tenemos ya

[Montanoscopia] 
 
1. "Les aseguro. Les garantizo. Me comprometo", decía Sánchez. Y en cada pausa yo oía risas enlatadas. Ni carcajadas frescas tenemos ya para el fantoche.  
 
2. Deliciosa la película Volveréis de Jonás Trueba, que me ha gustado tanto como las anteriores suyas que he visto. Aplica a su cine el principio que Montaigne tomó de Castiglione: la sprezzatura, que también ha defendido Iñaki Uriarte en sus diarios. Se trata de un descuido muy cuidado para huir de la afectación y la pomposidad. Por medio de este sutil artificio se cuela la vida, como en las películas de Rohmer. Uno de los temas de Volveréis es la repetición, explícitamente a partir de Kierkegaard, pero que a mí me ha llevado también a Thomas Bernhard y Nelson Rodrigues, dos artistas de la repetición. "Me repito con límpido impudor": con esta frase envidiable lo proclamó el brasileño. 
 
3. Buscando sobre Thomas Bernhard he encontrado una curiosa disputa o pique acerca de quién fue el primero que escribió sobre él en España. Lo contendientes son Félix de Azúa y Javier Marías. Azúa recoge en el capítulo "Bernhardiana" de Lecturas compulsivas (1998) tres artículos sobre el escritor austriaco, el primero de los cuales es "Música para tullidos". Al término, lo fecha así: "Entre algunos lectores compulsivos hay una pugna por saber quién escribió el primer artículo elogioso sobre Thomas Bernhard en España. El mío se publicó en Triunfo un 6 de mayo de 1978". Marías, por su parte, incluye en Vida del fantasma (1995) el artículo "Thomas Bernhard, o el ritmo del torrente será siempre demente". Lo publicó en El País el mismo año, 1978, que es cuando apareció la novela inaugural de Bernhard en español, Trastorno. Pero el día es posterior: el 18 de junio. Parece que gana Azúa, pues. Solo que Marías pone a su vez una nota. Tras decir que él fue quien recomendó y logró que Alfaguara contratara Trastorno, añade: "Por último escribí esta crítica para El País porque quizá nadie se habría ocupado si no (antes había escrito un artículo para la revista Jano, TB aún inédito). Luego ha habido escritores y críticos que se han atribuido el descubrimiento". No he logrado localizar ese primerísimo artículo, pero sí la revista, cuyo nombre completo era, muy bernhardianamente, Jano. Medicina y humanidades.  
 
4. Aprovechando que Triunfo está entera online, he entrado a comprobar lo del artículo de Azúa y en efecto está. Me he quedado ya mirando el número. Me doy cuenta siempre de que Triunfo me es ajena, igual que las otras revistas de la época como Cuadernos para el Diálogo, Hermano Lobo o Por Favor. Yo empecé a leer periódicos con El País. Sus páginas son para mí la creación del mundo. Lo anterior es algo confuso, abigarrado. El orden tipográfico se me coló en la cabeza y ahí sigue. Es una sensación rara. Y eso que de Triunfo venían firmas que en mi percepción se bautizaron con El País. Aparte del artículo de Azúa, hay el anuncio de una conferencia de Fernando Savater sobre "Poder y religión" y otra de Gustavo Bueno sobre su "Teoría del cierre categorial". ¡Y un concierto de Amancio Prada! Hay asuntos de la Transición y la Guerra Fría. En la cartelera de Madrid ponen Annie Hall, 2001, La edad de oro de Buñuel o Novecento. Están Haro Tecglen, apodado La Momia, y su hijo Haro Ibars, La Momia Jr. Víctor Márquez Reviriego. Miret Magdalena (¡Miret Magdalena!). Una rutinaria entrevista a Carlos Barral: "La pasión de la inteligencia". Y un reportaje de Josep Ramoneda: "Montserrat al servicio de un pueblo". Aquí (¡jajajaja!) más risas enlatadas. 
 
* * * 

6.9.24

El drama de los autores

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:34:50
 
Buenas noches. ¡Abrazos posvacacionales para todos! Aunque la cultura ya no está de moda, yo llevo años entregado a la actividad más cultural que existe: escuchar las conferencias de la Fundación Juan March. En su web hay casi tres mil, sobre todos los asuntos culturales posibles e imposibles. Me he puesto muchísimas y yo sería un erudito si no me entrasen por un oído y me saliesen por el otro. Desgraciadamente, los auriculares no sirven de tapón. Pero da igual, porque se lo pasa uno pipa y al menos se siente experto en algo durante una hora. Este verano he estado escuchando las entrevistas que hace Sergio Vila-Sanjuán, director de Cultura/s de La Vanguardia, desde la sede de la Fundación en Palma de Mallorca. Primero me puse las de los entrevistados que me interesaban: Manuel Vilas, Milena Busquets, José Carlos Llop, Ignacio Peyró, Valentí Puig, Najat El Hachmi o Mariana Enríquez. Pero luego me di cuenta de que el que me gustaba era el entrevistador, así que me puse todas las demás. Es muy divertida la de la periodista y escritora Julia Navarro. Vila-Sanjuán, que es especialista en best sellers (escribió el ensayo Código best seller), le dice a Julia Navarro que lo que ella hace son best sellers. Pero ella le responde que no, que son grandes novelas. Él dice que le recuerda a Harold Robbins. Y ella que no, que su inspiración es Tolstói. Aquí se ve el drama de los autores: piensan que están escribiendo novelas de Tolstói pero están escribiendo novelas de Harold Robbins. Yo no he leído las de Julia Navarro y no sé si se parece a Harold Robbins o a Tolstói. En realidad, sería mejor que se pareciera a Harold Robbins, porque para mí Tolstói, como saben los oyentes, era un piernas.

5.9.24

Los melancólicos animales

Una de las últimas tardes de agosto salí a dar una vuelta por Fuengirola, pero no me sentía con ánimo para bajar al paseo marítimo y emparedarme entre los hórridos turistas y los horripilantes aborígenes. Necesitaba un plan tristón y me acordé del zoológico. Echar unas horas con los melancólicos animales.

No iba desde niño, como a ningún otro zoo. Ahora no se llama Zoológico, sino Bioparc, con lo que los profesores se encuentran sin enlace a la hora de explicar el zoon politikón de Aristóteles. Aunque creo que ya ni siquiera tienen que hacerlo. Hablando de políticos, mi primera carcajada de la rentrée ha sido cuando Losantos ha llamado Oscargután al ministro The Puentete. (Lo de Losantos es feo por los orangutanes y lo mío es feo por los ojetes: ¡excusas a unos y otros!)

Antes de entrar tenía ilusión por ver a los monos, acordándome de uno de los esbozos de vértigo de Cioran: "En el zoo, todos los animales se comportan decentemente salvo los monos. Se nota que el hombre no anda muy lejos". Pero una vez dentro vi que Cioran se equivoca, al menos con los monos de Fuengirola. Tanto los gorilas como los chimpancés tenían una inesperada gravedad indolente. Estaban tranquilos pero absortos en algo que no podía ser otra cosa que el transcurso de los minutos. Eran monos metafísicos, heideggerianos. Solo que sin angustia: con una aceptación entre estoica y zen.

Ninguno me miró, por lo que no pude recrear el célebre haiku de José Juan Tablada: "El pequeño mono me mira. / ¡Quisiera decirme / algo que se le olvida!". Era más bien yo el que no lograba recordar el idioma de los animales. Todos eran decentes, en su descanso y en sus tareas: había una especie de tucán (¡un cálao bicorne, según la etiqueta!) golpeando con el pico un tronco, y una mezcla de oso y mono (¡un binturong!) moviendo la rama de un árbol, allá arriba. Impresionan los animales con tamaño de niño. Son presencias contundentes.

El zoo es pequeño y bonito, acogedor, con el hábitat de cada especie adecuadamente dispuesto. Casi todos los animales están solo con los suyos, apenas dos o tres; en espacios acotados pero que no son jaulas. El tigre puede corretear un poco, plantarse a unos metros de los visitantes y lanzar un rugidito. Es bellísimo y borgiano. Yo lo contemplaba como un arma. Ahí, a diez metros, viva, una máquina de muerte. Luego se alejó y se tumbó junto a su pareja.

Mis favoritos eran los hipopótamos, del tipo pigmeo. Había también dos y entraban y salían de la charca. Se daban paseítos por fuera y luego se sumergían un buen rato. Emergían un segundo para respirar, una vez justo debajo del hueco por el que me asomaba. Leo que son solitarios. Su enfrentamiento con el tiempo es de luchadores de sumo. Se trata de aguantar en el recinto. Tampoco nos miraban a los visitantes, debemos de ser fantasmas para ellos. No nos miran porque no nos ven.

Y estaban las aves, los anfibios, los reptiles, los peces, incluso algunos insectos. Di varias vueltas por el parque en declive, con lentitud de jubilado. También yo con el tiempo a solas, fuera de mi jaula. Me sentí acompañado y ellos disolvieron de algún modo mi inquietud.

Están los animales que trabajan o son sacrificados. Y están los animales del zoo: cuidados, alimentados, sin nada que hacer en sus rincones. ¿Aburridos? Es la vida sin riesgo, la existencia regalada con solo la edad moviéndose hasta el fin. El chimpancé parecía que empezaba a darse cuenta, pero le daba igual. 

* * * 

1.9.24

Ya tiré la toalla de mi inteligencia

[Montanoscopia] 

1. Hay titulares que tienen más impacto si los leemos por lo que no resaltan que por lo que resaltan. La obscenidad se mantiene a solo un pasito: el de la operación mínima que el lector debe hacer. Por ejemplo: "El 40% de los votantes del PSOE, en contra de la financiación 'singular' de Cataluña". Es decir, que el 60% de los votantes del PSOE está a favor o le da igual. ¡Y estos son nuestros autoproclamados socialdemócratas! Otro ejemplo es el titular que recoge estas palabras del exministro Ábalos: "Desde ahora votaré en conciencia". Desde ahora. O sea, que ha estado toda su vida política sin votar en conciencia. El escándalo anida en este tipo de titulares, que postulan por el envés una realidad aún más sórdida: como el hábitat de alacranes, gusanos y cucarachas que aparece cuando se levanta una piedra. 

2. Nunca estuve pendiente de las novedades editoriales. Hasta que me empecé a relacionar con editores y periodistas que me lo contagiaron. Ahora me asomo y las vivo con un malestar. Se me hace corto el lapso de la postergación: los rutilantes libros de las librerías estarán pronto en los montones de segunda mano, hechos chatarra de papel. Sí me gusta (con una fruición malsana) hacer el seguimiento de mis enemigos y detestados: a ver qué nuevo bodrio sacan, o qué nueva mediocridad o cursilada, entre interesada y pancista. Aunque no me cierro a que me sorprendan con algo extraordinario: mis detestados tienen siempre conmigo una oportunidad. Muy extraordinario ha de ser para que venza mi aversión, cierto, pero sucede a veces. Y cuando ocurre lo reconozco y lo celebro: el tipo (o la tipa) me ha derrotado en justa lid. Entonces yo, pese a ser el perdedor, obtengo el mayor beneficio: haber gozado de una buena lectura. (¡Pero no es fácil, advierto!) 

3. Lo que llevo peor son los amigos. Me he rodeado negligentemente de autores prolíficos y cada rentrée me bombardean con el fruto de su productividad. Apenas ha empezado septiembre y ya sé que en las próximas semanas Manuel Alberca sacará una nueva edición revisada y ampliada de El pacto ambiguo (ETC), Manuel Arias Maldonado (Pos)verdad y democracia (Página Indómita) y Antonio Diéguez Pensar la tecnología (Shackelton), libro que además presentaré en Málaga junto a Sanz Irles. Este último, por su parte, anda escribiendo su cuarta o quinta novela. Y Rafael Maldonado acaba de terminar su quinta o sexta. Pero es que Arias Maldonado ya publicó a principios de año Ficción fatal (Taurus) y Diéguez La ciencia en cuestión (Herder). Poco después Eduardo Jordá Doce lunas (Vandalia), Teodoro León Gross La muerte del periodismo (Deusto) y Antonio G. Maldonado Los sentidos del tiempo (La Caja Books). Y Txani Rodríguez La seca (Seix Barral) y Mercedes Cebrián Letonia hasta en la sopa (Col&Col) y Bárbara Mingo Lloro porque no tengo sentimientos (La Navaja Suiza). Para colmo se animó también Manuel Toscano y publicó Contra Babel (Athenaica). Así que yo intento llevar una vida lectora normal, a mi rollo, con mis fijaciones y excentricidades, pero cada pocas semanas me cae el libro de un amigo que debo leer como una maceta de geranios. Tendría que haberme echado amigos más como yo: ¡absolutamente improductivos! 

4. Un problema para mi productividad es que no debo ser yo quien escriba mis libros, sino alguien más inteligente. Así que paso las horas esperando que ese ser más inteligente que vive dentro de mí advenga. Solo necesito que lo haga en el momento exacto de escribir la página. En lo demás me da igual: en lo demás ya tiré la toalla. 

* * *