13.10.24

Cuchillas de doble hoja contra el sanchismo

[Montanoscopia] 

1. Las risotadas contra el sanchismo, en este momento de explosión de su podredumbre, son cuchillas de doble hoja: también nos desgarran por dentro. Es el país el perjudicado. Sánchez se irá por el sumidero, a su triste puesto entre los peores de la historia de España (en su caso, subsección mediocres), pero tardaremos mucho en recomponernos. Tiene difícil solución la tierra arrasada que deja, no ya en las instituciones, sino ante todo entre sus cómplices, entre los silentes. En cuanto a mí: ojalá me libre pronto del desprecio que siento por tantos, que también me corta. 

2. El silencio de los silentes: no es estático, sino dinámico. Cuanto más grave es la situación, más grave es el silencio. 

3. Mi corazoncito está con Jésica, estudiante de odontología. Instalada en la Torre de Madrid por Ábalos, le escribía a Koldo (asesor del entonces ministro) porque el congelador pitaba. Contratiempos domésticos en aquellas alturas que me enternecen. Conozco bien la Torre, porque un amigo mío vivía en el piso 23. Otro amigo, empresario gay, se traía muchachitos de provincias y los tenía alojados en unas oficinas lujosas pero desoladas. Una tarde me asomé y había uno, guapo, animoso, comiéndose un bocadillo de jamón york. Leo (no sé si es broma) que a Jésica la llamaban "la 20 minutos". Es tristísimo y también bellísimo, con punzada. Esas vidas precarias, relacionadas con la belleza y el placer: dones fungibles. Solo me sale al pensar en ella lo de una canción de Caetano Veloso: "Eu canto pra Deus proteger-te". 

4. Me gusta la nueva premio Nobel, la coreana Han Kang. Digo que me gusta ella, que es más o menos de mi edad; su literatura no la he leído. Como siempre, se han sucedido las bromitas. Ocurre casi cada año, incluido el de Szymborska, que resultó ser una maravilla. Todos los premios son engañosos y el Nobel, que es el premio mayor, es el más engañoso: introduce una especie de final feliz en la vida de los escritores. Final sí que es con frecuencia, porque el Nobel los aplasta; pero que sea feliz estará por ver, como en todas las vidas que siguen. Los libros, por otra parte, solo tienen un final feliz posible: que se cumplan en un lector, con o sin premio. 

5. El ministro Urtasun me ha resuelto un dilema que yo venía teniendo: cómo comportarse con las autoridades cuando son impresentables como las del Gobierno del que forma parte el ministro Urtasun. ¿Hacer abstracción de la impresentabilidad del individuo que ostenta el cargo y ser educado con lo que representa, que es la voluntad popular, o no? Urtasun, al maleducadamente no aplaudir al Juli cuando este recibía el premio nacional de Tauromaquia (suprimido por Urtasun), me indica el camino: no hacer abstracción de los impresentables, que ni el que hagamos abstracción de ellos mismos se merecen. 

6. Ha pasado una semana y ningún diputado del PP (ni de Vox) ha renunciado a su escaño por haber votado una reforma legal que no se leyó: tendrían que haber renunciado todos. El sanchismo es una danza a dos, en la que también participa la oposición inoperante. Tautológicamente: cuando un partido gobierna es porque el otro no se lo ha ganado. 

7. Brasas anuales que, desde la muerte de Franco (que nos pilló de niños), jamás padecimos los de mi generación: la del 18 de julio, la del 12 de octubre. La pseudoizquierda las ha reinstaurado, con sus insufribles recordatorios; y saltan con igual pesadez los de enfrente. Es un franquismo invertido (¡exactamente las mismas fechas de Franco!) el de esta España insoportable. 

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10.10.24

A favor de las despedidas de soltero

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:21:19
 
Buenas noches. Mi condición de bufón del programa me permite, casi me obliga, a llevarle la contraria al rey Latorre. Esta semana, como ha hecho otras veces, se pronunció radicalmente en contra de las despedidas de soltero, y hasta le quitó la palabra a Pablo Pombo cuando se disponía a iniciar una defensa. Aunque sea lo último que haga en el programa, la defensa la voy a hacer yo ahora. A mí me encantan las despedidas de soltero por su valor filosófico. El filósofo que más admiro es Nietzsche, que dividía el mundo entre lo apolíneo y lo dionisiaco. Pues bien, las despedidas de soltero son un ejemplo vibrante de lo dionisiaco. Lo dionisiaco es la exaltación de la vida, del desorden, del instinto. El matrimonio, en cambio, sería un ejemplo de lo apolíneo: la moderación mortecina, el orden, la sensatez. Quien se casa abandona la vitalidad salvaje del dios Dionisos y se sepulta en la mesacamilla, con estufita y babuchas, del pálido Apolo. Las despedidas de soltero son el último momento dionisiaco de quienes se van a casar. El futuro esposo o esposa, antes de esposarse a Apolo, se descoca en una fiesta final consagrada a Dionisos. Este es un dios comunitario, por eso los solteros y solteras llevan su cortejo de iguales, ataviados con motivos generalmente obscenos. En el fondo es la hoguera en la que arde lo que no se quiere que entre en el domicilio conyugal: la borrachera, la juerga, el despendole, la provocación... Querido oyente, diga lo que diga el rey Latorre, respeta el espectáculo de las despedidas de soltero cuando te cruces con una por la calle: se está oficiando un rito filosófico, la última noche feliz (¡dionisiaca!) de los solteros y solteras que van a sacrificarle su vida (¡su sexualidad!) al pichatriste Apolo.

No volveré a Madrid

Me sienta bien Madrid, pero no volveré a Madrid. ¡Se acabó Madrid para mí!

Mi ideal siempre ha sido vivir entre Málaga y Madrid. Logré cumplirlo durante unos años, cuando disponía de dinero y tiempo a la vez. Mi ratio era cuatro o cinco semanas en Madrid y una en Málaga. Siempre más Madrid que Málaga: la intensidad de Madrid sobre la languidez de Málaga. Llegar a Málaga con la intensidad de Madrid. Volver a Madrid con la languidez de Málaga; es decir, con el inicio de la languidez: justo antes de que la languidez empezara a estrangularme me iba.

Ahora sucede al revés. Llego a Madrid lánguido, tras semanas o meses en Málaga, y con el inicio de la intensidad regreso. Ahora solo se me agita un poco la languidez (apenas un comienzo de renovación) antes de regresar a ella. La languidez es mi casa. La languidez es mi sepultura. El día a día lánguido en Málaga es mi vida ahora. Es una languidez amable, con la brisa y el mar, y el solecito en invierno. ¡Y la dinamización de los cuartos con los ventiladores!

Dejo pasar semanas, meses, entre un viaje a Madrid y otro. Y, como sigo teniendo la pulsión de vivir en Madrid, repito un circuito, más o menos ritualizado, con el que fuerzo una especie de cotidianidad. Voy a los mismos sitios para asegurarme de que siguen ahí, y de que yo sigo de algún modo ahí también, en ellos, ante ellos. A veces los sitios desaparecen: locales que cerraron o mutaron. Y una vez el sitio cambió de sitio: mis dos musas acuáticas de la fuente que había arriba en la plaza de España ahora están abajo en la plaza de España; justo, por cierto, en el camino de otro de mis sitios, el templo de Debod (en el que no he estado en este último viaje). Algunos se incorporan, como la calle Pavía tras mi lectura de Berta Isla. Y luego Javier Marías se murió.

Se murió también hace poco Cristóbal Ruiz, con el que me fui a Madrid de estudiante a los diecinueve años. Éramos amigos difíciles, con intermitencias; había algo que nos impedía sintonizar. No nos veíamos (ni nos comunicábamos) desde 2015. Pero me ha sorprendido el aluvión de recuerdos suyos que tengo. Recuerdos que no frecuentaba en mi cabeza y que estaban ahí: todo un mundo. Ahora me explico Recherches como la de Proust.

En Madrid tengo amigos y amigas, y los veo con gusto. Me doy mis paseos y me siento en los banquitos y en los cafés. Fatigo (¡borgianamente!) librerías; la Cuesta de Moyano, la Feria del Libro de Ocasión. Acudo a eventos, crepitantes para el que llega de fuera, con sus morbosos cotilleos. Me lo paso ciertamente pipa. Y sobre todo me dejo azotar por el huracán de vida de Madrid, qué pujanza de calles, vibración en cada paso. Pero hay algo también que es dar vueltas para nada. Hay como un vacío del "hombre disponible" que se menciona en Vértigo o del Swann del primer tomo.

En el jardincito del Príncipe Anglona, en el parque de Atenas por la ventana del autobús, en el paseo de las Delicias y la calle Delicias, en el puente de Juan Bravo, en la mole de Atocha desde el hotel Mediodía se impone de pronto una percepción, inducida tal vez por el centenario de la muerte de Joseph Conrad: la de esa línea de sombra que advierte de que la primera juventud (que en mí se ha prolongado hasta los cincuenta y ocho años) debe ser por fin dejada atrás. 

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6.10.24

El presidente Égolo y este país (¡austrohúngaro!) de Franquitos

[Montanoscopia] 
 
1. Vengo a Madrid para la grabación de una charla con Marta Suárez y Diego Urteaga para el podcast Prólogos, que se publicará en breve. Lo hacemos con público en la Biblioteca Eugenio Trías, la más bonita de España y con el nombre del filósofo (¡catalán!) que tanto admiré. Para mí es un honor. Noto que cada vez me voy despegando más de este mundo feo y de la infamante actualidad, lo que me compromete como columnista. En realidad, el columnismo me obliga a seguir bregando: es una de esas cosas incómodas que están bien. Aunque no puedo dejar de combinarlo con los desplantes. Cuando me preguntan por la cultura, digo que la cultura es uno encerrado en su cuarto leyendo un libro y que lo demás son festejos. Cuando me piden que recomiende un título, doy El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna, de Claudio Magris. Una propuesta intempestiva que no deja de venir a cuento en la España de hoy: al fin y al cabo, somos ya un país plenamente austrohúngaro. 
 
2. Sánchez aparece en El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas, como Égolo. Algo que ha silenciado nuestra, así llamada, prensa cultural. Miro en Google y solo hay una mención, en una entrevista de 20 minutos. Vilas se arrima al toro en su libro y este silencio es una prueba. El (arriesgado) chiste viene reforzado porque, como recuerda el autor, su mote se inspira en el Kniébolo de Jünger, quien se refería así a Hitler en sus diarios.  
 
3. El resto de los escritores sigue callado ante Égolo, cuando no lo apoya abiertamente (o trabaja para él). Yo sigo fascinado con los de El País: los misceláneos de los miércoles, el argullólico de los sábados. ¿Qué respeto se les puede tener ya? Del argullólico me temo que se suba al carro antisanchista a ultimísima hora como hizo la otra vez, cuando ya no cueste nada y hasta sea rentable, y nos sermonee con un Todo lo que era Sánchez, como si los pecadores fuésemos los demás.  
 
4. Han saltado las alarmas en Pearl Harbour (¡perdón por la manida bromita!) con el artículo de The Economist sobre la deriva autócrata de Sánchez. Pero es tarde para las componendas: el hispanismo inglés ya ha empezado a trabajar en el nuevo pájaro histórico que le ofrecemos. 
 
5. Ya que sigo en Madrid, asisto a la presentación de La ruptura, de Ramón González Férriz. Se habla en corrillos de los que se enfadaron con Férriz, los simpatizantes del PSOE que entraron en el poder. Tal cabreo no tuvo como resultado una refutación del libro, sino su confirmación: la última prueba ha sido su ausencia del acto, escenificando la ruptura.  
 
6. En la biografía de Benet, El plural es una lata, se habla de cuando se implantó en España el DNI, a propósito de que el cuerpo de ingenieros estuvo entre la primera hornada de inscritos. Suelto una carcajada al leer que el DNI número 1 fue el de Franco. Mi carcajada es por pensar que todos los españoles formamos fatalmente parte de una serie numérica que se inicia con él. Somos técnicamente Franquitos. Lo que se evidencia en ocasiones como la del 23-J de 2023, en que tuvimos la oportunidad de guillotinar electoralmente al déspota de turno (¡para una vez que se podía!) y no lo hicimos.  
 
7. Como hacen los viñetistas con sus pancartas al pie de sus dibujos, al pie de esta Montanoscopia pongo mi execración de la abyecta y repulsiva manifestación pro Hamás en conmemoración del pogromo del 7-O que se celebra este domingo en Madrid. 
 
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3.10.24

Montano opositor

Están los opositores al régimen y están los opositores de las oposiciones, que son o pretenden ser suscriptores del régimen. Mi vida romántica me ha llevado a opositar varias veces en esta segunda acepción. No por suscribir el régimen, he de aclarar en mi caso, sino por el sueño de vivir sin trabajar. Algo que, por lo demás, comparto con el resto de los españoles. 
 
El opositor se acoge al ideal del rentista, que es el de ingresar un dinerito al mes, todos los meses; aunque a cambio, si no del trabajo, sí de entregarle unas horas diarias al Estado. Los funcionarios son seres descansados pero menguados, que van por la vida con amputaciones de su tiempo. Ahora que lo pienso, le pasa lo mismo a todo trabajador, solo que este encima tiene que trabajar.
 
Estoy bromeando, naturalmente. Algunos funcionarios logran escaquearse, como en los viejos tiempos; pero la mayoría trabaja. Y hay sectores particularmente duros, como el de la enseñanza o la sanidad. Pero esa esperanza de relax sí que anida en el opositor, siquiera sea la de alcanzar el preciado empleo fijo, que en esta época está más caro que nunca. Esperanza que ha de afrontar el nada relajado y sumamente esforzado, durante meses o años, "proceso selectivo". Puede que el opositor aspire a no trabajar, pero en las oposiciones mismas vaya si tendrá que trabajar.
 
La amputación del tiempo es total en el periodo de las oposiciones, con la maldición añadida de que la exigua parte no amputada queda contaminada también, por la cantidad de basura que circula por el cerebro a partir de un momento determinado y por la culpa de no estar estudiando en los minutos libres. Los días del opositor son días de muy mala calidad. Sumados los días y los años gastados por todos los opositores, da una cantidad monstruosa de energía desperdiciada. Pero como diría un castizo malagueño: "Al menos están arretiraos de la droga".
 
Al leer las preguntas filtradas de las pruebas a periodista de RTVE, los no familiarizados con las oposiciones se han preguntado qué tenían que ver con el puesto. La respuesta es que esa no es la pregunta. En estos procesos selectivos de lo que se trata es justamente de seleccionar. Esto sirve para que entren los que se lo merecen; y ya de paso los enchufados a los que se les ha filtrado las preguntas. Quienes las filtran suelen ser, coherentemente, aquellos autodenominados de izquierdas que hoy atacan la meritocracia.
 
Algunas oposiciones sí me las he preparado más o menos, pero el mismo romanticismo que me ha llevado a presentarme me ha hecho a veces sabotearlas.
 
Mi dos momentos cumbre fueron cuando, en unas oposiciones a profesor de lengua y literarura, me preparé solo el tema de Góngora; y en otras a profesor de filosofía, solo el de Spinoza. Mientras me estudiaba a esos dos autores como si fuese a hacer una tesis doctoral, histrionozaba ante mis amigos: "¡Me lo juego todo a la carta gongorina!". O: "¡Me lo juego todo a la carta spinoziana!".
 
En ninguno de los dos casos salió la bolita, pero dudé si escribir el tema de Góngora cuando había salido el del Lazarillo, o el de Spinoza cuando el de Abelardo. No solo había cretinismo en mí, sino también una cierta lógica: endilgándole mis eruditos folios (¡con mi apabullante prosa!), el tribunal se rendiría ante mis cualidades.
 
Pero en ambas ocasiones terminé actuando igual (mi cretinismo se imponía indefectiblemente): entregué el examen en blanco, porque consideré que el tribunal no era digno de saborear mis conocimientos sobre Góngora o Spinoza. ¡Así funciono!
 
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