30.10.24

Un premio fruto del chapapote

El ministro Urtasun elimina el premio nacional de Tauromaquia y le da (lo da él, técnicamente) el de las Letras Españolas a Manuel Rivas, que del arte literario solo conoce el descabello. El socavón de calidad es tan abrumador que constituye un escándalo, también político. Muy en la línea de este Gobierno, por otra parte.

Un premio que aún no han recibido Félix de Azúa, Fernando Savater ni Andrés Trapiello, los mejores prosistas españoles vivos, los tres con más de setenta años, lo recibe uno con menos de esa edad cuyo uniquísimo mérito literario es haber acertado a poner la palabra "ornitorrinco" al final de un cuento. Bueno, esto es lo que había en mi memoria. Consulto el libro, ¿Qué me quieres, amor?, y lo que dice es: "¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!". Vale también. Son las palabras que el maestro republicano le enseñó al niño y que el niño le grita como insultos, integrado en la turba, cuando se lo llevan preso en el camión. Por lo demás, en la adaptación al cine, La lengua de las mariposas, lo suprimieron. La película (dirigida por José Luis Cuerda con guión de Rafael Azcona) es mala (salvo en la interpretación de Fernando Fernán Gómez), el cuento es malo, el libro es malo y la literatura toda de Rivas es mala. De hecho, no creo que sea ni literatura, sino un subproducto sentimental trufado de ideología torticera. Por esto, por la ideología torticera, lo ha premiado Urtasun, naturalmente.

Pongo las cartas sobre la mesa, para que mi cretinismo relumbre: de Rivas solo he leído ¿Qué me quieres, amor?, y en la traducción del gallego al castellano. Luego solo he picoteado otros libros suyos, sin que nada me hiciera intuir que mereciera la pena leerlos. Mi juicio sobre su obra, además de tajante, es infalible y se fundamenta en mi asombrosa capacidad de establecer el valor de un autor (funciona mejor con los malos) por ósmosis.

Sí he leído sus artículos en El País, hasta que dejé de leerlos: uno tiene que cuidar con la edad su salud, sobre todo la moral. La bilis disfrazada de miel de sus artículos, el runrún lánguidamente galleguiño con un puro propósito inquisitorial, esa plasta tan autocomplaciente de sentimentalismo sectario, me sentaban mal. Todo tenía un enfoque partidista, para atacar al PP. Si te dibujaba un crepúsculo bellísimo desde la Costa da Morte, lo cruzaba una gaviota con cara de Aznar a la que había que escupirle. En el chapapote se cumplió el tipo, como escritor y como todo. Fue su cumbre, el chapapote. (De aquel chapapote viene sin duda el lodo de su premio.)

Siempre recordaré (lo escribí en mi blog –ya lo quité– en 2008) el día en que unos jóvenes antidemócratas atacaron a María San Gil en la Universidad de Santiago de Compostela. Tras intentar pegarle (lograron herir a un escolta), la insultaron y le gritaron: "Ojalá te mate ETA". Esos energúmenos, estudiantes gallegos, eran hijos putativos de Suso de Toro y Rivas, entre otros: emulsiones de su chapapote moral. Esperé con morbo la columna de Rivas de aquella semana, para ver cómo este campeón antifascista no hablaba de lo fascistas que le habían salido sus hijos putativos... Como era previsible, ni mu del asunto. En vez de ello, sus mantras de siempre contra el PP: repetidos sin resquicio, como si tuviera miedo de que se le colase en la mente un airecillo ajeno al dogma.

Pero a mí me da pena que el premio no se lo hayan dado a Suso de Toro: en esa gama, la apuesta de Urtasun hubiera sido más desfachatada aún.

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PD. En el mismo número de The Objective aparece un artículo de Juan Marqués elogioso con mi denostado; lo pongo porque me gusta que sea así (en el periódico la voz de cada cual es una voz entre otras): "Manuel Rivas y el mundo que se oculta en el paisaje".

27.10.24

Errejón y el arrasamiento de la sintaxis de la intimidad

[Montanoscopia]  
 
1. La dimisión de Errejón y su voladura política le ha servido de alivio al Gobierno en una semana nefasta, entre otras cosas, por las informaciones de The Objective sobre la trama corrupta ligada al exministro (y exsecretario de organización del PSOE) Ábalos. Durante unos días solo se ha hablado de Errejón y su conducta sexual. Pero resulta que el partido de Errejón forma parte de la coalición de gobierno. Por lo cual el alivio del Gobierno es a costa de la pérdida de una de sus piezas. Imposible no acordarse del "¡Más madera!" de Groucho Marx: para que siga marchando el tren, hay que ir echando en la caldera trozos de ese tren.  
 
2. Todos los chistes sobre Errejón los he gastado en Twitter (chistes mayormente de pichas: ¡no me pidan inquisición, lo mío es carnaval y vodevil, incorregible frivolidad!). Para aquí me reservo una reflexión sobre el arrasamiento de la sintaxis de la intimidad que ha supuesto el predominio de la ideología. Lo de "lo personal es político" ha devastado lo personal y embrutecido lo político. La incapacidad de Errejón para explicarse, como hemos visto en su tortuosa carta, prueba que el procesamiento ideológico de la realidad es una basura. No vale para comprender ni vale para la vida. El conflicto entre persona y personaje del que habla Errejón se salda, como se ha dicho, con la derrota de la persona en su carta; esta solo acierta a balbucear engrudos ideológicos producidos por su personaje: que si la "subjetividad tóxica", que si el "patriarcado" o el "neoliberalismo"... No ayudan, desde luego, papanatas como Javier Aroca, que insiste en lo del neoliberalismo, u Octavio Salazar, que dice que todos los hombres llevamos un Errejón dentro (generalización insultante que pretende encubrir quizá una confesión propia: ¡sácate a tu Errejón, Salazar!).  
 
3. La precaria sintaxis de la intimidad de estos ignorantes políticos de la nueva política es algo precisamente nuevo: antes no era así. Todavía en los años ochenta, en la izquierda, estuvo la poética de la "otra sentimentalidad" de Luis García Montero y algunos poetas de su generación, que sabían indagar en sí mismos y articular un discurso íntimo (en comunicación con lo público). Y antes la de la generación de los cincuenta, con Jaime Gil de Biedma como gran sintáctico íntimo. Un poco mayor que este era Jorge Semprún, a cuya sintaxis íntima he asistido recientemente con mi lectura de su libro La escritura o la vida y el visionado de la película de Alain Resnais, de la que Semprún hizo el guión, La guerra ha terminado. Es otro mundo. Por estas comparaciones nos podemos hacer cargo de las dimensiones de la devastación.
 
4. Para mí el Ventoux es un monte totémico y leo cuanto puedo sobre él. Hay una curiosa bibliografía, que empieza con la carta en que Petrarca narra su ascenso a pie en el siglo XIV, Subida al Monte Ventoso, y pasa por las crónicas de las gestas (y tragedias) ciclistas en el Tour, como las recogidas en Cumbres de leyenda, de Carlos Arribas, y Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre. Ahora se ha publicado Un ascenso al Mont Ventoux, del naturalista del siglo XIX Jean-Henri Fabre, cuya atención se centra en la vegetación y los insectos de la subida. Una delicia que elogió en su día Gerald Durrell. Junto a este estoy pasando una temporada de felicidad en Corfú, gracias a la serie sobre su familia: Los Durrell. Me la perdí en su día, pero así es mejor, porque la felicidad de entonces ya se hubiese pasado y en cambio la estoy teniendo ahora. 
 
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25.10.24

Contra los hermanos Machado

[La Brújula (Opiniones ultramontanas)] 
 
Buenas noches. A mis hits en La Brújula (reconozco que odiosos, ¡pero así funciono!) de que Tolstói es un piernas y los Beatles son la tuna, añado otro más odioso aún: los Machado son los hermanos Calatrava de la literatura española. Nota para los jóvenes: los hermanos Calatrava eran unos caricatos sin gracia; y encima feos, solo que, como había uno más feo que el otro, este era conocido como "el guapo". Así ha sucedido con los hermanos Machado. Antonio y Manuel son unos piernas (¡tolstoianos!) de la poesía, o mejor dicho, del ripio; pero como Manuel es peor poeta que su hermano, Antonio es conocido como "el bueno". Pero también era malo, y la prueba es que acabó de letrista de Serrat (gracias a lo cual este ha recibido hoy el Princesa de Asturias de las Artes: ¡nunca se premia lo bueno!). La detestable política al menos nos ha permitido durante décadas comernos a uno solo de los Machado, Antonio, exaltado en la Transición por su republicanismo frente al franquista Manuel. La parte pesada es que a Antonio se le tomaba por san Antonio, un poeta obligatorio con el que había que comulgar en la escuela y el instituto, y que le daba nombre a centros culturales, calles, plazas y hasta (como ocurre en Málaga) a paseos marítimos. Ahora, con la exposición esa de Sevilla y la rehabilitación de Manuel, nos vamos a tener que comer a los dos. ¿No querías Machado? ¡Pues toma dos tazas! Los Machado representaban a las dos Españas, y por eso Antonio escribió lo de: "Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios: / uno de los dos Machado / ha de helarte el corazón". Pero ya no es uno de los dos Machado: ¡ahora son los dos Machado! Tan fraternos y cargantes como los Calatrava.

24.10.24

Variaciones sobre la muerte

Es cierto que Almodóvar ya no pisa la calle, pero ¿quién la pisa? La calle, no el yo, es la odiosa. Lo que hay que hacer es lo que hace Almodóvar: quedarse en el búnker (una mansión en su caso, un cuartucho en el mío) forrado de colchones culturales hasta que todo esto pase. Es decir, la vida.
 
Cuando se está fuera de su curso, quedan solo dos diálogos posibles: con la cultura y con el tiempo; o sea, respecto a esto último, con la existencia despojada. Hay una estilización existencial, una simplificación. Queda lo que se ha hecho a lo largo de los siglos para pasar la vida y queda el fin de la vida.
 
El fin físico, porque hay un fin anterior. Me ha sorprendido que en La habitación de al lado, la nueva película de Pedro Almodóvar (que es de la que estoy escribiendo), se diga una frase que leí en El sexo y el espanto, de Pascal Quignard (no sé si se le ha ocurrido a su vez a Almodóvar, si viene en la novela de la que ha hecho el guión, Cuál es tu tormento, de Sigrid Nunez, o si Almodóvar está citando implícitamente a Quignard): "Lo contrario de la muerte no es la vida, sino el sexo".
 
Hasta que se dice esa frase, yo estaba esperando algún encuentro sexual en la película. A modo de despedida corporal de los placeres. Pero no, el ámbito ya es tanático. Las preciosas casas de la película, el precioso hospital, todos con vistas, son ya sarcófagos (coloridos). De sexo solo se habla fuera, en el igualmente precioso jardín: pero es un sexo pasado, como de paraíso pasado. (Se me ocurre otra frase, a propósito de lo que dije al principio: "Lo contrario de la muerte no es la vida, sino la calle".)
 
Fuera (además del excurso de la guerra y el del incendio) se habla también de apocalipsis climático, como de muerte global futura. Es la muy comentada secuencia de la turra de Turturro, en la terraza del restaurante campestre, con río. Pero si es una prédica del director, como se ha criticado, este se la toma con ironía, porque Julianne Moore le reprende. Tal vez Almodóvar se dé cuenta de que es un bobo en la vida y deje solo para las películas su inteligencia. Sería un logro aristotélico, porque es en las obras donde el artista se da en acto, con sus potencialidades cumplidas, permanentemente.
 
La muerte colectiva, en cualquier caso, no viene a cuento en una película que habla de la muerte individual, con el radicalismo de lo irrepetible. El mundo que se deja. Las últimas miradas, de la mujer que sobrevive y de la que muere (aquí Tilda Swinton, en algunos planos transmutada en Richard Widmark). En las variaciones sobre la muerte que ofrece Almodóvar en La habitación de al lado no podía faltar la de la muerta que sobrevive y ve por un instante cómo sería el día sin ella: cuando aparece tras la cristalera como una mancha de luz blanca y encuentra a Moore llorándola. Suena una música (enorme Alberto Iglesias) entre de Tristán e Isolda y Vértigo.
 
Y están las referencias culturales, las que acolchan el búnker y lo hacen en un sentido profundo habitable: Dora Carrington, Lytton Strachey, Leonora Carrington, Virginia Woolf, Buster Keaton (Siete ocasiones), Roberto Rossellini (Te querré siempre) y sobre todo Edward Hopper y James Joyce: estos últimos, el sol (Gente al sol) y la nieve (Los muertos); gente al sol como si estuviera muerta. Tres veces se repite el último párrafo de la novela corta de Joyce y las tres veces emociona, con gradación creciente.
 
Entre las tontas declaraciones de Almodóvar están las de que tener un hijo es un gesto egoísta. Puede que lo sea, como lo son las casas y las ropas de lujo de Almodóvar (¡y hasta su melodramático apoyo a Sánchez!). Pero en la película (definitivamente le ha dejado a su cine el monopolio de la inteligencia) hay el mayor canto al engendrar que ha habido en el arte en mucho tiempo. En esta ocasión, de estirpe platónica.
 
Fue Eugenio Trías el que señaló esa raigambre inesperadamente nietzscheana de Platón: los hijos como inmortalidad inmanente; la vida que se renueva por los cuerpos, en la tierra, sin necesidad de trasmundo. Algo compatible con la eutanasia (o el suicidio) que defiende la película: admirablemente coherente Almodóvar aquí, fiel al sentido de la tierra (pertinente, pues, el ataque al policía integrista). El director lo propone cuando, después de la muerte de Swinton, aparece la hija (vivo retrato de la madre, aunque ya sin destellos widmarkianos) por la misma cristalera y se coloca en la misma tumbona al sol.
 
Reservaba además Platón (y Nietzsche y Trías) una inmortalidad terrenal al que no tiene hijos pero sí obras. Así Almodóvar con sus películas. La habitación de al lado, como película perfecta (así la ha calificado el fino cinéfilo Pablo Muñoz, contra tanto cabeza de chorlito de estragado gusto; son los túrricos Turturros de enfrente) y bellísima, hábil en el arte de contener la emoción para que no resulte fraudulenta, es ya una cápsula que seguirá enseñando en la vida lo que es la muerte y lo que fue la vida (y la calle, y el sexo).
 
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20.10.24

Insufrible ping-pong de corrupciones

1. La fecundidad del surrealismo tal vez se deba a la combinación de lo pasional y lo antisentimental; en este sentido, vendría a ser un romanticismo higiénico. Guillaume Apollinaire preparó el camino con su sentimentalismo zumbón, histrionizante. Tras las gamberradas definitivas de Dadá, en las que participó André Breton, este inauguró un nuevo movimiento de afirmación, de ascensión: el surrealismo. Se trataba de reencantar el mundo. Se han cumplido cien años del primer manifiesto y para mí la mejor introducción es el artículo "El surrealismo" que escribió Octavio Paz en 1954 (está en su libro Las peras del olmo). Algunas expresiones cazadas al vuelo: la verdadera vida, los fantasmas del deseo, lo maravilloso cotidiano... Y este párrafo: "En Arcano 17, André Breton habla de una estrella que hace palidecer a las otras: el lucero de la mañana, Lucifer, ángel de la rebelión. Su luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía. Cada uno de ellos se refleja en los otros dos, como tres astros que cruzan sus rayos para formar una estrella única". Aunque hay una cierta claudicación en el cambio del título de la revista inaugural del surrealismo por el de la siguiente, de La revolución surrealista a El surrealismo al servicio de la revolución (que en realidad indica que los surrealistas se querían tomar las cosas en serio), Breton se mantuvo siempre íntegro y fue de los primeros que denunció a Stalin. Su figura magnética emociona en retratos vivos como el de Sarane Alexandrian en Breton según Breton o en los capítulos dedicados al surrealismo de Revolucionarios sin revolución de André Thirion. Albert Camus dijo algo bellísimo de él en El hombre rebelde: "En su perro tiempo, y no se puede olvidar esto, es el único que ha hablado profundamente del amor. El amor es la moral angustiada que ha servido como patria a este exiliado". Contra lo que repiten los bobos, fue un gran poeta. Baste este verso de La unión libre: "Mi mujer de sexo de alga y de bombones antiguos". O estos de En el camino de San Romano: "La poesía se hace en la cama como el amor / Sus sábanas revueltas son la aurora de las cosas". 

2. Después de hablar de Breton solo se puede hablar de Sánchez como de un fantoche tipo Ubú (Breton fue un gran admirador de Alfred Jarry, le dedica un capítulo exaltante en Los pasos perdidos). Después del Ubú rey de Jarry, estuvo el Ubú president de Els Joglars y ahora está el Ubú presidente que se ha montado Sánchez solito, alentado por el aplauso de los suyos. Es un patán asombroso: diciendo vaciedades contra los bulos, cuando el bulo es él; contra el fango, cuando el fango es él; y contra los enemigos del Estado de derecho, cuando no lo hay mayor que él. Habla también contra la crispación, mientras crispa más que nadie y, como buen Ubú, nos mete el palitroque por las onejas

3. La usual inercia de apoyar a cualquier gobierno que se presente como de izquierdas, haga lo que haga, por parte de nuestra intelectualidad y de nuestro, así llamado, mundo de la cultura, les ha jugado una mala pasada a los que apoyan al actual: su abyección los ha arrastrado a ellos hasta unos límites de subterraneidad irreversibles. No van a salir indemnes. Es muy grave lo que han callado o consentido, lo que han aplaudido. Lo pagarán. 

4. La condena a Zaplana nos recuerda que el PP forma parte de este asqueroso pastel. Las corrupciones del PP y el PSOE sirven de coartadas recíprocas. ¡El insufrible ping-pong! 

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17.10.24

El oído de Van Gogh

Es una lástima que en español "oreja" y "oído" sean cosas distintas, a diferencia del inglés, que para ambos usa "ear". Así pierde la plenitud de su gracia el chiste de Billy Wilder en Bésame, tonto, en que sobre uno de los musicastros locales de la película se dice: "He has Van Gogh's ear for music". Tiene el oído (¡la oreja!) de Van Gogh para la música. La oreja cortada, naturalmente.

Del grupo La Oreja de Van Gogh, que no me gusta, podría decir también que tiene el oído (¡la oreja!) de Van Gogh para la música. ¡Debería haberse llamado Van Gogh's Ear y así habría encajado el chiste de Wilder en su plenitud! Pero nadie es perfecto.

Ahora La Oreja está en boca de todos porque los talluditos del grupo han expulsado a la cantante, como ya hicieran de jovencitos con la otra cantante. Detecto una tendencia en los que eran jovencitos y son talluditos: expulsar a las cantantes, a modo de feminicidio musical, para quedarse ellos solos. Todas las fotos de talluditos son devastadoras, devastación que cantaba más que nunca en los Orejas por su contraste con la cantante.

Viendo una de esas fotos últimas, y eliminando mentalmente a la cantante, he descubierto cuál es la ambición secreta de los Orejas: ¡ser los Hombres G! Estos son talluditos sin el contraste de ninguna cantante: íntegramente talluditos. Sin embargo, para mí los Hombres G, que tampoco me gustan, tienen igualmente el oído (¡la oreja!) de Van Gogh para la música. Digamos que los Hombres G son una Oreja de Van Gogh sin tía. Esto les ha ahorrado desde el principio el papelón de ejercer el feminicidio musical como los Orejas.

Mi problema con la música es muy simple: solo me gusta la brasileña. Esta te acostumbra a unas sutilezas, a unas complejidades armónicas –incluso si no se entiende de música, como es mi caso; pero el oído (¡la oreja!) se acostumbra– que hace que todas las demás músicas te parezcan marchas militares. El chunda-chunda tanto de La Oreja de Van Gogh como de los Hombres G serviría para invadir Polonia.

Mi biografía musical se resume rápido. En casa sonaban Manolo Escobar, Juanito Valderrama y similares; mi autonomía infantil se limitaba a poner los casetes de Los Payasos de la Tele. Y además, por supuesto, lo que sonaba en Aplauso, etcétera, y en la radio (¡El Búho Musical, programa malagueño!). Luego llegó la Movida (¡tras un brevísimo paso por Serrat y Perales, y un revival de los Beatles cuando mataron a Lennon!) y durante los ochenta solo escuché aquella música, española y extranjera; más la clásica, a la que me aficioné en el mismo periodo. Pero a principios de los noventa llegó la brasileña y se acabó: se lo chupó todo. Me comió íntegramente la oreja (¡y el oído!), taponándola para las demás.

Pero destaco ahora el efecto de la música que no me pongo pero que se me cuela, porque suena por ahí. A veces te pilla a traición y te conmociona una melodía que ni sabías que tenías dentro: "La fuerza del destino" de Mecano o la propia "Venezia" de Hombres G. La música popular, las musiquillas del desorejado Van Gogh, que te destrozan tantos momentos cotidianos con su insistencia, de repente se han llevado el tiempo que saboteaban y lo contienen.

No son los olores magdalenescos de Proust, sino las musiquillas desoídas las que te abofetean con sus orejazas de Dumbo y te traen inesperadas briznas del pasado, o del tiempo completo. Instante en que a uno no le queda más remedio que echarse a llorar. Desorejadamente.

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13.10.24

Cuchillas de doble hoja contra el sanchismo

[Montanoscopia] 

1. Las risotadas contra el sanchismo, en este momento de explosión de su podredumbre, son cuchillas de doble hoja: también nos desgarran por dentro. Es el país el perjudicado. Sánchez se irá por el sumidero, a su triste puesto entre los peores de la historia de España (en su caso, subsección mediocres), pero tardaremos mucho en recomponernos. Tiene difícil solución la tierra arrasada que deja, no ya en las instituciones, sino ante todo entre sus cómplices, entre los silentes. En cuanto a mí: ojalá me libre pronto del desprecio que siento por tantos, que también me corta. 

2. El silencio de los silentes: no es estático, sino dinámico. Cuanto más grave es la situación, más grave es el silencio. 

3. Mi corazoncito está con Jésica, estudiante de odontología. Instalada en la Torre de Madrid por Ábalos, le escribía a Koldo (asesor del entonces ministro) porque el congelador pitaba. Contratiempos domésticos en aquellas alturas que me enternecen. Conozco bien la Torre, porque un amigo mío vivía en el piso 23. Otro amigo, empresario gay, se traía muchachitos de provincias y los tenía alojados en unas oficinas lujosas pero desoladas. Una tarde me asomé y había uno, guapo, animoso, comiéndose un bocadillo de jamón york. Leo (no sé si es broma) que a Jésica la llamaban "la 20 minutos". Es tristísimo y también bellísimo, con punzada. Esas vidas precarias, relacionadas con la belleza y el placer: dones fungibles. Solo me sale al pensar en ella lo de una canción de Caetano Veloso: "Eu canto pra Deus proteger-te". 

4. Me gusta la nueva premio Nobel, la coreana Han Kang. Digo que me gusta ella, que es más o menos de mi edad; su literatura no la he leído. Como siempre, se han sucedido las bromitas. Ocurre casi cada año, incluido el de Szymborska, que resultó ser una maravilla. Todos los premios son engañosos y el Nobel, que es el premio mayor, es el más engañoso: introduce una especie de final feliz en la vida de los escritores. Final sí que es con frecuencia, porque el Nobel los aplasta; pero que sea feliz estará por ver, como en todas las vidas que siguen. Los libros, por otra parte, solo tienen un final feliz posible: que se cumplan en un lector, con o sin premio. 

5. El ministro Urtasun me ha resuelto un dilema que yo venía teniendo: cómo comportarse con las autoridades cuando son impresentables como las del Gobierno del que forma parte el ministro Urtasun. ¿Hacer abstracción de la impresentabilidad del individuo que ostenta el cargo y ser educado con lo que representa, que es la voluntad popular, o no? Urtasun, al maleducadamente no aplaudir al Juli cuando este recibía el premio nacional de Tauromaquia (suprimido por Urtasun), me indica el camino: no hacer abstracción de los impresentables, que ni el que hagamos abstracción de ellos mismos se merecen. 

6. Ha pasado una semana y ningún diputado del PP (ni de Vox) ha renunciado a su escaño por haber votado una reforma legal que no se leyó: tendrían que haber renunciado todos. El sanchismo es una danza a dos, en la que también participa la oposición inoperante. Tautológicamente: cuando un partido gobierna es porque el otro no se lo ha ganado. 

7. Brasas anuales que, desde la muerte de Franco (que nos pilló de niños), jamás padecimos los de mi generación: la del 18 de julio, la del 12 de octubre. La pseudoizquierda las ha reinstaurado, con sus insufribles recordatorios; y saltan con igual pesadez los de enfrente. Es un franquismo invertido (¡exactamente las mismas fechas de Franco!) el de esta España insoportable. 

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11.10.24

A favor de las despedidas de soltero

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:21:19
 
Buenas noches. Mi condición de bufón del programa me permite, casi me obliga, a llevarle la contraria al rey Latorre. Esta semana, como ha hecho otras veces, se pronunció radicalmente en contra de las despedidas de soltero, y hasta le quitó la palabra a Pablo Pombo cuando se disponía a iniciar una defensa. Aunque sea lo último que haga en el programa, la defensa la voy a hacer yo ahora. A mí me encantan las despedidas de soltero por su valor filosófico. El filósofo que más admiro es Nietzsche, que dividía el mundo entre lo apolíneo y lo dionisiaco. Pues bien, las despedidas de soltero son un ejemplo vibrante de lo dionisiaco. Lo dionisiaco es la exaltación de la vida, del desorden, del instinto. El matrimonio, en cambio, sería un ejemplo de lo apolíneo: la moderación mortecina, el orden, la sensatez. Quien se casa abandona la vitalidad salvaje del dios Dionisos y se sepulta en la mesacamilla, con estufita y babuchas, del pálido Apolo. Las despedidas de soltero son el último momento dionisiaco de quienes se van a casar. El futuro esposo o esposa, antes de esposarse a Apolo, se descoca en una fiesta final consagrada a Dionisos. Este es un dios comunitario, por eso los solteros y solteras llevan su cortejo de iguales, ataviados con motivos generalmente obscenos. En el fondo es la hoguera en la que arde lo que no se quiere que entre en el domicilio conyugal: la borrachera, la juerga, el despendole, la provocación... Querido oyente, diga lo que diga el rey Latorre, respeta el espectáculo de las despedidas de soltero cuando te cruces con una por la calle: se está oficiando un rito filosófico, la última noche feliz (¡dionisiaca!) de los solteros y solteras que van a sacrificarle su vida (¡su sexualidad!) al pichatriste Apolo.

10.10.24

No volveré a Madrid

Me sienta bien Madrid, pero no volveré a Madrid. ¡Se acabó Madrid para mí!

Mi ideal siempre ha sido vivir entre Málaga y Madrid. Logré cumplirlo durante unos años, cuando disponía de dinero y tiempo a la vez. Mi ratio era cuatro o cinco semanas en Madrid y una en Málaga. Siempre más Madrid que Málaga: la intensidad de Madrid sobre la languidez de Málaga. Llegar a Málaga con la intensidad de Madrid. Volver a Madrid con la languidez de Málaga; es decir, con el inicio de la languidez: justo antes de que la languidez empezara a estrangularme me iba.

Ahora sucede al revés. Llego a Madrid lánguido, tras semanas o meses en Málaga, y con el inicio de la intensidad regreso. Ahora solo se me agita un poco la languidez (apenas un comienzo de renovación) antes de regresar a ella. La languidez es mi casa. La languidez es mi sepultura. El día a día lánguido en Málaga es mi vida ahora. Es una languidez amable, con la brisa y el mar, y el solecito en invierno. ¡Y la dinamización de los cuartos con los ventiladores!

Dejo pasar semanas, meses, entre un viaje a Madrid y otro. Y, como sigo teniendo la pulsión de vivir en Madrid, repito un circuito, más o menos ritualizado, con el que fuerzo una especie de cotidianidad. Voy a los mismos sitios para asegurarme de que siguen ahí, y de que yo sigo de algún modo ahí también, en ellos, ante ellos. A veces los sitios desaparecen: locales que cerraron o mutaron. Y una vez el sitio cambió de sitio: mis dos musas acuáticas de la fuente que había arriba en la plaza de España ahora están abajo en la plaza de España; justo, por cierto, en el camino de otro de mis sitios, el templo de Debod (en el que no he estado en este último viaje). Algunos se incorporan, como la calle Pavía tras mi lectura de Berta Isla. Y luego Javier Marías se murió.

Se murió también hace poco Cristóbal Ruiz, con el que me fui a Madrid de estudiante a los diecinueve años. Éramos amigos difíciles, con intermitencias; había algo que nos impedía sintonizar. No nos veíamos (ni nos comunicábamos) desde 2015. Pero me ha sorprendido el aluvión de recuerdos suyos que tengo. Recuerdos que no frecuentaba en mi cabeza y que estaban ahí: todo un mundo. Ahora me explico Recherches como la de Proust.

En Madrid tengo amigos y amigas, y los veo con gusto. Me doy mis paseos y me siento en los banquitos y en los cafés. Fatigo (¡borgianamente!) librerías; la Cuesta de Moyano, la Feria del Libro de Ocasión. Acudo a eventos, crepitantes para el que llega de fuera, con sus morbosos cotilleos. Me lo paso ciertamente pipa. Y sobre todo me dejo azotar por el huracán de vida de Madrid, qué pujanza de calles, vibración en cada paso. Pero hay algo también que es dar vueltas para nada. Hay como un vacío del "hombre disponible" que se menciona en Vértigo o del Swann del primer tomo.

En el jardincito del Príncipe Anglona, en el parque de Atenas por la ventana del autobús, en el paseo de las Delicias y la calle Delicias, en el puente de Juan Bravo, en la mole de Atocha desde el hotel Mediodía se impone de pronto una percepción, inducida tal vez por el centenario de la muerte de Joseph Conrad: la de esa línea de sombra que advierte de que la primera juventud (que en mí se ha prolongado hasta los cincuenta y ocho años) debe ser por fin dejada atrás. 

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6.10.24

El presidente Égolo y este país (¡austrohúngaro!) de Franquitos

[Montanoscopia] 
 
1. Vengo a Madrid para la grabación de una charla con Marta Suárez y Diego Urteaga para el podcast Prólogos, que se publicará en breve. Lo hacemos con público en la Biblioteca Eugenio Trías, la más bonita de España y con el nombre del filósofo (¡catalán!) que tanto admiré. Para mí es un honor. Noto que cada vez me voy despegando más de este mundo feo y de la infamante actualidad, lo que me compromete como columnista. En realidad, el columnismo me obliga a seguir bregando: es una de esas cosas incómodas que están bien. Aunque no puedo dejar de combinarlo con los desplantes. Cuando me preguntan por la cultura, digo que la cultura es uno encerrado en su cuarto leyendo un libro y que lo demás son festejos. Cuando me piden que recomiende un título, doy El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna, de Claudio Magris. Una propuesta intempestiva que no deja de venir a cuento en la España de hoy: al fin y al cabo, somos ya un país plenamente austrohúngaro. 
 
2. Sánchez aparece en El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas, como Égolo. Algo que ha silenciado nuestra, así llamada, prensa cultural. Miro en Google y solo hay una mención, en una entrevista de 20 minutos. Vilas se arrima al toro en su libro y este silencio es una prueba. El (arriesgado) chiste viene reforzado porque, como recuerda el autor, su mote se inspira en el Kniébolo de Jünger, quien se refería así a Hitler en sus diarios.  
 
3. El resto de los escritores sigue callado ante Égolo, cuando no lo apoya abiertamente (o trabaja para él). Yo sigo fascinado con los de El País: los misceláneos de los miércoles, el argullólico de los sábados. ¿Qué respeto se les puede tener ya? Del argullólico me temo que se suba al carro antisanchista a ultimísima hora como hizo la otra vez, cuando ya no cueste nada y hasta sea rentable, y nos sermonee con un Todo lo que era Sánchez, como si los pecadores fuésemos los demás.  
 
4. Han saltado las alarmas en Pearl Harbour (¡perdón por la manida bromita!) con el artículo de The Economist sobre la deriva autócrata de Sánchez. Pero es tarde para las componendas: el hispanismo inglés ya ha empezado a trabajar en el nuevo pájaro histórico que le ofrecemos. 
 
5. Ya que sigo en Madrid, asisto a la presentación de La ruptura, de Ramón González Férriz. Se habla en corrillos de los que se enfadaron con Férriz, los simpatizantes del PSOE que entraron en el poder. Tal cabreo no tuvo como resultado una refutación del libro, sino su confirmación: la última prueba ha sido su ausencia del acto, escenificando la ruptura.  
 
6. En la biografía de Benet, El plural es una lata, se habla de cuando se implantó en España el DNI, a propósito de que el cuerpo de ingenieros estuvo entre la primera hornada de inscritos. Suelto una carcajada al leer que el DNI número 1 fue el de Franco. Mi carcajada es por pensar que todos los españoles formamos fatalmente parte de una serie numérica que se inicia con él. Somos técnicamente Franquitos. Lo que se evidencia en ocasiones como la del 23-J de 2023, en que tuvimos la oportunidad de guillotinar electoralmente al déspota de turno (¡para una vez que se podía!) y no lo hicimos.  
 
7. Como hacen los viñetistas con sus pancartas al pie de sus dibujos, al pie de esta Montanoscopia pongo mi execración de la abyecta y repulsiva manifestación pro Hamás en conmemoración del pogromo del 7-O que se celebra este domingo en Madrid. 
 
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3.10.24

Montano opositor

Están los opositores al régimen y están los opositores de las oposiciones, que son o pretenden ser suscriptores del régimen. Mi vida romántica me ha llevado a opositar varias veces en esta segunda acepción. No por suscribir el régimen, he de aclarar en mi caso, sino por el sueño de vivir sin trabajar. Algo que, por lo demás, comparto con el resto de los españoles. 
 
El opositor se acoge al ideal del rentista, que es el de ingresar un dinerito al mes, todos los meses; aunque a cambio, si no del trabajo, sí de entregarle unas horas diarias al Estado. Los funcionarios son seres descansados pero menguados, que van por la vida con amputaciones de su tiempo. Ahora que lo pienso, le pasa lo mismo a todo trabajador, solo que este encima tiene que trabajar.
 
Estoy bromeando, naturalmente. Algunos funcionarios logran escaquearse, como en los viejos tiempos; pero la mayoría trabaja. Y hay sectores particularmente duros, como el de la enseñanza o la sanidad. Pero esa esperanza de relax sí que anida en el opositor, siquiera sea la de alcanzar el preciado empleo fijo, que en esta época está más caro que nunca. Esperanza que ha de afrontar el nada relajado y sumamente esforzado, durante meses o años, "proceso selectivo". Puede que el opositor aspire a no trabajar, pero en las oposiciones mismas vaya si tendrá que trabajar.
 
La amputación del tiempo es total en el periodo de las oposiciones, con la maldición añadida de que la exigua parte no amputada queda contaminada también, por la cantidad de basura que circula por el cerebro a partir de un momento determinado y por la culpa de no estar estudiando en los minutos libres. Los días del opositor son días de muy mala calidad. Sumados los días y los años gastados por todos los opositores, da una cantidad monstruosa de energía desperdiciada. Pero como diría un castizo malagueño: "Al menos están arretiraos de la droga".
 
Al leer las preguntas filtradas de las pruebas a periodista de RTVE, los no familiarizados con las oposiciones se han preguntado qué tenían que ver con el puesto. La respuesta es que esa no es la pregunta. En estos procesos selectivos de lo que se trata es justamente de seleccionar. Esto sirve para que entren los que se lo merecen; y ya de paso los enchufados a los que se les ha filtrado las preguntas. Quienes las filtran suelen ser, coherentemente, aquellos autodenominados de izquierdas que hoy atacan la meritocracia.
 
Algunas oposiciones sí me las he preparado más o menos, pero el mismo romanticismo que me ha llevado a presentarme me ha hecho a veces sabotearlas.
 
Mi dos momentos cumbre fueron cuando, en unas oposiciones a profesor de lengua y literarura, me preparé solo el tema de Góngora; y en otras a profesor de filosofía, solo el de Spinoza. Mientras me estudiaba a esos dos autores como si fuese a hacer una tesis doctoral, histrionozaba ante mis amigos: "¡Me lo juego todo a la carta gongorina!". O: "¡Me lo juego todo a la carta spinoziana!".
 
En ninguno de los dos casos salió la bolita, pero dudé si escribir el tema de Góngora cuando había salido el del Lazarillo, o el de Spinoza cuando el de Abelardo. No solo había cretinismo en mí, sino también una cierta lógica: endilgándole mis eruditos folios (¡con mi apabullante prosa!), el tribunal se rendiría ante mis cualidades.
 
Pero en ambas ocasiones terminé actuando igual (mi cretinismo se imponía indefectiblemente): entregué el examen en blanco, porque consideré que el tribunal no era digno de saborear mis conocimientos sobre Góngora o Spinoza. ¡Así funciono!
 
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