Cuanto más complejos son los tiempos, más prolifera la gente cargada de razón. Parece una paradoja, pero es lo más lógico: la complejidad es difícil de sobrellevar. La paradoja está en otra parte: en el peso. La gente cargada de razón, aunque está cargada (de razón), se muestra más ágil, más presta a actuar. Los que tienen la razón disipada, sin embargo, tienden a quedarse paralizados, como entorpecidos por la pesadumbre. Con esto vuelvo al principio: estar cargado de razón en el fondo es un alivio. Lo que pesa, realmente, es la conciencia de la complejidad.
Rafael Latorre manifestaba ayer, aquí en Zoom News, un estupor que comparto por quienes, cargados de razón, pretenden tomarse la justicia por su mano. Haciendo abstracción de las protestas concretas (y haciendo abstracción de columnistas como Almudena Grandes o Isaac Rosa que lo que hacen con sus columnas es defender su modelo de negocio: viven del amago coctelero), lo que llama la atención es el aliento antidemocrático. Plantear el problema, quejarse, protestar, intentar que mejoren las leyes son, naturalmente, ejercicios democráticos. Democráticos no solo porque la democracia los permite, sino porque son los que constituyen la democracia.
Lo antidemocrático es el movimiento posterior: el de considerar que, una vez emitida la protesta, ya no hay más que hablar. La pretensión –que podríamos ejemplificar en la proclama de Ada Colau ante los diputados– de que se tiene la última palabra, de que se ha llegado a una postura ya incuestionable, inatacable; una postura frente a la que ya no se puede ejercer una protesta democrática. La pretensión de ser la última instancia que juzga el problema, la que emite el veredicto definitivo, sobre el cual no cabe ya recurso.
La cuestión es que la razón de los que están cargados de razón no es siempre la misma. Hay colisión y enfrentamiento entre las razones de los cargados. Y para que puedan convivir unos con otros hará falta arbitrar un sistema que (¡oh!) se tendrá que parecer bastante a esta democracia representativa que les sabe a tan poco a nuestros cargados de razón.
[Publicado en Zoom News]
28.3.13
19.3.13
La izquierda uterina
Hay una cierta izquierda que es antimilitarista, anticlerical y antimachista... hasta que aparece un militarote predicador y machista que se dice de izquierdas. Entonces todo eso que critica pasa a celebrarlo. Y no lo hace con contención, sino desatadamente: como si su antimilitarismo, su anticlericalismo y su antimachismo fuesen, en realidad, esforzados ejercicios de contención de un militarismo, un clericalismo y un machismo propios, para cuya expresión sin tapujo solo necesitaba una coartada ideológica. El frenesí con que se ejerce entonces podría ser calificado, por usar el lenguaje psicoanalítico, de “retorno de lo reprimido”.
Solo eso explicaría el inaudito aplauso, por parte de esa cierta izquierda, a militarotes predicadores y machistas como Fidel Castro o Hugo Chávez. En las recientes pompas fúnebres de este (ciertamente pomposas) me estuve fijando en la pasión que despertaba entre mujeres que, luchando por una nueva sociedad, han acabado de adoradoras del macho alfa de su tribu. En sentido estricto, no tengo nada contra esto (cada cual da salida a sus pulsiones como puede); pero chirría el contraste entre la prédica y el ejemplo. Y, sobre todo, produce melancolía que lo más volátil de todo y lo más abstracto (también lo más barato), como es la adscripción ideológica, sea lo que tenga la última palabra sobre casi todo. En el caso de Chávez, la última palabra exculpatoria.
El Fary (¡permítanme el salto mortal!) no tuvo tanta suerte. Cada vez que abría la boca, esa cierta izquierda se le echaba encima; sobre todo ciertas mujeres de esa cierta izquierda. Por ejemplo, a propósito de estas ya conocidísimas declaraciones, que casi podrían llamarse ya (si tomáramos al Fary igualmente como predicador) “El sermón del hombre blandengue”:
Hace años que reaparecen cada no mucho en las redes sociales, y uno nunca elude darle al play. Son, literalmente, incalificables. Esta vez vi el vídeo (de aquí mi asociación) justo en los días del empacho chavista. Y entonces me di cuenta de que si el Fary hubiera dicho eso mismo pero con acento venezolano y en chándal chillón, habría sido aplaudido por los mismos (¡y las mismas!) que lo critican. Porque esa cierta izquierda, sobre todo en su rama uterina, está deseando que una coartada ideológica le permita salir del armario para someterse al macho alfa y proclamar, con el Fary, que también desprecian al hombre blandengue.
[Publicado en Zoom News]
Solo eso explicaría el inaudito aplauso, por parte de esa cierta izquierda, a militarotes predicadores y machistas como Fidel Castro o Hugo Chávez. En las recientes pompas fúnebres de este (ciertamente pomposas) me estuve fijando en la pasión que despertaba entre mujeres que, luchando por una nueva sociedad, han acabado de adoradoras del macho alfa de su tribu. En sentido estricto, no tengo nada contra esto (cada cual da salida a sus pulsiones como puede); pero chirría el contraste entre la prédica y el ejemplo. Y, sobre todo, produce melancolía que lo más volátil de todo y lo más abstracto (también lo más barato), como es la adscripción ideológica, sea lo que tenga la última palabra sobre casi todo. En el caso de Chávez, la última palabra exculpatoria.
El Fary (¡permítanme el salto mortal!) no tuvo tanta suerte. Cada vez que abría la boca, esa cierta izquierda se le echaba encima; sobre todo ciertas mujeres de esa cierta izquierda. Por ejemplo, a propósito de estas ya conocidísimas declaraciones, que casi podrían llamarse ya (si tomáramos al Fary igualmente como predicador) “El sermón del hombre blandengue”:
Hace años que reaparecen cada no mucho en las redes sociales, y uno nunca elude darle al play. Son, literalmente, incalificables. Esta vez vi el vídeo (de aquí mi asociación) justo en los días del empacho chavista. Y entonces me di cuenta de que si el Fary hubiera dicho eso mismo pero con acento venezolano y en chándal chillón, habría sido aplaudido por los mismos (¡y las mismas!) que lo critican. Porque esa cierta izquierda, sobre todo en su rama uterina, está deseando que una coartada ideológica le permita salir del armario para someterse al macho alfa y proclamar, con el Fary, que también desprecian al hombre blandengue.
[Publicado en Zoom News]
14.3.13
Emociones vaticanas
Arcadi Espada suele citar como ejemplo de titular perfecto este que escribió nuestro añorado Félix Bayón cuando eligieron a Juan Pablo II: “El nuevo Papa, un polaco joven, abierto en política y moderado en el dogma”. Ciertamente, ex cathedra. Bayón murió un año después de que llegara al papado Benedicto XVI, por lo que el cónclave de ahora ha sido el primero en su ausencia. No he podido evitar recordarlo mientras miraba las fumatas. Riéndome además, al pensar en la gracia que le habría hecho saberse propulsor de emociones vaticanas. Puede que tuviera para un buen artículo.
La última vez que hablamos salió el nombre de Chesterton, y le conté la anécdota, no sé si apócrifa, de por qué este autor inglés se convirtió al catolicismo. Una vez, paseando por Londres, vio una iglesia católica abierta y entró. En ese momento estaba dando su sermón el sacerdote. Se quedó a escucharlo. “Me pareció tan horrible”, se dice que dijo Chesterton, “que consideré que algo bueno debía de tener la Iglesia católica para haber sobrevivido tantos siglos a este tipo de sermones”.
Ahora, mi emoción particular aparte, ha vuelto a percibirse ese cierto carácter hipnótico. Hemos estado pendientes del cónclave, del “extra omnes”, de las fumatas, del “habemus Papam”. Comentándolo con ironía, pero comentándolo. Los católicos lo vivirán como algo suyo. El resto, como un gran espectáculo, entre pomposo y kitsch, pero con una solemnidad que impresiona. Es algo vivo en lo que anidan milenios. Cuando se ve la serie Roma, de la HBO, se comprende cuánto queda de romano en la Iglesia: túnicas, ceremonias, ademanes, el eco de los sacrificios. Borges habló de “la nostalgia del latín”. Y también de “la púrpura, la mitra, la liturgia”.
Entonces ha salido la fumata blanca y un rato después el nuevo Pontífice, que es argentino como Borges, y jesuita, y que ha escogido llamarse Francisco I. Suenan campanas en el barrio y pienso que solo el fútbol hace también que se note en estas calles lo que ocurre lejos. Los católicos ya tienen Papa. Yo me acuerdo del hombre que, en un momento como este, se metió en algún sitio a redactar la noticia. Y le supo poner el titular.
[Publicado en Zoom News]
La última vez que hablamos salió el nombre de Chesterton, y le conté la anécdota, no sé si apócrifa, de por qué este autor inglés se convirtió al catolicismo. Una vez, paseando por Londres, vio una iglesia católica abierta y entró. En ese momento estaba dando su sermón el sacerdote. Se quedó a escucharlo. “Me pareció tan horrible”, se dice que dijo Chesterton, “que consideré que algo bueno debía de tener la Iglesia católica para haber sobrevivido tantos siglos a este tipo de sermones”.
Ahora, mi emoción particular aparte, ha vuelto a percibirse ese cierto carácter hipnótico. Hemos estado pendientes del cónclave, del “extra omnes”, de las fumatas, del “habemus Papam”. Comentándolo con ironía, pero comentándolo. Los católicos lo vivirán como algo suyo. El resto, como un gran espectáculo, entre pomposo y kitsch, pero con una solemnidad que impresiona. Es algo vivo en lo que anidan milenios. Cuando se ve la serie Roma, de la HBO, se comprende cuánto queda de romano en la Iglesia: túnicas, ceremonias, ademanes, el eco de los sacrificios. Borges habló de “la nostalgia del latín”. Y también de “la púrpura, la mitra, la liturgia”.
Entonces ha salido la fumata blanca y un rato después el nuevo Pontífice, que es argentino como Borges, y jesuita, y que ha escogido llamarse Francisco I. Suenan campanas en el barrio y pienso que solo el fútbol hace también que se note en estas calles lo que ocurre lejos. Los católicos ya tienen Papa. Yo me acuerdo del hombre que, en un momento como este, se metió en algún sitio a redactar la noticia. Y le supo poner el titular.
[Publicado en Zoom News]
12.3.13
Enanos que no crecen
Lo ocurrido en Ponferrada confirma cuál es el problema de nuestros grandes partidos: que montan circos y no les crecen los enanos. Hace mucho que en ellos prosperan estrictamente los peores, los más mediocres, los más obedientes. Y si desobedecen en un momento dado, como ha hecho ahora Folgueral, no es por ideas ni por honestidad, sino por poder. Pero esto es una excepción: el poder aquí lo suele dar la obediencia. Y, en cualquier caso, Folgueral, para haberse situado en ese puesto en el que le ha caído poder, habrá tenido, sin duda, que obedecer mucho. O sea, en sentido estricto se trata de un obediente que, ahora que tiene en la mano el fruto de tanta obediencia, decide desobedecer para que no se le escape.
La cuestión es, por lo tanto, cómo alguien de una talla política tan minúscula, y que iba a lo que iba, estaba ahí. Naturalmente, no es cosa solo de Ponferrada (que no se emocione Luis del Olmo): ocurre en todos los ayuntamientos y en todos los parlamentos regionales. Los informativos de casa son un desfile de individuos de no dar crédito. Es como un mercado en el que se hubiesen expuesto los productos más lamentables. Si están ahí es porque, junto con todo lo que ignoran, hay algo que saben: cómo maniobrar para ponerse ahí.
A nivel nacional la cosa es algo más presentable, aunque tampoco mucho. Cuando, por un azar, oímos a alguna de sus señorías, nos topamos con las Fabra o las Chamosa: momento en el que comprendemos por qué suelen estar –o suelen tenerlas– calladas. Pero el nivel sigue bajo, por más que subamos: Valenciano y Floriano, Pons y Chacón, Griñán y Cospedal. Así, vamos ascendiendo a la cúspide sin apreciar un incremento relevante en la estatura, hasta llegar a Rajoy y Rubalcaba. Ellos son los enanos principales de su circo, y tampoco crecen. Han llegado a lo máximo de sus respectivas vías, la del gobierno y la de la oposición, sin obtener unos centímetros suplementarios. Y en cabeza se mantienen, sin superar su bajura.
[Publicado en Zoom News]
La cuestión es, por lo tanto, cómo alguien de una talla política tan minúscula, y que iba a lo que iba, estaba ahí. Naturalmente, no es cosa solo de Ponferrada (que no se emocione Luis del Olmo): ocurre en todos los ayuntamientos y en todos los parlamentos regionales. Los informativos de casa son un desfile de individuos de no dar crédito. Es como un mercado en el que se hubiesen expuesto los productos más lamentables. Si están ahí es porque, junto con todo lo que ignoran, hay algo que saben: cómo maniobrar para ponerse ahí.
A nivel nacional la cosa es algo más presentable, aunque tampoco mucho. Cuando, por un azar, oímos a alguna de sus señorías, nos topamos con las Fabra o las Chamosa: momento en el que comprendemos por qué suelen estar –o suelen tenerlas– calladas. Pero el nivel sigue bajo, por más que subamos: Valenciano y Floriano, Pons y Chacón, Griñán y Cospedal. Así, vamos ascendiendo a la cúspide sin apreciar un incremento relevante en la estatura, hasta llegar a Rajoy y Rubalcaba. Ellos son los enanos principales de su circo, y tampoco crecen. Han llegado a lo máximo de sus respectivas vías, la del gobierno y la de la oposición, sin obtener unos centímetros suplementarios. Y en cabeza se mantienen, sin superar su bajura.
[Publicado en Zoom News]
8.3.13
Últimas voluntades
Ya está en las librerías Últimas voluntades, de John Lukacs, traducido por mí y editado por Turner. John Lukacs es un historiador estadounidense de origen húngaro, nacido en 1924 en Budapest y emigrado después de la Segunda Guerra Mundial a Pensilvania, donde vive desde entonces. Hay otros libros suyos en Turner; del anterior, El futuro de la Historia, escribí un comentario. Este de Últimas voluntades (en la edición original en inglés Last Rites, que significa exactamente "extremaunción"), publicado cuando el autor tenía ochenta y cinco años (ahora tiene ochenta y nueve), es entre reflexivo y autobiográfico. Según anuncia al comienzo: "partiré de un repaso de mis consideraciones sobre nuestro conocimiento actual del mundo para dirigirme a unas memorias de mi vida privada; será una suerte de filosofía que derive en una suerte de autobiografía".
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Enlaces complementarios: La nota de prensa. Un extracto. Y la entrevista que apareció hace unos meses en Letras Libres.
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Enlaces complementarios: La nota de prensa. Un extracto. Y la entrevista que apareció hace unos meses en Letras Libres.
7.3.13
El Berlusconi bolivariano
El otro día asistí a una conversación entre dos amigos de Izquierda Unida (sí, también tengo amigos en IU) que no se explicaban cómo la coalición “no termina de despegar” en las encuestas. Está todo tan claro para ellos: el PP y el PSOE son culpables, por no hablar del propio sistema capitalista; y si incluso les adelanta UPyD, es únicamente por el “populismo”. No entienden cómo el electorado no se da cuenta y no les vota a mansalva. Si lograran verse a sí mismos desde fuera homenajeando a Hugo Chávez en esta hora póstuma, en compañía de Otegi o Ahmadineyad, quizá podrían empezar a explicárselo...
Ellos mismos arruinan la gran ventaja de que disponen: la de no haber gobernado nunca aquí (excepciones regionales o locales –tampoco muy lucidas– aparte). Porque apoyan a otros que sí lo han hecho fuera, y además en grado sumo: dictatorialmente, o mediante gobiernos autoritarios que lo único que tienen de democrático son las elecciones. No sé hasta qué punto se dan cuenta de cómo eso desactiva su discurso; de cómo despiertan prevención. Porque sus críticas a lo que tenemos, con las que más o menos se podría estar de acuerdo, quedan inutilizadas ante la vista de lo que quieren tener. ¿Fidel Castro y afines? No, gracias.
Al final, a los izquierdistas que no queremos tener eso, sino democracia, solo nos queda la perplejidad o el sarcasmo. La perplejidad ante las tragaderas estéticas que hacen falta para apoyar a ese Berlusconi bolivariano que fue Chávez; el sarcasmo ante el lloriqueo por televisión de Maduro: el Arias Navarro de este Franco. Nunca me acostumbraré a la diferenciación ideológica entre fantoches. Ni me explicaré qué dispositivos hay que tener en el estómago, no solo para que no repugnen todos por igual, sino incluso para poner a unos como modelos. En lo que a mí respecta, veo a Pinochet y a Castro, a Trujillo y a Chávez, como formando parte de una misma tradición que deploro: la del tirano latinoamericano. Esa misma de la que se declaraba hastiado Caetano Veloso en Podres poderes [Poderes podridos]: “¿Será que nunca haremos / sino confirmar / la incompetencia de la América católica / que siempre precisará / de ridículos tiranos?”.
Pero en fin, la muerte, la democrática e igualitaria muerte, la que se lleva finalmente a todos los tiranos (aunque también, qué se le va a hacer, a todos los demócratas, y hasta a Tony Ronald), y contra cuya acción no cabe ni sanidad cubana ni modificaciones personalistas de la ley, se ha llevado esta vez a Chávez. Despidámoslo con una voz venezolana, la de mi amiga Ana Nuño, que terminaba así anteanoche su mail anunciador: “Paz a sus restos. Libertad y prosperidad para el pueblo venezolano”.
[Publicado en Zoom News]
Ellos mismos arruinan la gran ventaja de que disponen: la de no haber gobernado nunca aquí (excepciones regionales o locales –tampoco muy lucidas– aparte). Porque apoyan a otros que sí lo han hecho fuera, y además en grado sumo: dictatorialmente, o mediante gobiernos autoritarios que lo único que tienen de democrático son las elecciones. No sé hasta qué punto se dan cuenta de cómo eso desactiva su discurso; de cómo despiertan prevención. Porque sus críticas a lo que tenemos, con las que más o menos se podría estar de acuerdo, quedan inutilizadas ante la vista de lo que quieren tener. ¿Fidel Castro y afines? No, gracias.
Al final, a los izquierdistas que no queremos tener eso, sino democracia, solo nos queda la perplejidad o el sarcasmo. La perplejidad ante las tragaderas estéticas que hacen falta para apoyar a ese Berlusconi bolivariano que fue Chávez; el sarcasmo ante el lloriqueo por televisión de Maduro: el Arias Navarro de este Franco. Nunca me acostumbraré a la diferenciación ideológica entre fantoches. Ni me explicaré qué dispositivos hay que tener en el estómago, no solo para que no repugnen todos por igual, sino incluso para poner a unos como modelos. En lo que a mí respecta, veo a Pinochet y a Castro, a Trujillo y a Chávez, como formando parte de una misma tradición que deploro: la del tirano latinoamericano. Esa misma de la que se declaraba hastiado Caetano Veloso en Podres poderes [Poderes podridos]: “¿Será que nunca haremos / sino confirmar / la incompetencia de la América católica / que siempre precisará / de ridículos tiranos?”.
Pero en fin, la muerte, la democrática e igualitaria muerte, la que se lleva finalmente a todos los tiranos (aunque también, qué se le va a hacer, a todos los demócratas, y hasta a Tony Ronald), y contra cuya acción no cabe ni sanidad cubana ni modificaciones personalistas de la ley, se ha llevado esta vez a Chávez. Despidámoslo con una voz venezolana, la de mi amiga Ana Nuño, que terminaba así anteanoche su mail anunciador: “Paz a sus restos. Libertad y prosperidad para el pueblo venezolano”.
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5.3.13
El titiritero transversal
Durante la pasada gala de los Goya hubo un momento memorable. No en la gala, claro está, sino fuera de ella. Ocurrió en Twitter, que es donde suelen ocurrir últimamente las cosas. El momento fue cuando alguien del equipo de Las aventuras de Tadeo Jones le dedicó un premio al presidente de Intereconomía, Julio Ariza, cuyo nombre sonaba rarísimo en aquel ambiente: casi como si se mentara a Satán. Entonces José María Albert de Paco exclamó, quiero decir, tuiteó: “¡Titiriteros de derechas!”.
Yo, que soy también bastante transversal (o, más propiamente, como tengo ahí puesto, desclasado), suelo estar de acuerdo con el contenido de sus intervenciones. Aunque no tanto con su sintaxis argumentativa. Y, ya que hablamos de un actor, he de decir que no me gusta cómo las interpreta. No termino de verlo como un político, sino como un actor español (¡con lo que es eso!) interpretando a un político. Un político, casi diría yo, de teleserie española (¡con lo que es eso!). Predomina una falta de credibilidad, debida al tono. Él que, por estar en UPyD, resulta bastante heterodoxo en nuestro contexto actoral, padece, sin embargo, el lastre de ser, fatalmente, un actor español.
La semana pasada además metió la pata en Twitter –que es también donde se suele meter ahora la pata– con el ya tristemente célebre: “La mayor parte de las denuncias por violencia de género son falsas”.
Uno de los aspectos saludables de UPyD es su empeño en pinchar ciertas burbujas ideológicas (ciertos anquilosamientos) de nuestra vida pública, de manera que salgan del apriorismo en el que se han instalado (en el que se han petrificado) para que entren en el debate. A propósito de la “violencia de género” se dan, ciertamente, tergiversaciones ideológicas que conforman una de esas burbujas. Pero la manera de combatirlas es hilando fino, no soltando burradas. Hay que huir del estilo titiritero.
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¡Titiriteros de derechas!
— Pepe Albert de Paco (@albertdepaco) 17 de febrero de 2013
Me estuve partiendo de risa toda la noche, y eso que es evidente que hay titiriteros de derechas, como Arturo Fernández, el fallecido Pepe Sancho o, a nivel internacional, Clint Eastwood (espero que Clint no se entere de que le llamo titiritero). Pero después de la diversión, o quizá todavía en ella, caí en que tenemos un caso peculiar entre nosotros: Toni Cantó. El cual, como es diputado de UPyD, el partido transversal, podría ser caracterizado como titiritero transversal.Yo, que soy también bastante transversal (o, más propiamente, como tengo ahí puesto, desclasado), suelo estar de acuerdo con el contenido de sus intervenciones. Aunque no tanto con su sintaxis argumentativa. Y, ya que hablamos de un actor, he de decir que no me gusta cómo las interpreta. No termino de verlo como un político, sino como un actor español (¡con lo que es eso!) interpretando a un político. Un político, casi diría yo, de teleserie española (¡con lo que es eso!). Predomina una falta de credibilidad, debida al tono. Él que, por estar en UPyD, resulta bastante heterodoxo en nuestro contexto actoral, padece, sin embargo, el lastre de ser, fatalmente, un actor español.
La semana pasada además metió la pata en Twitter –que es también donde se suele meter ahora la pata– con el ya tristemente célebre: “La mayor parte de las denuncias por violencia de género son falsas”.
La mayor parte de las denuncias por violencia de género son falsas. Y los fiscales no las persiguen. Las estadísticas son sesgadas.
— Toni Cantó (@Tonicanto1) 25 de febrero de 2013
El tuit suscitó reacciones impresentables; pero en sí mismo era impresentable. Es un error que Rosa Díez se haya quejado de lo primero sin lamentarse suficientemente de lo segundo. Ha sido un movimiento de autocomplacencia y camuflaje muy propio de los partidos que suele criticar.Uno de los aspectos saludables de UPyD es su empeño en pinchar ciertas burbujas ideológicas (ciertos anquilosamientos) de nuestra vida pública, de manera que salgan del apriorismo en el que se han instalado (en el que se han petrificado) para que entren en el debate. A propósito de la “violencia de género” se dan, ciertamente, tergiversaciones ideológicas que conforman una de esas burbujas. Pero la manera de combatirlas es hilando fino, no soltando burradas. Hay que huir del estilo titiritero.
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