El otro día asistí a una conversación entre dos amigos de Izquierda Unida (sí, también tengo amigos en IU) que no se explicaban cómo la coalición “no termina de despegar” en las encuestas. Está todo tan claro para ellos: el PP y el PSOE son culpables, por no hablar del propio sistema capitalista; y si incluso les adelanta UPyD, es únicamente por el “populismo”. No entienden cómo el electorado no se da cuenta y no les vota a mansalva. Si lograran verse a sí mismos desde fuera homenajeando a Hugo Chávez en esta hora póstuma, en compañía de Otegi o Ahmadineyad, quizá podrían empezar a explicárselo...
Ellos mismos arruinan la gran ventaja de que disponen: la de no haber gobernado nunca aquí (excepciones regionales o locales –tampoco muy lucidas– aparte). Porque apoyan a otros que sí lo han hecho fuera, y además en grado sumo: dictatorialmente, o mediante gobiernos autoritarios que lo único que tienen de democrático son las elecciones. No sé hasta qué punto se dan cuenta de cómo eso desactiva su discurso; de cómo despiertan prevención. Porque sus críticas a lo que tenemos, con las que más o menos se podría estar de acuerdo, quedan inutilizadas ante la vista de lo que quieren tener. ¿Fidel Castro y afines? No, gracias.
Al final, a los izquierdistas que no queremos tener eso, sino democracia, solo nos queda la perplejidad o el sarcasmo. La perplejidad ante las tragaderas estéticas que hacen falta para apoyar a ese Berlusconi bolivariano que fue Chávez; el sarcasmo ante el lloriqueo por televisión de Maduro: el Arias Navarro de este Franco. Nunca me acostumbraré a la diferenciación ideológica entre fantoches. Ni me explicaré qué dispositivos hay que tener en el estómago, no solo para que no repugnen todos por igual, sino incluso para poner a unos como modelos. En lo que a mí respecta, veo a Pinochet y a Castro, a Trujillo y a Chávez, como formando parte de una misma tradición que deploro: la del tirano latinoamericano. Esa misma de la que se declaraba hastiado Caetano Veloso en Podres poderes [Poderes podridos]: “¿Será que nunca haremos / sino confirmar / la incompetencia de la América católica / que siempre precisará / de ridículos tiranos?”.
Pero en fin, la muerte, la democrática e igualitaria muerte, la que se lleva finalmente a todos los tiranos (aunque también, qué se le va a hacer, a todos los demócratas, y hasta a Tony Ronald), y contra cuya acción no cabe ni sanidad cubana ni modificaciones personalistas de la ley, se ha llevado esta vez a Chávez. Despidámoslo con una voz venezolana, la de mi amiga Ana Nuño, que terminaba así anteanoche su mail anunciador: “Paz a sus restos. Libertad y prosperidad para el pueblo venezolano”.
[Publicado en Zoom News]