Hablo con una amiga que estos días termina Derecho. El ambiente que describe de su clase de último año me impresiona. Entre sus compañeros hay varios que no tendrán problemas, porque recalarán en las empresas familiares, o sus familias podrán pagarles la continuación de los estudios. Dos o tres, los más destacados, tendrán la posibilidad de hacer prácticas dignas o de recibir alguna beca privada para un máster. Pero en la mayoría lo que impera es el desánimo: un espíritu de rendición y acabamiento.
Ante la falta de salida, se ha impuesto la tendencia a retirarse, a replegarse. Unos regresarán a sus pueblos; otros se quedarán en la casa familiar sin hacer nada, aspirando como mucho a tener un trabajo basura (por lo general, despachando comida basura). De los frentes crudos de la crisis –el de los desahuciados, el de los parados, el de los arruinados–, este es uno de los más dolorosos: el de quienes están acabando estos años sus carreras.
Acabar la carrera y caer en ningún sitio. Prepararse para la vida y encontrarse al final con que no hay vida. Los cursos, después de todo, han sido una protección. Aunque la crisis ya tenía muchas maneras de afectarles, estaban en algún sitio: ese en el que te meten a los pocos años y del que sales cuando terminas el bachillerato o la universidad. Ahora se termina el bachillerato y la universidad y se termina todo. El final de la carrera es el final de la protección. Lo que hay fuera es demasiado grande y demasiado hostil, y la reacción instintiva es el acojonamiento.
Lo que tocaba ahora era la experiencia, pero esta se encuentra estrangulada. Me cuenta mi amiga que se está imponiendo la costumbre (¡viciosa!) de contratar a recién licenciados sin sueldo: el único pago que reciben es que en su currículum podrán poner luego que tienen experiencia. Una manera infame de empezar. Aunque ciertamente se obtiene de ella la experiencia fundamental: la de que esto es una porquería.
Se trata del descabezamiento de una generación, cuya sombra irá avanzando con las edades. Como sucede en las guerras. Una franja que irá atravesando las décadas que vienen, y un día habrá octogenarios que se acuerden de este mes de julio en que fueron escupidos.
[Publicado en Zoom News]