Parece claro que algún día llegará la III República a España, o a lo que quede de España. Yo repito que soy un republicano sin prisa. Es decir, un republicano que considera que lo innegociable es el Estado de Derecho, y que se puede admitir una Monarquía constitucional en tanto que en ella el Estado de Derecho es posible. La República sería el ideal político racionalista, pero solo resultaría urgente si el monarca de turno no cumpliera con su deber democrático. La falla de esta tranquilidad está, obviamente, en dejar el asunto al albur genético o al de la actuación de esa figura a la que se le confiere irresponsabilidad ante la ley. Es una tranquilidad, en parte, de jugador de póquer.
Hoy por hoy, poco entusiasmo tengo en defender la Monarquía, salvo en que forma parte del pack constitucional, que sí defiendo. (Incluido en ese pack, no hace falta decirlo, el procedimiento de reforma de la propia Constitución). Aparte de esta aceptación formal, el único estímulo que encuentro en su favor es el que tengo en contra de nuestros republicanos más visibles: esos que cargan con la bandera de la II República a todas partes y que salen a manifestarse cada 14 de abril, en favor de una ilusión y en contra de nuestra democracia realmente existente. Si en su oferta estuviese el fortalecimiento del Estado de Derecho, que, como digo, es mi prioridad, quizá los respetase y hasta me uniese a ellos. Pero el Estado de Derecho no puede estar en el programa de quienes tienen como sueño repúblicas más o menos bolivarianas o castristas.
Es cierto que –como dice mi amigo Alejandro González Terriza, que es un republicano ardiente– en el contexto de Europa la República que se instaurase no podría no ser un Estado de Derecho. Pero, para mí, esos individuos del republicanismo folclórico no solo no están abogando en verdad por ella, sino que ya han empezado a cargársela. Su apuesta es por la irrealidad. No aspiran a un Estado que en lo sustancial se parecería al que ya tenemos, en brega y compromiso con lo que hay; sino a un reino (¡paradójicamente!) de Jauja, de cuya tierra manaría leche y miel, y en el que siempre saldría elegido un presidente como Zapatero, Llamazares o el Tuerka y nunca uno como Aznar o Rajoy. Pero como eso no es posible, pronto empezaría el desengaño y el impulso de conspirar, en busca de otra irrealidad más ambiciosa: la Revolución, por ejemplo. Aproximadamente como pasó con la II República.
[Publicado en Zoom News]