8.4.14

El aguirrismo ha muerto

Debe de ser la bufonada de la que menos me he reído este año, y de la que menos chistes he hecho (aunque alguno se me ha escapado: mi grifo siempre tiene goteras). Pero es que la melancolía se me ha impuesto esta vez, en el ring mental en que combaten la pena y la carcajada. Hablo del incidente protagonizado por Esperanza Aguirre la semana pasada en Madrid, que para mí ha supuesto el fin del aguirrismo: no en sí, sino como esperanza (para quienes la tenían).

Como ocurre cuando hay diferentes versiones de unos hechos, deberán dirimir quienes tengan competencia, y a la Justicia le corresponderá la última palabra. Pero entre tanto hay emanaciones, síntomas, que pueden servir de reflexión sin más demora. Y la gran emanación ha sido el espectaculito, impresentable, dado por los devotos de Esperanza Aguirre. Los conozco bien: algunos son amigos míos.

Tras bastantes charlas, comidas y discusiones con ellos, me había hecho la idea de que, en verdad, representaban una corriente saludable del PP: con su aproximación, sí, al liberalismo; o con su decir con claridad verdades constitucionales (antinacionalistas, por supuesto). Es cierto que la presidencia de Aguirre en la Comunidad de Madrid no ilustraba del todo estas virtudes; pero en nuestras sobremesas sus maniobras, su personalismo o el engendro de Telemadrid (tan achicharrante como Canal Sur o TV-3) podían adjudicarse a las necesidades prácticas de la vida política.

El acelerón de Aguirre en Callao no solo tumbó la moto de un agente de movilidad: también tumbó la credibilidad de mis entrañables aguirristas. Podrían haberse mostrado más distantes en el juzgar, o haber exhibido una cierta desilusión por la conducta de su lideresa. Pero no. La respuesta ha sido la adhesión inquebrantable. La defensa como premisa, y el aplauso incluso. Pueden fingir que lo hacen porque las cosas no sucedieron en realidad así. Pero su precipitación y su obcecación nos indican que lo hubieran hecho de cualquier modo. Tampoco ellos han sabido diferenciarse en la dirección correcta.

Estamos en lo de siempre: si tenemos unos políticos malcriados, es porque sus partidarios los malcrían.

[Publicado en Zoom News]