Este país es tan extravagante que hay que pedir en manifiestos que se cumpla la legalidad. Y no una legalidad cualquiera, sino la legalidad democrática: la constitucional, la vigente. Aquí el “J’Accuse” es casi el discurso de la Corona, porque lo poquito que se pide lo podría pedir el Rey en Nochebuena. Exasperante realidad: los que apoyamos el manifiesto Libres e iguales estamos aquí casi de ujieres del sistema y al mismo tiempo recibiendo tratamiento de punkis, lo que viene a probar que en los países locos la sensatez es la gran heterodoxia. Al menos, la que recibe más palos.
Palos que han venido de los lugares previsibles y también de otros un poco raros, como el de Elvira Lindo en su artículo dominical, en el que dice que este manifiesto pretende acabar con el secesionismo “por la vía del mecagoendiez”. No está mal para un manifiesto que encabezan, entre otros, Fernando Savater, Félix de Azúa o Aurelio Arteta: intelectuales sin duda de entre lo más castizo y obtuso del país (y El País). El manifiesto no era obligatorio firmarlo (de hecho, algún amigo no lo ha firmado por razones que me parecieron buenas), pero tampoco era obligatorio difamarlo, por razones, digamos, cosméticas.
De todas formas, mi mecagoendiez –el que en teoría me corresponde por haber firmado el manifiesto– no va por el secesionismo, ni va por los palos previsibles, ni siquiera por el palo un poco raro de Lindo (con la que, por lo demás, suelo estar de acuerdo), sino por la reacción rara rara rara de UPyD. Qué tontísimo ataque de celos le ha entrado con el manifiesto. Pese a que algunos de sus simpatizantes y militantes lo han firmado, lo que le han dedicado oficialmente ha sido, o bien el silencio, o bien el despotrique (en Twitter) del diputado Gorriarán, este hombre que le ha cogido afición a cocear a sus votantes. Y no hablo de oídas: he asistido en directo al fenómeno (mi amigo Fray Josepho no me desmentirá).
Empieza a vislumbrarse que el mayor perjudicado del “fenómeno Podemos” puede ser UPyD. Y no porque vayan a cambiar sus votantes, sino porque vaya a cambiar el partido. Este tenía el mérito de ser una opción ciertamente ilustrada, como lo prueba su ascenso lento y racional, que quizá prueba a su vez que no era tan populista como se decía. Para populismo, el de Podemos y el de los nacionalistas, que sueltan un discurso meloso para atrapar votantes como moscas (y no pegados por la cabeza, sino por el bajo vientre). El problema para UPyD es que los que están en el partido, y por lo tanto piensan ya como hombres (¡y mujeres!) de partido, se pongan nerviosos de impaciencia al ver cuánto pastel electoral hay por repartir.
El partido triunfa sobre la política (estropeándola) cuando las ideas (y las realidades) empiezan a valorarse no ya en sí mismas, sino en la medida en que son o no son del partido. UPyD encontró su hueco electoral, en este país extravagante, en la defensa sin tapujos de la Constitución. La soledad (solo aligerada por la compañía, tampoco querida, de Ciudadanos) parece haberle hecho pensar que la Constitución es suya y que solo puede defenderla él. Y que si hay iniciativas que defienden lo que UPyD pero no son de UPyD, UPyD va a ponerles trabas...
Por otra parte, hay que reconocer que el manifiesto antisecesionista lo que está provocando es secesionismo entre los antisecesionistas. Aquí de la extravagancia no hay quien se libre. ¡Mecagoendiez!
[Publicado en Zoom News]