La promesa de regeneración es como la célebre escalera de Wittgenstein, que antes citaban mucho los columnistas y ahora ya no (tal vez desde que se van incorporando los que no hicieron el Cou y la memoria se les va cascando a los que sí lo hicieron). Se trata de una escalera (el filósofo hablaba de comprensión) que hay que tirar una vez se ha subido. Tenemos que figurarnos una escalera de mano. La promesa de regeneración sirve para eso: para subir al poder. Solo para subir al poder. Una vez en el poder, se tira la escalera y a vivir. ¿Para qué autoentorpecerse el ejercicio del poder una vez que se está en el poder? Hacerlo sería contradictorio con el espíritu del sujeto que lo que quiere es subir al poder. Este espíritu (¡el espíritu de la escalera!) lo máximo que hace es detectar eso: que para conseguir lo que quiere debe prometer regeneración. Una promesa que, por su lado, el votante apenas entrevé a lo largo de toda su vida electoral bajo esa vaporosa condición de fantasía.
Los que tienen delito son los militantes. En particular, esa modalidad de militante que es el periodista de partido. Este, aunque no tenga propiamente el carnet, suele ser el militante perfecto, porque por su oficio parece que tiene algo más que ofrecer que su militancia. Se le concede un punto más de credibilidad, o al menos ese es el teatro. Durante el tiempo en que su partido está en la oposición, se desgañita contra la degeneración del partido en el poder y clama por la regeneración que su partido instaurará. Una vez que su partido está en el poder, todo su potencial retórico pasa a tener como objetivo el encubrimiento de la degeneración de su partido. Pasó con los de Rajoy, aquellos furibundos antizapateristas que, en cuanto Rajoy fue presidente, se transformaron en zapateristas de Rajoy. Y pasará con muchos furibundos antisanchistas, a los que ya estoy viendo como acérrimos sanchistas de Feijóo. Podría adelantarles nombres, pero ustedes se los saben. Es triste, pero también formidable: no nos vamos a aburrir.
Con todo, hay niveles. El socavón de Sánchez es difícil de superar. Como ha dicho Rafa Latorre, si Feijóo hiciese uso de todos los precedentes que le ha dejado Sánchez, podría gobernar como Calígula. Por eso Feijóo no debería estrujarse demasiado la cabeza en busca de promesas regeneradoras. No porque nadie se las vaya a creer, sino porque no las necesita. Feijóo viene de fábrica con una virtud regeneradora apabullante en nuestras actuales circunstancias; una virtud que no tiene ni que prometer, porque ya la cumple. Y la cumple de un modo limpio, perfecto, sin esfuerzo. Una virtud que es además la que necesita España. Esa virtud que posee Feijóo se enuncia sencillamente así: no ser Sánchez.
En efecto, Feijóo no es Sánchez. Y por mucho que se empeñe en gobernar luego como Feijóo, al menos no gobernará como Sánchez. No ser Sánchez es una escalera en la que Feijóo viene ya subido y que no tendrá que tirar.
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En The Objective.