23.3.23

Dos semanas en Filadelfia

No es una anomalía menor que nuestros mediocrísimos parlamentarios consideren que cuanto más tiempo estén hablando más cosas estarán diciendo. En general no dicen nada en ningún caso, ni cuando hablan poco ni cuando hablan mucho, pero al menos cuando hablan poco no resultan tan lesivos. No es lo que ha ocurrido en la ya felizmente acabada moción de censura. Cuanto más se alargaban, más me acordaba de aquel memorable chiste de no recuerdo qué película: "Primer premio: una semana en Filadelfia. Segundo premio: dos semanas en Filadelfia".
 
Nuestros mediocrísimos (y algo crueles) parlamentarios nos han endilgado una vez más el segundo premio. Han sido dos de los días más tediosos de la tan tediosa como irritante política española de los últimos años. Irritación en el tedio: aparentemente un oxímoron, pero en la política española ambas cosas se pueden dar simultáneamente. El candidato Tamames contribuyó en parte al tedio, aunque no a la irritación; y a aquel en una medida inferior a la de sus colegas de estas jornadas, los profesionales de la política. Venía de otra época y en aquella otra época permaneció, desde su escaño prestado. Como apunté hace mes y medio, su edad es la de la Transición: de ella queda ese hablar envejecido, con otro estilo, alguna erudición, ciertos dejes irónicos y una sintaxis potable. Ninguna pujanza, aunque las ideas pudieran seguir teniéndola, sino un crepúsculo.
 
Naturalmente, sus ideas venían desactivadas también por el hecho de que las arropara Vox: una desgracia este partido entre otras cosas por eso, porque ha contaminado el constitucionalismo. Era mejor el Tamames de las entrevistas previas, con su punto antivoxista. Aunque estuvo bien en su primera intervención. Luego dio igual. Yo tenía interés por ver al presidente Sánchez confrontado con un intelectual, pero este le ha llegado ya sin fuerza. (El gran candidato, pensé en algún momento, hubiese sido el Escohotado de hace unos años: el espectáculo habría tenido más voltaje.) Tamames, al cabo, no pasó de tertuliano; un tertuliano algo profesoral.
 
Solo que los demás estuvieron peor: como lo que son, tal vez. Con esa fatalidad de los que no tienen más remedio que ser quienes son, siendo tan poca cosa. Y, aun así, se pensaban que hablando más estarían mejor. La prolongación inerte de su irrisorio punto de partida les parecía beneficioso, de un modo creo que alucinante. Ya sabemos quién es cada uno. Y sabemos que los queremos en las menores dosis posibles, ya que no se nos pueden evitar todas.
 
La moción ha sido una voluta sin efecto. Ni al presidente Sánchez ni a la vicepresidenta Díaz les puede beneficiar ya haber estado hablando horas. La plataforma de la que han dispuesto, incluida la pasarela de presentación de Díaz, ha llegado demasiado tarde: cuando todo posible votante nuevo de Sánchez sabe ya quién es Sánchez, y cuál es su relación con la verdad (y con la decencia). A Feijóo puede que le beneficie haber estado ausente; pero tampoco creo que mucho. Vox es el que ha arriesgado, y el que quizá ha perdido un poco: pero no a sus votantes fijos, que han aplaudido a Tamames como hubiesen aplaudido a cualquiera que les echaran.
 
En realidad, esta moción de censura va a ser olvidada muy pronto. Las cabezas están ya en las próximas elecciones. En ellas ni siquiera habrá un Tamames decorativo que evoque otra época y otra posibilidad. Solo habrá carne de cañón. Y políticos que piensen que cuanto más hablen será mejor para su imagen o su proyecto propagandístico, cuando claramente se ve que es todo lo contrario. Nos aguardan demasiadas semanas en Filadelfia.
 
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