[La Brújula (Zona de confort), 1:25:04]
Buenas tardes, querido Rafa Latorre. Esta semana hablaste de la feligresía de Podemos. Es un hallazgo porque, en efecto, a Podemos ya no le quedan votantes: le quedan feligreses. Todos los críticos se han desprendido ya y quedan los incondicionales. Los incondicionales de Podemos y los incondicionales de Pablo Iglesias, el gran patriarca, al que también obedecen sus acólitas feministas. Iglesias ya podría hacer lo que dijo Donald Trump: salir a la calle a pegar tiros, que no perdería ningún voto. Nunca fue tan cierto lo del núcleo duro. En las próximas elecciones generales sabremos el censo exacto de los que quedan: el suelo de cemento armado del partido. Si se me permite la licencia, Podemos me recuerda a la Familia Manson, la secta estadounidense de finales de los sesenta liderada por aquel Pablo Iglesias que fue Charles Manson. Este, entre otras cosas, les mandó a sus feligreses asesinar a la actriz Sharon Tate. Y sus feligreses lo hicieron. Iglesias no llegará a tanto. Al fin y al cabo, pese a su equívoco padre, se educó en los aires humanitarios de su denostada Transición. Pero el esquema es el mismo. Iglesias dice y los demás, y las demás, ejecutan. Y envueltos y envueltas todos y todas en un caparazón irrompible de convicciones; o mejor dicho, de fe. La fe de que ellos tienen la verdad y los demás mienten y además son fascistas. Con la ley del 'solo sí es sí' y la manifestación del 8-M se ha visto de nuevo: para ellos, inocencia y autoindulgencia; para los otros, culpabilidad y acusación. La Familia Manson vivía en un rancho y los podemitas también: un rancho mental (bueno, y físico). A la áspera complejidad de la vida han respondido con la suave simplificación. Pablo es su pastor y nada les falta.