[Montanoscopia]
1. El País fue nuestra Madeleine. En esta frase confluyen las dos tramas en que llevo enredado desde enero: Vértigo, por el ensayo de Manuel Arias Maldonado sobre la película de Alfred Hitchcock, y El País, por el despido de Fernando Savater y la despedida de Félix de Azúa. Sin ellos el periódico ya no existe; al menos, mi periódico. El que queda es un habitáculo bajo la histórica cabecera para los trumpistas del sanchismo. Estuvimos hablando de ello tras la presentación en Madrid de Ficción fatal, en la que se resaltó la tragedia del pobre Scottie, enamorado de Madeleine, la mujer inexistente que crearon para él. Arcadi Espada había argumentado en su podcast y en su columna de El Mundo que en realidad El País nunca fue lo que pensábamos que era. El periódico que amamos nunca existió. Entonces lo dije: El País fue nuestra Madeleine.
2. (¡Otra entrada con el número dos!) El sanchismo ha fomentado dos movimientos simultáneos y en colisión, nefastos ambos a su manera: uno nefasto estéticamente, otro nefasto político-moralmente y ante todo intelectualmente. El primero, el energumenismo de los antisanchistas. El segundo, la obediencia ciega de los sanchistas. Los antisanchistas, fuera de nuestras casillas por las actuaciones de Sánchez, damos un espectáculo de obcecación que, aunque se corresponde con lo que está pasando, no queda bien y se desactiva a sí mismo. Los sanchistas, sin ninguna credibilidad porque se lo consienten todo al ya de sobra desacreditado Sánchez, se configuran como masa ciudadana perdida, acrítica, técnicamente franquista (de su Franco particular). Por los gobiernos de Sánchez sabemos algo que no sabíamos, o al menos no tan a fondo: haga lo que haga un presidente del PSOE, tendrá el apoyo incondicional por parte de los suyos. No hay conversación pública española. Solo hay una lucha de poder. Ante esto, no obstante, no debería incrementarse el energumenismo. Bastante es ya que se incremente la desesperación.
3. De pronto parece que empieza a ganar en España el Estado de derecho. Su fortaleza es lo que se prueba cuando advienen al poder (por legítimos medios democráticos, eso nadie lo pone en duda, pese a la propaganda que emiten) sátrapas como Trump, Bolsonaro o Sánchez. Otra cosa es la sociedad traumatizada y tensionada que dejan detrás. Su planteamiento es técnicamente el de una guerra civil: el fomento de los dos bandos irreconciliables que luchan para imponerse el uno al otro. El Estado de derecho es lo que queda de la antigua reconciliación: lo que queda y lo que se proyecta si mantiene su fuerza. Que el Estado de derecho en su puro ejercicio formal parezca que toma partido solo es el síntoma de la embrutecida situación.
4. Reordeno mi canon bernhardiano. A falta de Helada y Trastorno para haberme releído todas las novelas de Thomas Bernhard, pongo Tala, nada más terminarla, en la cumbre. Antes tenía Corrección, que sigue siendo la más radical y sin duda también una maestra, pero Tala es mejor: sublime, altísima en su nivel sin un solo decaimiento. Cerca estaría Maestros antiguos. Y luego, ya sí, Corrección. Junto a ellas, su otra obra maestra absoluta: la pentalogía autobiográfica (El origen, El sótano, El aliento, El frío, Un niño). Otras grandes novelas de las duras: las dos mencionadas al principio, Helada y Trastorno, más La Calera y Extinción. Otras grandes novelas de las ligeras: Hormigón, El sobrino de Wittgenstein (autobiográfica), El malogrado, Sí, Los comebarato. Y los cuentos. Y las obras de teatro. No están mal los poemas. A la pregunta de por dónde empezar a leer a Bernhard: por Mis premios o por sus libros de conversaciones.
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En The Objective.