8.2.24

Teoría de la zorra

Por fin me he puesto "Zorra": ¡es una gran canción festivalera! Un poco de aire fresco para Eurovisión, ese horrendo espacio hortero-folclórico en el que se manifiesta la peor Europa posible: la que yo llamo "la Europa de las autonomías". Todos los países tomados por sus tics autóctonos, bailando y canturreando sus jotas o sevillanas particulares. O peor: ¡sus aurreskus! Solo falta un etarra de cada país recibiendo el homenaje mientras devora pintxos pagados por el caserío. Frente a ellos, España manda a una emisaria hedonista, moderna, ¡savateriana!
 
Ya mencioné el canto a las "guarras y cachondas" de Fernando Savater en Carne gobernada. Allí cita esto memorable de Fernando Villalón: "Me gustan las mujeres que se quitan las medias a patadas". "Cachonda" se suele decir elogiosamente, con complicidad, jamás como insulto. "Eres una cachonda" no es ni puede ser un insulto, aunque lo pretendiera el que lo dice. "Eres una guarra" o "eres una zorra" sí pueden serlo y lo son habitualmente. Aunque no lo son necesariamente. En la frase de Savater no lo es. En la canción de Nebulossa tampoco. Son palabras redimidas ahí, por la intención del emisor o la emisora. Palabras desafiantes.
 
Ya lo hicieron en los ochenta las inevitables Vulpes con "Me gusta ser una zorra". Arremetieron entonces contra la canción las derechas nacionalistas y la derecha nacional, encabezadas por el Abc de Ansón, que montó una campaña de aúpa. Ver ahora a las feministas que claman contra "Zorra" alineadas con el Abc de Ansón es uno de los escasísimos premios que tiene cumplir años. Poder establecer estos puentes: ver exactamente de dónde manan la moralidad, la religión, la represión.
 
Esta provocación está muy vista, desde las frases de Mae West a la canción "Bitch" de los Rolling Stones, que recordaba nuestra Ruby Tuesday, o varias de Almodóvar & McNamara. Pero las ampollitas que ha levantado "Zorra" prueba que sigue estando operativa. El empaquetado de Nebulossa es inteligente, puesto que le rinde al espíritu de la época el "empoderando" y la coreografía de zorras masculinas (tacones, cueros y culos). Lo que hace es adueñarse de la imprecación y habitarla sin victimismo, sin culpa; con valentía y placer. Tal vez aquí haya una clave, por cierto. La zorra, además de obtener placer, lo da. A los hombres. Este es el problema para algunas antizorras.
 
Otra cosa, naturalmente, es que los hombres no estén a la altura de la mujer que se declara zorra. Lo escribió Jaime Gil de Biedma en los años sesenta en su poema "A una dama muy joven, separada". A esta, que ha abandonado su matrimonio, le dice el poeta: "Hoy vestida de corsario / en los bares se te ve / con seis amantes por banda / –Isabel, niña Isabel–, // sobre un taburete erguida, / radiante, despeinada / por un viento solo tuyo, / presidiendo la farra". Después: "De quién, al fin de una noche, / no te habrás enamorado / por quererte enamorar! / Y todos me lo han contado". Termina con estas dos estrofas crudas: "Que la sinceridad / con que te has entregado / no la comprenden ellos, / niña Isabel. Ten cuidado. // Porque estamos en España. / Porque son uno y lo mismo / los memos de tus amantes, / el bestia de tu marido". Contra estos, lo que proclamaba Agustín García Calvo (incluso, me resigno a ello, en la voz y con la musiquilla nada eurovisivas de Amancio Prada): "Libre te quiero, / como arroyo que brinca / de peña en peña. / Pero no mía".
 
Las cosas estaban así hasta que Pedro Sánchez ha incorporado a las zorras como entes gubernamentales. Para el presidente es o "Zorra" o el "Cara al sol". Menudo corte de rollo. 
 
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