En realidad, el 29 de febrero no está escondido los tres años que no toca. Esos años no existe: se está formando. Es un día aún incompleto: un día creciente, un día luna. Los años segregan un resto de horas que no se amoldan al calendario; cada año, en concreto, 5 horas, 48 minutos y 56 segundos. Terminados los 365 días anuales reglamentarios, esas 5 horas y pico, que se redondean en 6, se quedan en la órbita en espera de las de los tres años siguientes. En el segundo, pues, hay ya flotando un feto de 12 horas; y el tercero uno de 18, todavía en el líquido amniótico cósmico. Es en el cuarto cuando el pollo se ha convertido ya en un día completo de 24 horas y puede salir del cascarón: se le hace entonces un hueco en el calendario. (¡En la metáfora he dado un salto de lo vivíparo a lo ovíparo, pero me excusarán la licencia!)
Me gusta esta sensación del 29 de febrero de estar pisando restos de horas que se estuvieron acumulando fuera de nuestro alcance para presentársenos hoy. Si las horas se hubiesen ido agregando en su orden, las de las seis que van de la medianoche pasada a las 6 de la madrugada pertenecerían a 2021 (¡el anterior bisiesto fue 2020, el de la pandemia!); las de las 6 de la madrugada a las 12 del mediodía, a 2022; las de las 12 del mediodía a las 6 de la tarde, a 2023; y solo las últimas seis de esta jornada, de las 6 de la tarde a la medianoche de hoy, propiamente a 2024. El único tramo exclusivo.
Yo, que nací en 1966, he vivido con el presente quince años bisiestos. Veo que son significativos (por mi vida o por la historia). El primero, 1968 (el de mayo y lo demás). Después: 1972 (la primera fecha de que soy consciente), 1976 (dejé el barrio de mi infancia y murió Fofó), 1980 (empecé el instituto), 1984 (empecé la universidad), 1988 (incendio del Chiado), 1992 (aquel año de todo), 1996 (cumplí treinta), 2000 (el milenio, pese a los puntillosos de la aritmética), 2004 (el 11-M), 2008 (la crisis), 2012 (¡secreto!), 2016 (cumplí cincuenta) y el mencionado 2020 (la pandemia). Fueron años olímpicos además.
En cuanto a cumpleaños, según miro en Wikipedia, tal vez por la inferioridad estadística han nacido apenas personajes relevantes el 29 de febrero, incluido nuestro actual presidente. El mejor, el jocoso Gioacchino Rossini (en 1792), compositor de El barbero de Sevilla y otras óperas, que triunfó y se dedicó a vivir: no hizo ni el huevo los cuarenta últimos años de su vida. Está también William A. Wellman (1896), el director de Ha nacido una estrella y El enemigo público. Una de envidiable nombre, Tempest Storm (1928), estrella del burlesque y actriz. Y poco más. Incluido, insisto, el presidente Sánchez (1972).
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En The Objective.