1.3.24

Mi método para leer tochos (y Chateaubriand)

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 4:01:06
 
Buenas noches. Mencionaste en un programa, querido Latorre, mi método para escalar grandes cumbres de la literatura sin despeinarme. Mi lema es sencillo: "divide y vencerás". Eso es lo que hago con los tochazos, dividirlos en unas poquitas páginas al día y al cabo de unos meses, un año por lo general, me los he zampado tan pichi. Así me he leído En busca del tiempo perdido de Proust, los Ensayos de Montaigne, el Ulises de Joyce, Guerra y paz de Tolstói (que, por cierto, no me gustó: Tolstói me pareció un piernas) o la monumental Biblia del Oso. Este 2024 estoy con las Memorias de ultratumba de Chateaubriand. ¡Fíjate, Latorre, qué género tan bueno te traigo a La Brújula! Chateaubriand, francés, por supuesto, pese a mi pronunciación, nació en 1768 y murió en 1848. En sus ochenta años de vida lo vivió todo, empezando por la Revolución francesa, que le pilló con veintiún años. Es por donde voy ahora. Me he quedado asombrado con la lucidez con que percibe los acontecimientos. Chateaubriand simpatiza con los ideales de la Revolución, pero no con sus crímenes. Es ilustrativo este párrafo impresionante, con el que me despido: "Los miembros de la Convención presumían de ser los más benévolos de los hombres: buenos padres, buenos hijos, buenos maridos, sacaban a pasear a sus niños pequeños; les hacían de nodrizas; lloraban de ternura solo de verlos jugar; tomaban suavemente en sus brazos a estos corderillos, a fin de mostrarles el caballito de las carretas que conducían a las víctimas al suplicio. Le cantaban a la naturaleza, a la paz, a la piedad, a la beneficencia, al candor, a las virtudes domésticas; estos benditos de la filantropía hacían cortar el cuello a sus vecinos con una extrema sensibilidad, para mayor felicidad del género humano".