[Montanoscopia]
1. Se aprobó la amnistía. Se acabó. Solo cabe un consuelo escénico: el retraido Sánchez, el irrisorio Bolaños, la soez Montero, la inane Yolanda Díaz, el ridículo Errejón, los histéricos independentistas delataban la aberración de la ley. El presidente degradante lo degrada todo; empezando por sus acólitos, a quienes ha sepultado en el papelón de sus vidas. Son esas figuras pequeñas de los bajorrelieves asirios, monigotes al servicio de Asurbanipal.
2. Las mentiras descaradas (sintagma no valorativo sino de una precisión escalofriante) del Gobierno y la prensa afín sobre las conclusiones de la Comisión de Venecia acerca de la amnistía prueban que ya no hablan para los ciudadanos, sino para sus adeptos: los terraplanistas del sanchismo. Otra muestra más de que la conversación pública se ha terminado en España. A propósito de las declaraciones concretas de Félix Bolaños (triministro que duele como el trigémino), dijo Rafa Latorre en La Brújula que su empeño en negar la realidad era una forma de enloquecernos. Latorre tenía sin duda en mente el librito Sobre la verdad, de Harry G. Frankfurt, en que se afirma que el mentiroso nos instala en un mundo irreal, o sea, nos imprime locura. El monstruoso edificio de mentiras en que vivimos, que parte de las mentiras del independentismo, de la mentira esencial del nacionalismo, nos mantiene en la España loca de siempre; nos regresa a ella. Gracias al Gobierno más reaccionario que hemos tenido desde el último del franquismo; y a la prensa ídem, desde la del movimiento.
3. Hago mío el deseo de Arcadi Espada (en su podcast) de que Illa se estrelle en las elecciones catalanas y se hunda el PSOE. Hago también míos sus melindres ante la posibilidad de votar al PP. (Los apretaos no tienen en cuenta nuestros melindres, y así les va.)
4. Miguel Ángel Rodríguez: el Óscar Puente del PP. Un Óscar Puente de antes de Óscar Puente. Aunque hoy haya un culpable principalísimo, que deja al otro en bragas, el embrutecimiento en España siempre ha sido una danza a dos.
5. Muchas risas con el tabernero Iglesias. Y es cierto que su revolución es kitsch, como de película de Bertolucci o canción de Ismael Serrano; o de Tintín en el país de los sóviets, a favor de los sóviets. Pero es el único español que ha trabajado, que ha triunfado, y merece una barra en la que contar sus batallitas. Ha conseguido lo que se había propuesto: destruir el "régimen del 78". Hasta Errejón, su supuesto enemigo, ha hablado con sus palabras sobre la amnistía. Ha poseído a todos los de su facción, empezando por el presidente Sánchez. Este, igual que plagió la tesis doctoral, ha plagiado el iglesismo. Iglesias ha sido su Cyrano: el que le enseñó lo que tenía que decir, e incluso hacer. El drama de Iglesias es que el físico no le daba para ejecutar él mismo su propósito. Necesitaba alguien con percha como Sánchez. Ahora, mientras el maniquí sigue mecánicamente en los minutos (o meses o años) de la basura, Iglesias puede poner de tapa su picadillo de Constitución y encima sacarse unos euros.
6. Definitivamente, qué pena. Peor aún es cuando sale de su silencio argullólico y habla, desde la impostación de la autoridad que ha perdido. Y con una equidistancia falaz. Su "voz moral" es hoy una carcasa retórica. No ha estado a la altura de las circunstancias. Es uno de los damnificados del sanchismo. Pero sigue ejercitándose en ella, como si no se hubiese enterado. Probablemente no se haya enterado. Lo trágico es que esa es su única voz, ya por siempre desencajada.
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En The Objective.