17.1.25

Visita al Museo de Cera

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 5:25

Buenas noches. Aunque en mis viajes a Madrid jamás piso un museo que no sea el del Jamón, en el último cedí a uno irresistible: el Museo de Cera. Éramos diez, entre ellos David Mejía (¡a él pongo por testigo!). Fue una visita instructiva. El Museo de Cera viene a ser una destilación pop de la historia y de la fama. En lo que se refiere a la historia, los personajes antiguos se mantienen, mientras que los modernos van mudando. En cuanto a los famosos, la escabechina es terrorífica. Ya no queda casi ninguno de mi anterior visita, en los años ochenta. Hicimos una reflexión filosófica: seguramente la cera de los nuevos es la de los viejos, reutilizada por el demiurgo. Algo divertido del Museo de Cera es que en él no ha entrado todavía el ministro Urtasun: hay imperialismos y machismos a punta pala, lo que resulta refrescante. La maja vestida tiene unos globos bajo el corpiño que suben y bajan al ritmo de su respiración artificial. Sí han retirado el tremebundo muñeco del torero Granero, suspendido en el aire por una cornada en el ojo: era el favorito de los niños. Y está arrinconado y vacío el tiovivo en que daban vueltas los payasos de la tele y, como sobraba un caballito, pusieron a José María Íñigo con ellos. Las estatuas oscilan entre lo ridículo y lo espantoso, aunque están hechas con cariño. La obra maestra es la nariz de cera de Cleopatra, que como sabemos cambió la historia. Ante la silla de Franco todos hacíamos contorsiones para que no nos sacaran una foto que arruinaría nuestras carreras. Pero lo mejor fue cuando vi a mis amigos confundidos entre las figuras del salón. Parecían bultos de cera ellos mismos. O sea, que ya nunca se sale del museo.