30.5.25

Los ozorianos sobrevenidos

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:08

Buenas noches. La muerte de Mariano Ozores ha vuelto a desencadenar un fenómeno entrañable: el de los que se ponen a realzarlo como si fuese Ingmar Bergman. Es cierto que se ha menospreciado al director de Manolo la Nuit, Los bingueros o ¡Que vienen los socialistas!, y está bien que se le defienda con tino como ha hecho nuestro José Ignacio Wert. Pero hay otros defensores a los que se les va la mano y no se contentan con reivindicarlo, divertirse con sus películas o simplemente resaltar su valor sociológico: desde el antiintelectualismo que suelen profesar adoptan la misma pose que sus detestados intelectuales, y pontifican sobre El liguero mágico como si se tratase de El séptimo sello. O sea, que dan pesadísimamente la brasa con Ozores como otros la dan con Godard o Dreyer. Como sucede tantas veces, incurren en lo que critican en los otros. A estos les presuponen postureo, y no conciben que puedan ver una película de Mizoguchi si no es para adornarse. Pero ahora son los ozorianos los que se adornan con Ozores. Se ha recordado que Pilar Miró lo desdeñó diciendo que hacía "cine para fontaneros" (¡o sea, que su filmografía debe de tenerla trillada la hoy famosa fontanera del PSOE!) y por aquella frase los ozorianos dogmáticos están atacando a Pilar Miró. Pero pocas mujeres me han dado tanto placer. Placer cinéfilo, se entiende. Cuando Pilar Miró estuvo de directora de Radiotelevisión Española nos proporcionó un disfrute máximo a los amantes del cine con su fastuosa programación. Porque de eso se trata: de disfrutar. Y si a mí me gusta Rohmer no es por postureo, ni por adornarme, ni mucho menos por elitismo. Es porque sencillamente me lo paso pipa con las películas de Rohmer. Algo que los ozorianos sobrevenidos no parecen comprender.

29.5.25

Todo Bernhard en 'Andar'

La novela corta Andar, de Thomas Bernhard, estaba sepultada en el volumen Relatos que editó Alianza Tres en 1987 (no confundir con el posterior Relatos de bolsillo, 2009 y 2017), con canónica traducción de Miguel Sáenz. La editorial Contraseña ha tenido el acierto de rescatarla ahora en libro aparte, tal como se publicó en alemán en 1971. Y con traducción nueva de Virginia Maza, quien dice en el epílogo que "estas páginas parecen condensar los fundamentos de la prosa de Bernhard". Tiene razón: está todo Bernhard en Andar.

Los bernhardianos españoles somos sáenzianos españoles e instintivamente rechazamos toda traducción que no sea de Sáenz. Se ha escrito que una de las ventajas de Bernhard en español es que su obra (casi) completa tiene un mismo traductor, por lo que hay continuidad estilística en ese Bernhard para españoles de Sáenz. Durante mucho tiempo rechacé Los comebarato (Cátedra) porque era lo único que no había traducido Sáenz, sino Carlos Fortea. Pero mis recientes relecturas de Los comebarato me han reconciliado con esa traducción. Es un Bernhard que no dice "en fin de cuentas" sino "a fin de cuentas", pero la novelita es tan buena que lo doy por bueno. Con el Andar de Maza me ha pasado igual: su Bernhard no dice "deprimición" sino "deprimencia". Pero Andar es una obra maestra y la traducción nueva es magnífica también.

Bernhard escribe Andar en su plenitud, entre dos de sus novelas mayores, La Calera y Corrección, y entre sus dos primeras obras de teatro, Una fiesta para Boris y El ignorante y el demente, junto con otros escritos. Tiene la profundidad y densidad de tales novelas mayores, pero además asoma la ligereza. Y asoma el humor, y de qué manera: hay una serie de páginas cómicas que parecen de los hermanos Marx, con el personaje Karrer (que justo ahí va a volverse loco) empeñado en que el dependiente de una tienda de pantalones le ponga al trasluz pantalón tras pantalón para ver si clarean, porque está convencido de que no son de tela inglesa, como asegura el dependiente, sino de "saldos checoslovacos". La repetición desaforada de esta expresión, "saldos checoslovacos", desencadena la hilaridad lectora.

Al neófito siempre le intimidan las páginas compactas de Bernhard, esos lingotes de prosa sin puntos y aparte. En las cien páginas de Andar hay tres, pero como si no los hubiera: son puntos y aparte sin espacio en blanco intercalado. El habituado a Bernhard, en cambio, sabe que esa aparente muralla no carece de asideros: cuando uno se introduce en la lectura, fluye a la perfección. La escritura de Bernhard es compleja, intrincada, pero en todo momento con sentido; si se sintoniza con ella, se descubre su admirable simplicidad esencial. Tiene que ver con su música, y con la contundente claridad con que traza un mundo. Es por este motivo por el que su dificultad inicial suele derivar, como dice Sáenz, en adicción.

La trama de Andar es mínima (el narrador salía a caminar los miércoles con Oehler y los lunes con Karrer, pero este se ha vuelto loco y ahora los dos días sale a caminar con Oehler, quien le cuenta qué pasó con Karrer), pero está llena de acciones y, sobre todo, de palabras. Unas y otras en un entramado de capas discursivas con un virtuosismo entre mareante y descacharrante. Un ejemplo: "como dice usted, Karrer, dijo Rustenschacher, en palabras de Oehler a Scherrer". La dificultad de asir la realidad con palabras ("todo lo que se dice es cita", decía Karrer y repite Oehler, narra el narrador) se manifiesta en estas emisiones verbales indirectas, que en el fondo asedian un vacío.

Todo Bernhard está en Andar porque, además de las repeticiones, no falta ni uno de sus recursos: la exageraciones y generalizaciones, las estructuras distributivas ("Oehler tiene un sombrero negro y de ala ancha, y yo, uno gris y de ala estrecha"), los "así llamados", la artificiosidad retórica, los paréntesis, las cursivas, las digresiones, la sentenciosidad. Ni faltan sus temas: enfermedad, asfixia, obsesión, pensamiento desquiciado, locura, Naturaleza, Wittgenstein, muerte, suicidio, denostación del Estado austriaco, sacrificio del genio. Sobre estos tres últimos: "Si una cabeza austriaca es extraordinaria, dice Oehler, no hay que esperar mucho para que se mate, solo es cuestión de tiempo y el Estado cuenta con ello".

Está igualmente la execración del nacimiento (y de la “tentación de existir” de Cioran, en la línea de Schopenhauer): "Toda la vida me he negado a hacer un niño, dice Oehler que decía Karrer, a meter a un nuevo ser humano con el ser humano que soy y que está en la prisión más espantosa que se pueda imaginar y que la ciencia califica sin consideración de naturaleza humana". Así como la autoconciencia paralizante: "No debemos hacer de lo que hacemos el objeto de nuestro pensamiento porque en primer lugar caeríamos en la duda fatal y al final en la desesperación fatal".

Andar es también pensar: "Andar y pensar están en una incesante relación de intimidad recíproca, dice Oehler. En el fondo, la ciencia del andar y la ciencia del pensar son una única ciencia". Naturalmente, el pensamiento puede desembocar de pronto en la locura: "Hay un instante, dice Oehler, en que entra la locura. Es un solo instante en que la persona en cuestión está loca de repente". La clave está en detenerse (en detener el pensamiento) justo antes.

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25.5.25

Escalada hacia la desfachatez

[Montanoscopia] 

1. Sánchez en Valencia, siete meses después de las inundaciones. Dice que no había vuelto desde su primera visita para no politizar y que ha estado trabajando en la sombra. Es su estilo, claro. No politizar. Trabajar. En la sombra. 

2. Creo que fue David Mejía el que dijo en La Brújula que la carrera del dirigente del PSOE extremeño Gallardo para aforarse no exhibe precisamente una pulcritud formal que despeje las sospechas de que haya sido capaz de enchufar a alguien en un puesto público. Con la jugarreta de Gallardo ("¿qué Gallardo?" "cualquier Gallardo") culmina, me temo que no de un modo irrebasable, la escalada de nuestros políticos hacia la desfachatez, retomada tras el breve lapso compungido, falso como ellos solos, de no hace ni diez años. 

3. Una de las subtramas apasionantes de la tertulia de Alsina en Onda Cero es la de esos tertulianos (por lo general, tertulianas) que se toman la temporada como unas oposiciones para la Ser. En septiembre se ve el resultado. La postulante del curso pasado, Pilar Velasco, asombrosamente no lo consiguió. Este ha seguido con Alsina, redoblando sus esfuerzos: más meritorios conforme se va incrementando la podredumbre gubernamental. La Ser no puede permanecer insensible a su demanda. 

4. En La Cultureta, ese conciliábulo de parloteadores (¡que, sin embargo, no me pierdo jamás!), entrevistan a Manuel Vicent. En diez minutos cuenta cien anécdotas, enlazándolas una detrás de otra, con incuestionable brillantez. Están, sin duda, muy rodadas. Hasta hace nada yo lo hubiera disfrutado como el que más. Pero ya no lo soporto. Desprecio a su generación. Esa generación que se ha tragado a Sánchez sin chistar. Eso es todo. 

5. "¿Por qué nos odian tanto?", clama Patxi López. Para empezar, porque no es odio sino crítica y a la crítica la llamáis odio. En la crítica se me cuela el desprecio, lo reconozco, pero es ante todo crítica: una crítica muy limpia. Y muy justificada. La respuesta a Patxi podría ser como aquella de La vida de Brian a "¿Qué han hecho por nosotros los romanos?". Siéntate, Patxi, que te lo voy a desmenuzar. (Bueno, no ahora, qué pereza.) 

6. Feijóo ha encontrado por fin la fórmula mágica para derrotar a Sánchez en las próximas elecciones: ¡prometerles 600 euros a los celíacos! La desesperación lleva a eso: a las, así llamadas, soluciones imaginativas. 

7. Mi cita anual con el euskera: la retransmisión del Giro por Euskal Telebista, única cadena en la que lo puedo ver. Acostumbrado todo el año al euskera escupido por nacionalistas y proetarras (ese "vuestro ingrato euskera" que se decía en un poema de Jon Juaristi), siempre me gusta recordar que es un idioma dulce. Con el Giro va fenomenal, por los estupendos locutores y porque está trufado de nombres de lugares italianos y ciclistas, y palabras como ciclamino o maglia rosa. ¡Hasta tengo la sensación de que lo entiendo!, le digo a mi amiga vasca Txani Rodríguez. 

8. Qué bonito cruce en la prensa, sucede a veces. Son dos textos bellísimos. Javier Gomá escribe en El Mundo que un ser humano no tiene definición sino historia, la de su vida, y que cuando esta acaba se desprende su esencia: su esencia aromática. "Esencia como perfume". Y Daniel Gascón evoca en El País a una amiga que acaba de morir y con la que estuvo saliendo: "Han pasado casi treinta años: a veces me quedo parado en la calle sin saber por qué y luego caigo en que me he cruzado con alguien que llevaba su perfume". Hay otros perfumes que se pierden para siempre, aunque la persona esté viva. 

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22.5.25

Proust y la edad


No debía viajar a Madrid en realidad, ya no me sienta bien, pero deseaba ir a la exposición Proust y las artes y había que hacerlo antes de que se echara encima la Feria del Libro, que no pienso pisar. La literatura y las artes son al fin un refugio contra todo, incluidas las pompas artísticas y literarias, proustianamente.

Viajé el sábado en el Iryo, un tren que va por las mismas vías que los del ministro The Puentete pero a la antigua: con suavidad, sin tropezones, con puntualidad; al contrario que los de The Puentete. A los diez minutos había hecho el check-in en el hotel (uno de los de Atocha) y a la media hora estaba en el Thyssen. A propósito, por los altavoces del Iryo no se menciona el nombre de Almudena Grandes (y esperemos que tampoco se mencione el de Julio Anguita al pasar por Córdoba): todo son ventajas.

La exposición es ligeramente decepcionante, pero está bien. Yo esperaba más utilería proustiana, aunque me di por satisfecho con la palabra PROUST enorme de la entrada y la camarita final con unos manuscritos suyos (de correcciones de pruebas) y las primeras ediciones de la Recherche, mientras sonaba con un soplo discreto el tema de Vinteuil. Me sobraban los Rembrandt.

Una amiga me recomendó contratar un guía, pero es lo último que quiero en los museos, y desde antes de haber leído la andanada de Bernhard contra los guías en Maestros antiguos. Me pierdo así datos, conexiones, pero en favor de la burbuja que busco: la que me encierra con algún cuadro de vez en cuando, como con un cuerpo, un cuerpo magnético. Radiaciones a veces, sensoriales, emocionales, incluso filosóficas y espirituales. Proust era entonces una excusa para una colección de obras más o menos evocadoras de Proust, pero que se podían disfrutar sin Proust. A la salida vendían magdalenas.

Después he visto que en la web del Thyssen ofrecen una visita virtual. Y he leído artículos atrasados: una buena presentación de Galo Abrain ("En busca de Proust: su vida y su tiempo a través de la pintura"), una presentación petarda de Fanjul ("Aristócratas y nenúfares: el postureo decimonónico en la visión de Marcel Proust"), una crítica inteligente de Javier Montes ("Marcel Proust en el Thyssen: un paseo fetichista y sin aliento poético") y una síntesis proustiana de Trapiello, con estupenda cita de Azúa ("El milagro de una analogía: Proust").

Fuera aguardaba Madrid, primaveral. Me aseguraron que hasta el día anterior hizo mal tiempo. El fin de semana lo pasé entre encuentros y soledades, y el lunes por la mañana, antes de mi tren de vuelta, fui al Jardincito (el del príncipe Anglona) a recibir mi nueva edad: estos insidiosos 59 que al menos me han sacado de los años con que murió Bernhard. A continuación viene la vejez: para mí los 60 no serán los nuevos 40, sino los nuevos 80. Al borde del pijama de madera, de acuerdo con mi humor schopenhaueriano.

Pero ah! En el Jardincito se estaba divinamente. Había rosas (rojas, rosas, amarillas). Cantaban (¡y revoloteaban!) pajarillos. Las hojas de los árboles las movía un aire fresco de mundo recién comenzado. En mi rostro daba el solecito con el parpadeo de las ramas, renaciéndolo. Desde fuera el sonido del tráfico era casi absolutorio, así como la lejana cruz verde, luminosa, de la farmacia de detrás de la verja. El tiempo recobrado, de repente. Una cierta curiosidad por lo que ha de pasar todavía.

Como en aquellos versos de Gil de Biedma: "Pero también / la vida nos sujeta porque precisamente / no es como la esperábamos". 

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18.5.25

Intxaurrondo: buenísima, malísima

[Montanoscopia]  
 
1. Muere Pepe Mujica: el segundo papa que el comunismo pierde en un mes.  
 
2. Bernhard en el Vaticano: las tres fumatas negras fueron por la elección sucesiva de los cardenales de Ghana, Guinea y el Congo; pero, como no estaba establecido ese significado, se quedaron sin ser papas.  
 
3. Se ha señalado, con extrañeza, la corrección ortográfica de los wasaps de Sánchez, algo que no siempre ocurría con sus legendarios tuits. ¿Y si se los pasaba a sus novelistas del régimen para que les dieran un repaso? ¿O tal vez les delegaba por completo las respuestas? En tales wasaps Sánchez parece un actor encarnando a un presidente, ¡un personaje de tales novelistas! Aunque la verdad es que Sánchez siempre parece un actor encarnando a un presidente, ¡un personaje poco creíble! Por otra parte, no hay garantía de corrección ortográfica con novelistas, del régimen o no. Descartamos la hipótesis, pues: con la navaja de Hitchens.  
 
4. Sigo encandilado con Silvia Intxaurrondo: ¡es buenísima! Todo es acierto en ella. Además de lo guapa que es, sabe hablar, se expresa con precisión, tiene una gestualidad afinada, tiene discurso, transmite credibilidad. A diferencia de Sánchez, funciona. Pero, como Sánchez y por estar al servicio de Sánchez, miente, emite bulos, manipula, su tarea no es periodística sino propagandística. Todo esto lo hace excelentemente, con una perfección que da miedo. ¡Es malísima!  
 
5. Los animalitos del PP se meten ahora en un congreso, en el que imperará el miedo: el miedo a no ganar. Un miedo más que justificado, porque no creo que vayan a ganar. Por ganar quiero decir gobernar, naturalmente. Poseen la mejor oferta electoral: limpiarnos de Sánchez. Pero la sombra de Vox la ensucia. A los socialdemócratas antisanchistas (¡especie desquiciada!) esa sombra nos reafirma en el no-voto al PP. Sin Vox tal vez nos lo pensaríamos. Con Vox, no.  
 
6. En los dicharacheros wasaps de Sánchez y Ábalos aparecían a veces, prestos a prestar servicios, tontos útiles de Ciudadanos. Convirtiéndonos también en tontos (inútiles) a quienes los votábamos. ¡La melancolía sin fin!  
 
7. Definitivamente, se me ha agriado el carácter. Me doy cuenta de que no aprecio a Eduardo Mendoza. ¡Alguien tan apreciable! Cumple además el precepto de la ligereza, que tanto defiendo. Pero mi olfato detecta al pancista. ¡El pancista delgado! ¡El pancista figurín! Lo leí con gusto y admiración, pero hace mucho que dejé de hacerlo. Tiene una conferencia descacharrante sobre el oficio de novelista en la web de la March y me lo pasé pipa hace solo unos años con ella. Encarna sin duda la civilización. ¡Si todos fueran como él no habría problema! Cae inevitablemente bien. ¡Inevitablemente! Ese es quizá su límite como escritor. Está además esa mentalidad PSC, tan irritante siempre. En el procés escribió un libro cordial, sensato... pero en el que repartía las culpas. Aunque no fue entonces. Es quizá esa inercia suya, no sé. Puede que sea el único sabio taoísta de nuestras letras, y yo simpatizo con el taoísmo. Pero hay algo... ¡qué sé yo! Será eso, que se me ha agriado el carácter.  
 
8. Impresiona la censura cuando irrumpe. Estaba escuchando una entrevista de Javier Aznar a Carlo Padial, en el podcast Hotel Jorge Juan, cuando suenan unos pitidos sobre los nombres que el entrevistado cita para ejemplificar el poco nivel de la cultura española. ¿Qué hacer ante esta ofensa a tu inteligencia? Paré el podcast. Pero lo volví a poner al rato. Me pasó lo mismo con mi boicot unipersonal a Anagrama por el caso Luisgé: lo rompí para leer La dulce existencia. Solo tengo el cabreo ocasional, fungible. ¡Estoy vendido! 
 
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16.5.25

Ser o no ser tajante

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:50
 
Buenas noches. Después de su ensayo sobre la película Vértigo, de Alfred Hitchcock, el catedrático de Ciencia Política y articulista Manuel Arias Maldonado ha vuelto a publicar un libro de pasión cinéfila: Forever Cinema (editorial Confluencias). Aún no lo he podido leer, pero lo recomiendo a ciegas: ¡a ciegas por el cine! Lo traigo porque he encontrado en el prólogo algo que da para una reflexión ultramontana. Escribe Arias Maldonado: "Declaro que en ningún momento he querido ser tajante. Releyéndome, se me ha hecho evidente que el gusto va cambiando con el tiempo; nuestra relación con el cine y demás expresiones de la cultura abunda en deslumbramientos, malentendidos, desengaños". ¡Me he dado por aludido, puesto que yo solo tengo (al menos en este programa) opiniones tajantes! ¡Mi trabajo es no ser ponderado! ¿Qué ocurre aquí? Arias Maldonado tiene una visión larga de la vida, una conciencia de los cambios de opinión y las modificaciones del gusto; conciencia que atenúa la contundencia de los juicios. Yo lo que hago es dar un tajo en cada instante, por eso soy tajante. Digamos que me abstraigo del que haya sido o vaya a ser, y apuesto por el energúmeno que soy ahora. Se lo doy todo y me quedo sin nada. Todo lo gasto en mi opinión energuménica presente, aunque contradiga la del pasado o la del futuro. El sabio Arias Maldonado fluye con el tiempo, va aprendiendo y va anudando razonada, coherentemente sus opiniones. Yo no aprendo nada. Voy dando saltos compulsivos. En cada juicio tajante vivo y muero. ¡Me desangro en mi contundencia! ¡Ya resucitaré después, con la próxima opinión contundente! No me labro una carrera. Me limito a dar en todo instante el espectáculo a costa de mi reputación. Es un sinvivir, pero es divertido. Para los demás, al menos.

15.5.25

La montaña de la felicidad

No se operaba sobre la realidad, sino sobre la cultura: sobre la costra de la cultura. Había que abrirse paso como con un rompehielos. Iñaki Fernández, que se ha muerto ahora, lo dice en un vídeo de 2011: "Había que destruir". La canción Todos los negritos de su Glutamato Ye-Yé destruía: sin gravedad, con diversión. Su blanco (nunca mejor dicho) no eran los africanitos hambrientos, pobres, sino las capas y recapas de cursilería biempensante: el reconfortante Domund, el desfile de famosos que retrataban calculadoramente su bondad. Y todo cantado con el bigotín de Hitler y patas de pollo como galones en la gabardina.

El mismo Iñaki Glutamato, en el citado vídeo, dice también que tenían un espíritu vanguardista: dadaísta, surrealista, futurista. A los que éramos unos años más jóvenes y nos pilló en el instituto nos regocijaba (lo he escrito alguna vez) esa correspondencia entre lo que se explicaba en clase y lo que se producía en la calle. En 3º de BUP (teníamos 16 y 17 años) el profesor de literatura nos dio a leer el Ubú Rey, Baudelaire, Beckett, Ionesco, Poeta en Nueva York, Boris Vian, los manifiestos de las vanguardias... Y réplicas musicales de aquello las teníamos por la noche en el Diario pop y La edad de oro.

Madrid se mitificó a velocidad supersónica. Recuerdo que todavía a comienzos de aquel curso, en otoño, yo pensaba en Barcelona como en nuestra ciudad europea, nuestra París. Irse a Barcelona era una opción. Antes del verano la única opción era irse a Madrid. Luego en Madrid, a mediados de los 80, solo quedaba la estela, otra retórica institucionalizada; se mantenía la chispa, pero en declive. Los protagonistas de la Movida, incluido Iñaki Glutamato, decían que esta estaba liquidada en 1982. En mi propia cuenta, epigonal, la liquidación definitiva se produjo unos años después, cuando triunfó El Último de la Fila: ¡aquellos horripilantes dejes aflamencados! Estaba puesta la semilla para que retornaran, tenebrosamente, los cantautores.

La diferencia entre los cantautores y el pop es la que hay entre el literalismo y la ironía. Hoy estamos bajo la tiranía del literalismo; es decir, bajo la tiranía de los cantautores. Vuelve a triunfar el mensaje, el mensaje plomazo, y no se puede jugar con "los negritos" (es decir, con la expresión). Hace solo unos días el asesino de Beethoven, Miguel Ríos, cantautor disfrazado de rockero (la abuela rockera ya, de facto), nos volvió a endilgar la prueba de su crimen, el Himno a la alegría. ¡Y en un acto nominalmente en favor de Europa pero al servicio del Sánchez que en España corroe sus fundamentos!

"Tú pones tu granito, que yo ya pongo el mío. Haremos la montaña de la felicidad...", escucho una vez más, desde que se murió Iñaki Glutamato. ¿Por qué esta coña es liberadora, mientras que el coñazo cantautoril nos oprime? Porque es un ataque a la impostura. Esa impostura en la que están instalados los cantautores, con su jerga de la autenticidad. Tan hitleriana (por heideggeriana), por cierto. Tal vez sacar el bigotín de Hitler y ponerlo a hacer el payaso con la farsa del humanitarismo limosnero era un conjuro y una superación. Los que no lo hicieron ni lo hacen sabemos en lo que han acabado: en autodenominados antifascistas que son más fascistas que su madre. Con su insoslayable bigotín interior.

Hubo un hueco sin Franco, solo aquel hueco de los 80. ¡Conocimos la montaña de la felicidad! Después Franco fue regresando, en modo de parodia (la parodia de la parodia), y con el sanchismo lo tenemos hasta en la sopa. Ninguna broma ya. Todo cantautores.

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11.5.25

Un papa platónico, petrarquista y vargasllosiano


[Montanoscopia]
 
1. Como la imagen de la chimenea vaticana era bonita, un paisaje relajante por la ventana del ordenador, la tuve puesta toda la tarde mientras trabajaba en mi escritorio. De fondo se oía un rumor tranquilo de gente en Roma. Hubiese querido que durase más, pero el rumor se agitó, miré y ya salía la fumata blanca. El papa nuevo tuvo una hora después la humildad de salir con sus lujosas ropas, para no señalarse como el otro, tan argentinamente soberbio. Me acordé de una historia que contaba Octavio Paz. Cuando vivía en la India le otorgaron un premio. Dudó si rechazarlo, como gesto en favor de la poesía sin pompa. Se lo consultó a un santón hindú y este le dijo: "Sea humilde, acéptelo".  
 
2. De Chicago a Chiclayo. Con esta fórmula afortunada se ha resumido la trayectoria vital de León XIV. En Chiclayo estuvimos los lectores de la última novela de Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio, porque de allí era el guitarrista Lalo Molfino y allí se va a buscar su rastro Toño Azpilcueta: "No había visto nunca este paisaje de enormes arenales amarillo pálido, tirando a veces a grises, con las espumosas olas del mar a su izquierda, y a la derecha, asomándose, los contrafuertes de la cordillera de los Andes". Recuerdo que me metí en Google Street View y estuve paseando un rato. Veo ahora que las capturas son de 2022 y 2023, cuando el hoy papa aún vivía allí.  
 
3. La tradición platónica de los agustinos, orden del papa, frente a la aristotélica de los tomistas. En algunas facultades de Filosofía de España, no precisamente las más avanzadas, se mantenía la disputa. Jorge Bustos ha recordado la concepción lineal del tiempo (en las vidas y en la historia) de san Agustín, opuesta a la cíclica de los paganos. En mi mitología particular, san Agustín está asociado al Mont Ventoux, porque sus Confesiones es el libro que abre Petrarca en la cumbre. Tenemos, pues, un papa platónico y petrarquista. Aunque el papado no va conmigo, me cae simpático León XIV.  
 
4. Los chicos de Mongolia deberían retirarse después de que el Gobierno haya contratado su espectáculo Chistes contra Franco. "Chistes que aún siguen molestando", presumen los chicos. No precisamente al Gobierno.  
 
5. Nadie podrá acusar a Arturo Pérez-Reverte de no arrimarse al toro con su artículo sobre la subliteratura y la "poca vergüenza" de las editoriales que la promueven y publican.  
 
6. Tras múltiples intentos, los premios Princesa de Asturias han logrado hacerse el harakiri con la concesión del de Comunicación y Humanidades a Byung-Chul Han, el Murakami de la filosofía: en este sentido, se han adelantado a los Nobel. Su candidatura fue propuesta, leo en El País, por Antonio Lucas. Con lo que no hay más preguntas, señoría.  
 
7. Leo un libro de poesía profundo, extraordinario: Otras estaciones, de Lola Ruiz (El Toro Celeste). Es el primero que publica la autora, destilación de toda una vida. Empieza con una pista de tenis abandonada: "El verde y el rojo, desvaídos ahora, / brillantes ayer como portadas de discos, / se enredan hoy entre los setos mal cortados, / testigos esta tarde tan solo del paso del tiempo". Y termina con esta celebración: "Celebro, por todo, la vida y sus trabajos, / este incesante y perpetuo latido entre el sueño y la muerte". Otro poema habla de un hombre que se tiró desde el Golden Gate y sobrevivió, y contó que mientras caía "tomó conciencia de que / quería seguir vivo. / Segundos de lucidez / con la muerte acercándose a su boca. // La epifanía de la vida / desde su propio abismo". 
 
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8.5.25

Kit para sobrevivir al Gobierno

Casi ningún español se hizo con el kit de supervivencia que recomendó la Unión Europea para una posible guerra. Según las encuestas, los españoles no creemos en una posible guerra, al menos por ahora. Pero el día del apagón entendimos que sí que conviene tener el kit: no para sobrevivir a una guerra, sino para sobrevivir al Gobierno.
 
Yo he de reponer el transistor, a propósito. Tenía uno guardado en el cajón, de cuando seguía los Tours de Indurain con Ares. Una reliquia de los noventa, a la que le di mucho uso. Lo saqué, le puse pilas y lo encendí en cuanto llegué aquella tarde a casa. Funcionaba perfectamente. Tras el desmentido periodístico de algunos bulos, que me reconfortó (aún creía que el apagón había sido en toda Europa y por un ciberataque), la cosa empezó a torcerse. Alguien dijo: "Sánchez ha asumido personalmente la gestión de la crisis". Algo después, cuando se anunció que Sánchez iba a hablar, estrellé el transistor contra la pared. No lo soporto más, eso es todo.
 
Fue un acierto, a juzgar por lo que leí luego en los resúmenes. Lo de siempre con Sánchez: victimismo, chantaje emocional, ausencia de responsabilidad, designación de enemigos, siembra de basura. Cuando se pone en plan hombre de Estado el personaje resulta particularmente infumable. Además de nada creíble. Es un mal actor de su falta de emociones. Nadie ha tenido menos carisma con su percha.
 
Con su Gobierno de inútiles, está revirtiendo la célebre frase de Felipe González cuando en 1982 respondió a la pregunta de qué era "el cambio" que se anunciaba en su eslogan electoral, Por el cambio. Dijo: "El cambio es que España funcione". Recuerdo que a mis dieciséis años me pareció conservador, poco ambicioso; para mí era una frase anticlimática, pero era una buena frase. Enlazaba con el espíritu regeneracionista con el que yo sí simpatizaba (¡siempre fatalmente socialdemócrata!). Hoy la frase no sería conservadora, poco ambiciosa ni pálidamente regeneracionista, sino encendidamente revolucionaria. Comparada con el "recambio" de Sánchez, que es que España no funcione. Lo tiene casi conseguido.
 
Sánchez no sería Sánchez sin sus palmeros, sobre todo los mediáticos, representados de manera apoteósica por el patito Cué y cucurrucucú Palomera (de El País y elDiario, respectivamente: una prensa del movimiento que deja en bragas a la de Paca la Culona). El martes me desperté con el argumentario de Moncloa que publicó Ketty Garat en The Objective, en el que se hablaba de "el sabotaje de las derechas a un gobierno legítimo" y se preguntaba retóricamente si "están sembrando el desorden para prometer orden". A continuación me topé con la columna de Cucurrucucú, calcada del argumentario: "Objetivo: sembrar el caos".
 
El juego es repulsivo. Al Gobierno no le basta con el daño en sí mismo que hace. Le añade un daño peor, el de la acusación mentirosa y la demonización de quienes ejercen la crítica. Es el procedimiento de todos los fascismos que en el mundo han sido; los fascismos, los comunismos, los antisemitismos y los kukluxklanes. Solo le falta al Gobierno producir él mismo los desastres, como los nazis el incendio del Reichstag, para señalar a un chivo expiatorio. Obviamente no lo hace, aunque su comportamiento posterior es casi calcado.
 
Yo no doy crédito a esta situación embrutecida. Lo que ha montado un mediocre del calibre de Sánchez, con el consentimiento o el aplauso de tantos. Estamos históricamente en uno de los trenes del ministro The Puentete: parados, sin luz y sin agua. Y encima con un Moranco amenizando. O peor que con un Moranco: con Bop Pop, el Marujito Díaz del sanchismo.
 
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4.5.25

Sánchez, luz de donde el sol la toma

[Montanoscopia]
  
1. Sánchez, luz de donde el sol la toma, les proporcionó el lunes pasado a los españoles una experiencia inolvidable, con un apagón en primavera como no se ha vivido nunca. Así lo dicta el oficialismo. En su infinita bondad, el mismo presidente nos devolvió pasadas unas horas la luz, emulando como dice Latorre a Prometeo, que les robó el fuego a los dioses para entregárselo a los humanos. En una encuesta flash (nunca mejor dicho), Tezanos sentencia que los españoles premian el malabarismo: el PSOE sube. 
 
2. Qué sintomática la sorpresa de los sanchistas ante el comportamiento civilizado de los españoles en las horas del apagón. Claro, como esos españoles son los que sostienen a su Sánchez, se temían lo peor de ellos.  
 
3. Toscano lo ha formulado con exactitud: "Tenemos lo que os merecéis". 
 
4. Impacta la noticia de que España haya superado a Rumanía como el país de la UE con mayor riesgo de pobreza infantil. Cómo olvidar al amigo Klose, al que Sánchez nombró alto comisionado para la Pobreza Infantil. Estuvo apenas unos meses, pero en ellos le dio a la Pobreza Infantil el impulso que necesitaba en España. Klose la revitalizó y desde entonces no ha parado de batir récords, hasta alcanzar el primer puesto en Europa. Cuando las cosas se hacen bien, hay que reconocerlo. Y el amigo Klose lo hizo superbién.  
 
5. Ninguna palabra tiene un comportamiento más ejemplar que la palabra camarlengo. Pese a ser una palabra brillante, con cuerpo, con enjundia, es capaz de ocultarse durante lustros, lo que dure un papado, para emerger luego, fulgurar unas cuantas semanas, en que los hablantes la mastican con fruición, y sumergirse durante otro montón de años.  
 
6. En la semana que entra tenemos el juego de las fumatas: negra, negra, ¡blanca! Es como la canción de Basilio Cisne cuello negro, cisne cuello blanco. Mi papable favorito es el cardenal negro Sarah, por negro y por Sarah. Pero sería contradictorio que su fumata fuese blanca: debería ser negra también.  
 
7. Quitando lo de camarlengo y lo de las fumatas, y al margen de mi preferencia esteticista por un papa Sarah, lo del Vaticano me da un poco igual. Algunos amigos a los que sí les interesa han visto la película Cónclave y me soplan (¡atención, spoiler!) que el papa elegido es Paul B. Preciado. O sea, ¡un Sarah! Me parece perfecto, porque el papa no ha de serlo de una religión declinante sino de la religión ascendente.  
 
8. A propósito de la serie sobre el cómic argentino El Eternauta, he recordado que en el programa de Lanata hacían una parodia sobre Néstor Kirschner inspirada en él: El Nestornauta. Me venía que lo de Lanata era una parodia real, es decir, que el personaje lo habían engendrado los mismísimos peronistas. No puede ser, me he dicho. Aunque en Argentina no se sabe lo que es parodia y lo que es realidad. He ido a buscarlo y en efecto: era realidad. Como en España ya también se confunden la parodia y la realidad, los sanchistas deberían crear El Sancheznauta.  
 
9. Ha muerto Nana Caymmi, la voz más profunda de la música brasileña. En sus canciones hay como una limpia desolación en torno; naturalmente, una desolación bellísima. El 30 de abril se celebró el 111 aniversario de su padre Dorival, patriarca de la saga Caymmi, y ella murió al día siguiente. Llevaba tiempo hospitalizada. Mi homenaje son estas cinco canciones: Fruta boa, Nuvem negra, Olhos nos olhos, Fogueiras y Segue o teu destino, esta una oda de Ricardo Reis: "Los dioses son dioses porque no se piensan". 
 
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2.5.25

Sin electricidad no tengo vida cultural (ni sexual)

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:33

Buenas noches. Con el apagón me di cuenta de que sin electricidad no tengo vida ni tengo nada. Vida de ningún tipo, ni siquiera vida sexual; aunque de esto prefiero no dar detalles. Ya que estamos en una sección más o menos cultural, que no cultureta, me ceñiré a mi vida cultural. La hago toda por el smartphone, que necesita batería. Me hacen gracia los apocalípticos de los móviles, porque nadie sabe en qué andas cuando estás con tu móvil. A veces detecto miradas censoras de los que van con su librito en el metro. Ignorantes de que yo estoy leyendo en formato electrónico tochazos como Guerra y paz (ahí fue cuando me di cuenta de que Tolstói es un piernas) o las Memorias de ultratumba de Chateaubriand. También dependo del smartphone para mis otras dos pasiones culturales: la música y el cine. Me río de los cinéfilos que dicen que las películas hay que verlas en pantalla grande. El móvil a veinte centímetros de mi cara es una pantalla grande, ¡es cinemascope! Y con una calidad de imagen perfecta. Solo es necesario ser miope para proyectarse peliculones tumbado en la cama con la habitación a oscuras, y sin nadie masticando palomitas. También en la cama llevo a cabo buena parte de mi vida cultural activa, que es la escritura. Los pobres Valle-Inclán y Proust, que escribían en la cama, necesitaban un aparatoso montaje de atriles y mesitas supletorias, si se les caía un papel estaban perdidos y además lo manchaban todo de tinta. Con el smartphone, en cambio, escribir es limpísimo y comodísimo. O sea que, aquí donde me ven, soy la envidia de Valle-Inclán y Proust. En fin, que sin electricidad no tengo vida cultural. Vida sexual tampoco, pero de esto ya dije que no entraría en detalles.

1.5.25

¡Viva la vida eléctrica!

Los vanguardistas se volvieron locos con la electricidad y yo también. ¡Más bella que la Victoria de Samotracia! El futurista pessoano Álvaro de Campos empezaba así su Oda triunfal: "A la dolorosa luz de las grandes lámparas eléctricas de la fábrica tengo fiebre y escribo. / Escribo rechinando los dientes, fiera ante toda esta belleza, / ante toda esta belleza absolutamente desconocida por los antiguos". Han pasado cien años y la electricidad es a su vez antigua: antigua y siempre presente. Ha dejado de ser sorprendente para ser cotidiana.
 
Los amores crecen en las ausencias y me han bastado quince horas sin ella para que se intensifique mi amor. Un amor que es por mi vida misma, hecha de electricidad. Los botarates de uno y otro bando (los extremos no es que se toquen, es que se la chupan) dedicaron el apagón a cantar la vida deselectrizada, como si la muerte no fuera justo eso. Los reaccionarios medievalistas creyeron ver cómo se restablecían los viejos vínculos naturales (no tuvieron tiempo de localizar adúlteras por ver si las lapidaban). Los progresistas decrecentistas encontraron las virtudes de la vida hippy en las calles, como si al Capital lo hubiese matado la mismísima bruja Avería.
 
Sánchez y los sanchistas eludieron toda responsabilidad y lanzaron simultáneamente dos admoniciones opuestas: la de que no había sido para tanto y la de que era gravísima la culpa de las "operadoras privadas". Lo cierto es que fue mucho para muchos: aparte de para los cinco muertos contados hasta ahora (para quienes lo fue todo), para los atrapados en ascensores y trenes, o en ciudades extrañas sin hotel, para los incomunicados de sus padres o sus hijos, para los que no pudieron acudir a una cita clave, para los amantes separados, para los que vieron arruinada una jornada prometedora. Perder un día es perderlo todo, en realidad.
 
A mí no me fue mal, pero fue un fastidio. Era una fecha decisiva (aunque casi todas mis fechas son decisivas). Estuve toda la tarde sin teléfono ni transistor y me asaltaron los bulos del colapso de Europa; mi cielo estaba tranquilo, pero pensaba en lejanos cielos bombardeados. Un fin del mundo más: en el fondo, otra distracción. Sí está bien que el tiempo salga como un galápago y las horas sean de pronto interminables. Pero la emoción dura un ratito. En seguida lo que quiero es marcha: marcha eléctrica. Cada gota o macuto de electricidad, en pilas, baterías y grupos electrógenos, reductos de la vida perdida, era ciertamente más bella que la Victoria de Samotracia. El que el apagón fuese durante el día permitió que la ausencia de la electricidad se percibiese en su esencia. De noche fue un borrón sin chicha. Pero ya estaba en casa.
 
Hubo final feliz de súbito. Sin poder reanudar Centauros del desierto, porque no tenía internet, y cansado de leer con la linterna El malogrado, aproveché la batería que le quedaba al iphone para empezar en la pantalla La dulce existencia. ¡Una semana ha durado mi irrevocable boicot a Anagrama, pero ha sido por Milena! Existencia dulce y deliciosa la de su lectura, ligereza contra engrudos prosísticos hispánicos y una sutil sintaxis del vivir: ¡cosa rarísima por estos lares! Hasta que murió la batería y, a oscuras, me venció el sueño. A las tres de la madrugada me desperté: se había encendido la lámpara del techo. De nuevo mi amor. "¡Viva la vida eléctrica!", me dije. La apagué y encendí la luz de la mesilla. Me quedé mirándola como si yaciera en mi almohada. Por fin la apagué también, pero sabiendo que podía volver a encenderla.
 
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