8.5.25

Kit para sobrevivir al Gobierno

Casi ningún español se hizo con el kit de supervivencia que recomendó la Unión Europea para una posible guerra. Según las encuestas, los españoles no creemos en una posible guerra, al menos por ahora. Pero el día del apagón entendimos que sí que conviene tener el kit: no para sobrevivir a una guerra, sino para sobrevivir al Gobierno.
 
Yo he de reponer el transistor, a propósito. Tenía uno guardado en el cajón, de cuando seguía los Tours de Indurain con Ares. Una reliquia de los noventa, a la que le di mucho uso. Lo saqué, le puse pilas y lo encendí en cuanto llegué aquella tarde a casa. Funcionaba perfectamente. Tras el desmentido periodístico de algunos bulos, que me reconfortó (aún creía que el apagón había sido en toda Europa y por un ciberataque), la cosa empezó a torcerse. Alguien dijo: "Sánchez ha asumido personalmente la gestión de la crisis". Algo después, cuando se anunció que Sánchez iba a hablar, estrellé el transistor contra la pared. No lo soporto más, eso es todo.
 
Fue un acierto, a juzgar por lo que leí luego en los resúmenes. Lo de siempre con Sánchez: victimismo, chantaje emocional, ausencia de responsabilidad, designación de enemigos, siembra de basura. Cuando se pone en plan hombre de Estado el personaje resulta particularmente infumable. Además de nada creíble. Es un mal actor de su falta de emociones. Nadie ha tenido menos carisma con su percha.
 
Con su Gobierno de inútiles, está revirtiendo la célebre frase de Felipe González cuando en 1982 respondió a la pregunta de qué era "el cambio" que se anunciaba en su eslogan electoral, Por el cambio. Dijo: "El cambio es que España funcione". Recuerdo que a mis dieciséis años me pareció conservador, poco ambicioso; para mí era una frase anticlimática, pero era una buena frase. Enlazaba con el espíritu regeneracionista con el que yo sí simpatizaba (¡siempre fatalmente socialdemócrata!). Hoy la frase no sería conservadora, poco ambiciosa ni pálidamente regeneracionista, sino encendidamente revolucionaria. Comparada con el "recambio" de Sánchez, que es que España no funcione. Lo tiene casi conseguido.
 
Sánchez no sería Sánchez sin sus palmeros, sobre todo los mediáticos, representados de manera apoteósica por el patito Cué y cucurrucucú Palomera (de El País y elDiario, respectivamente: una prensa del movimiento que deja en bragas a la de Paca la Culona). El martes me desperté con el argumentario de Moncloa que publicó Ketty Garat en The Objective, en el que se hablaba de "el sabotaje de las derechas a un gobierno legítimo" y se preguntaba retóricamente si "están sembrando el desorden para prometer orden". A continuación me topé con la columna de Cucurrucucú, calcada del argumentario: "Objetivo: sembrar el caos".
 
El juego es repulsivo. Al Gobierno no le basta con el daño en sí mismo que hace. Le añade un daño peor, el de la acusación mentirosa y la demonización de quienes ejercen la crítica. Es el procedimiento de todos los fascismos que en el mundo han sido; los fascismos, los comunismos, los antisemitismos y los kukluxklanes. Solo le falta al Gobierno producir él mismo los desastres, como los nazis el incendio del Reichstag, para señalar a un chivo expiatorio. Obviamente no lo hace, aunque su comportamiento posterior es casi calcado.
 
Yo no doy crédito a esta situación embrutecida. Lo que ha montado un mediocre del calibre de Sánchez, con el consentimiento o el aplauso de tantos. Estamos históricamente en uno de los trenes del ministro The Puentete: parados, sin luz y sin agua. Y encima con un Moranco amenizando. O peor que con un Moranco: con Bop Pop, el Marujito Díaz del sanchismo.
 
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