Los bernhardianos españoles somos sáenzianos españoles e instintivamente rechazamos toda traducción que no sea de Sáenz. Se ha escrito que una de las ventajas de Bernhard en español es que su obra (casi) completa tiene un mismo traductor, por lo que hay continuidad estilística en ese Bernhard para españoles de Sáenz. Durante mucho tiempo rechacé Los comebarato (Cátedra) porque era lo único que no había traducido Sáenz, sino Carlos Fortea. Pero mis recientes relecturas de Los comebarato me han reconciliado con esa traducción. Es un Bernhard que no dice "en fin de cuentas" sino "a fin de cuentas", pero la novelita es tan buena que lo doy por bueno. Con el Andar de Maza me ha pasado igual: su Bernhard no dice "deprimición" sino "deprimencia". Pero Andar es una obra maestra y la traducción nueva es magnífica también.
Bernhard escribe Andar en su plenitud, entre dos de sus novelas mayores, La Calera y Corrección, y entre sus dos primeras obras de teatro, Una fiesta para Boris y El ignorante y el demente, junto con otros escritos. Tiene la profundidad y densidad de tales novelas mayores, pero además asoma la ligereza. Y asoma el humor, y de qué manera: hay una serie de páginas cómicas que parecen de los hermanos Marx, con el personaje Karrer (que justo ahí va a volverse loco) empeñado en que el dependiente de una tienda de pantalones le ponga al trasluz pantalón tras pantalón para ver si clarean, porque está convencido de que no son de tela inglesa, como asegura el dependiente, sino de "saldos checoslovacos". La repetición desaforada de esta expresión, "saldos checoslovacos", desencadena la hilaridad lectora.
Al neófito siempre le intimidan las páginas compactas de Bernhard, esos lingotes de prosa sin puntos y aparte. En las cien páginas de Andar hay tres, pero como si no los hubiera: son puntos y aparte sin espacio en blanco intercalado. El habituado a Bernhard, en cambio, sabe que esa aparente muralla no carece de asideros: cuando uno se introduce en la lectura, fluye a la perfección. La escritura de Bernhard es compleja, intrincada, pero en todo momento con sentido; si se sintoniza con ella, se descubre su admirable simplicidad esencial. Tiene que ver con su música, y con la contundente claridad con que traza un mundo. Es por este motivo por el que su dificultad inicial suele derivar, como dice Sáenz, en adicción.
La trama de Andar es mínima (el narrador salía a caminar los miércoles con Oehler y los lunes con Karrer, pero este se ha vuelto loco y ahora los dos días sale a caminar con Oehler, quien le cuenta qué pasó con Karrer), pero está llena de acciones y, sobre todo, de palabras. Unas y otras en un entramado de capas discursivas con un virtuosismo entre mareante y descacharrante. Un ejemplo: "como dice usted, Karrer, dijo Rustenschacher, en palabras de Oehler a Scherrer". La dificultad de asir la realidad con palabras ("todo lo que se dice es cita", decía Karrer y repite Oehler, narra el narrador) se manifiesta en estas emisiones verbales indirectas, que en el fondo asedian un vacío.
Todo Bernhard está en Andar porque, además de las repeticiones, no falta ni uno de sus recursos: la exageraciones y generalizaciones, las estructuras distributivas ("Oehler tiene un sombrero negro y de ala ancha, y yo, uno gris y de ala estrecha"), los "así llamados", la artificiosidad retórica, los paréntesis, las cursivas, las digresiones, la sentenciosidad. Ni faltan sus temas: enfermedad, asfixia, obsesión, pensamiento desquiciado, locura, Naturaleza, Wittgenstein, muerte, suicidio, denostación del Estado austriaco, sacrificio del genio. Sobre estos tres últimos: "Si una cabeza austriaca es extraordinaria, dice Oehler, no hay que esperar mucho para que se mate, solo es cuestión de tiempo y el Estado cuenta con ello".
Está igualmente la execración del nacimiento (y de la “tentación de existir” de Cioran, en la línea de Schopenhauer): "Toda la vida me he negado a hacer un niño, dice Oehler que decía Karrer, a meter a un nuevo ser humano con el ser humano que soy y que está en la prisión más espantosa que se pueda imaginar y que la ciencia califica sin consideración de naturaleza humana". Así como la autoconciencia paralizante: "No debemos hacer de lo que hacemos el objeto de nuestro pensamiento porque en primer lugar caeríamos en la duda fatal y al final en la desesperación fatal".
Andar es también pensar: "Andar y pensar están en una incesante relación de intimidad recíproca, dice Oehler. En el fondo, la ciencia del andar y la ciencia del pensar son una única ciencia". Naturalmente, el pensamiento puede desembocar de pronto en la locura: "Hay un instante, dice Oehler, en que entra la locura. Es un solo instante en que la persona en cuestión está loca de repente". La clave está en detenerse (en detener el pensamiento) justo antes.
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En The Objective.