El mismo Iñaki Glutamato, en el citado vídeo, dice también que tenían un espíritu vanguardista: dadaísta, surrealista, futurista. A los que éramos unos años más jóvenes y nos pilló en el instituto nos regocijaba (lo he escrito alguna vez) esa correspondencia entre lo que se explicaba en clase y lo que se producía en la calle. En 3º de BUP (teníamos 16 y 17 años) el profesor de literatura nos dio a leer el Ubú Rey, Baudelaire, Beckett, Ionesco, Poeta en Nueva York, Boris Vian, los manifiestos de las vanguardias... Y réplicas musicales de aquello las teníamos por la noche en el Diario pop y La edad de oro.
Madrid se mitificó a velocidad supersónica. Recuerdo que todavía a comienzos de aquel curso, en otoño, yo pensaba en Barcelona como en nuestra ciudad europea, nuestra París. Irse a Barcelona era una opción. Antes del verano la única opción era irse a Madrid. Luego en Madrid, a mediados de los 80, solo quedaba la estela, otra retórica institucionalizada; se mantenía la chispa, pero en declive. Los protagonistas de la Movida, incluido Iñaki Glutamato, decían que esta estaba liquidada en 1982. En mi propia cuenta, epigonal, la liquidación definitiva se produjo unos años después, cuando triunfó El Último de la Fila: ¡aquellos horripilantes dejes aflamencados! Estaba puesta la semilla para que retornaran, tenebrosamente, los cantautores.
La diferencia entre los cantautores y el pop es la que hay entre el literalismo y la ironía. Hoy estamos bajo la tiranía del literalismo; es decir, bajo la tiranía de los cantautores. Vuelve a triunfar el mensaje, el mensaje plomazo, y no se puede jugar con "los negritos" (es decir, con la expresión). Hace solo unos días el asesino de Beethoven, Miguel Ríos, cantautor disfrazado de rockero (la abuela rockera ya, de facto), nos volvió a endilgar la prueba de su crimen, el Himno a la alegría. ¡Y en un acto nominalmente en favor de Europa pero al servicio del Sánchez que en España corroe sus fundamentos!
"Tú pones tu granito, que yo ya pongo el mío. Haremos la montaña de la felicidad...", escucho una vez más, desde que se murió Iñaki Glutamato. ¿Por qué esta coña es liberadora, mientras que el coñazo cantautoril nos oprime? Porque es un ataque a la impostura. Esa impostura en la que están instalados los cantautores, con su jerga de la autenticidad. Tan hitleriana (por heideggeriana), por cierto. Tal vez sacar el bigotín de Hitler y ponerlo a hacer el payaso con la farsa del humanitarismo limosnero era un conjuro y una superación. Los que no lo hicieron ni lo hacen sabemos en lo que han acabado: en autodenominados antifascistas que son más fascistas que su madre. Con su insoslayable bigotín interior.
Hubo un hueco sin Franco, solo aquel hueco de los 80. ¡Conocimos la montaña de la felicidad! Después Franco fue regresando, en modo de parodia (la parodia de la parodia), y con el sanchismo lo tenemos hasta en la sopa. Ninguna broma ya. Todo cantautores.
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En The Objective.