Dos fantasmas han recorrido Europa, o al menos la Península: el falso tertuliano Baptista da Silva y la falsa articulista Amy Martin. Lo significativo es que ninguno de los dos ha sido descubierto por lo que decía o escribía: sus discursos daban el pego, lo cual nos debería hacer sospechar de todos los discursos. Arcadi Espada puso el dedo en la llaga: ¿por qué aplicarle a ese tertuliano el adjetivo de “falso”? ¿Acaso no funcionaba igual que los verdaderos? Antes de esfumarse definitivamente, Da Silva y Martin nos han dejado la papeleta de nuestra propia fantasmidad.
Pero Martin ha ido más lejos que Da Silva, ese Dioni de la opinión. Al fin y al cabo, el tertuliano incurrió en lo que Cioran denominaba “la tentación de existir”, siquiera fuese porque en las tertulias hace falta un cuerpo. Su falsedad era, pues, solo de oficio. La de Martin es más completa: ni siquiera ha llegado a existir. Lo que se refocilaba en la existencia, como hipopótamo en el barro, era su sueldo: 3000 euros por artículo. Reconozco que yo aceptaría no existir a cambio de esa cantidad. Aunque también me convendría seguir cobrando lo mismo pero ahorrándome los gastos de mantenimiento de la existencia. No sé, en cualquier caso, si en lo de Amy Martin ha primado el cálculo comercial: quizá ha sido solo que el seudónimo se le ha ido de las manos, contagiando también su ser.
Como ha contagiado ya, irremisiblemente, a toda la Fundación Ideas. Les echo un vistazo a los demás artículos y no hay nada que los diferencie, en verdad, de los de la articulista fantasma. Aunque ahora la web de la Fundación sí tiene algo verdadero, puesto que se colapsa de vez en cuando: visitas. Al final Amy Martin se ha merecido su sueldo.
[Publicado en Zoom News]