22.5.14

La chispa de la muerte

No pensaba escribir sobre Ocho apellidos vascos, porque soy el último columnista que la ha visto y porque todos los demás han escrito ya sobre ella. Así que me estaba limitando a celebrarla en la intimidad, y en esa intimidad con ventanas que es Twitter. Pero la noticia de la retirada del anuncio de Coca-Cola en que participa el actor Gotzon Sánchez (“un abertzale Sánchez”, como dice Caballero que diría Arcadi Espada) me ha animado a ocuparme de ambas cosas.

La película me ha encantado. No pensaba que fuera a hacerme tanta gracia después de todo lo leído, pero lo cierto es que me parece una película justamente en estado de gracia. El que haya sido un éxito de taquilla me ha hecho pensar que hay vías de acceso al público que están obstruidas por los propios artistas. En el caso de nuestro cine, por las premisas ideológicas (que son en el fondo elitistas) de quienes pretenden erigirse en la voz del pueblo. El resultado suelen ser películas predicadoras y mortecinas que interesan a muy poca gente. Cuando esta costra se rompe, hay posibilidades de que surja un arte popular.

Lo bonito de Ocho apellidos vascos es que se vuelve con ella a la comedia sin moralina: el objetivo es la risa (y su variante más fina: la sonrisa), y eso resulta liberador y hasta salutífero. Pocas veces como aquí alegrar viene de aligerar: la pesadez de lo que hemos vivido –y seguimos viviendo, en tanto que los plastas persisten– se disuelve, y quedamos en un ámbito habitable.

Es un milagro nietzscheano, porque da cuenta del trabajo de la vida: cómo esta prosigue, pese a la negra historia. Por esta, que tampoco olvidamos, la melancolía no se encuentra ausente: forma parte del licor. Nietzsche tampoco la olvidaba: “La salud se anuncia: 1) por un pensamiento con un vasto horizonte; 2) por sentimientos de reconciliación, de consuelo, de perdón; 3) por el melancólico reírse de la pesadilla con que hemos estado peleando”.

La virtud de Ocho apellidos vascos es que produce la risa, y lleva a cabo este distanciamiento saludable, pero sin concesiones al engrudo nacionalista de los criminales y sus cómplices. Por debajo de su tono amable y conciliador, resulta corrosiva: siega la coartada del nacionalismo, su autojustificación. Por eso los nacionalistas no la han podido digerir del todo, cuando no la han rechazado abiertamente. Y más ahora que la película va a hacer carrera internacional con el título de Spanish Affair.

El caso del actor Gotzon Sánchez es distinto. Carles Francino, mientras lo entrevistaba en la Ser, ha dicho que al conocer la noticia ha pensado que es “el anti Ocho apellidos vascos” (m. 6.09). Pero no. El abertzale Sánchez, que por su voz y su manera de expresarse yo me atrevería a afirmar que es una buena persona (no sé más de él), utiliza sin embargo la terminología habitual de los criminales: “conflicto”, “Euskal Herria”. Esto no lo convierte en criminal a él, ni siquiera en cómplice expreso de los criminales; pero sí en uno de los que han colaborado y colaboran en la formación de ese caldo de cultivo. A diferencia de Ocho apellidos vascos, que se ha soltado de la monserga y que contribuye a corroer la monserga, el bueno de Sánchez sigue enredado en la misma, y fomentándola.

[Publicado en Zoom News]