Si España es un país raro, los partidos políticos españoles son más raros todavía. Empezando por los dos principales, el PP y el PSOE, que quizá se encuentren en los estertores de su principalidad. Entre otras cosas, por ser tan raros.
Estos días, el PSOE saca (“del lazareto”, como escribía un columnista) al presidente que lo llevó a su cota más baja, en la que sigue. En tanto que el PP esconde al que lo llevó a su cota más alta. La lectura inmediata que puede hacerse es que los del PSOE actual, al sacar a Zapatero, quieren sentirse superiores; mientras que los del PP actual, al esconder a Aznar, no quieren sentirse inferiores.
Más raro aún es que en ambos casos se trata de errores, exhibidos también con ese raro impulso suicida que adorna al país. Pese a todo, no puede descartarse que, en aras de esta misma rareza, ambos partidos obtengan más votos. Acabo de contradecirme, y es que yo también soy raro.
Pero más que la especulación electoral, me interesa lo que hay ahora: ese sacar y ese esconder en sí mismos. Considero que ambos son, en parte, fracasos de Rajoy.
Esperanzas en la sensatez del PSOE quedan pocas, y por lo tanto este sacar a Zapatero, aunque chocante al principio, lo hemos acomodado pronto entre lo plausible en la deriva del partido. Desde fuera se ve muy claro: hasta que el PSOE no repudie a Zapatero no tendrá solución. Pero la evidencia de que esto no está marcado a fuego –ni en el PSOE ni en la sociedad– es uno de los grandes fracasos de Rajoy. Su presidencia borrosa, lánguida, deshilachada y chapucera no ha establecido una frontera nítida con la anterior. Rajoy ha fracasado en algo que parecía fácil: que se apreciase de manera inequívoca el cambio. Esto produce el efecto óptico de que Zapatero no fue tan nefasto como realmente fue.
También el impulso de esconder a Aznar (aunque haya voces discrepantes en el PP, parece que entre ellas la del propio Cañete; y aunque Aznar tenga su culpa) es un fracaso de Rajoy. Este no ha sido capaz de aprovechar lo que podía aportarle el expresidente: energía, definición y una mayor implicación en la batalla ideológica. Esta fuerza, contrarrestada (civilizada, podríamos decir) por el carácter más apacible de Rajoy quizá hubiese sido una buena combinación. Al prescindir de ella, su virtud casi ha quedado convertida en vicio y el efecto es el de un agua de borrajas. Que es justo donde estamos.
[Publicado en Zoom News]