31.8.14

Muy a gusto

Hoy mi querido Manuel Jabois me dedica un párrafo muy bonito en su diario Unplugged de El Mundo. El envanecimiento es inevitable en estos casos... aunque lo reconfortante es cómo uno percibe, desde su vanidad, que lo que más agradece es el gesto a secas, el cariño.
Hace cinco años Mario Circe decía esto que escribió, en El Mundo, Berta González de Vega: «Montano. Luego decís de mí, de mi escasa ambición y productividad, pero, ¿y él? Podría estar entre los mejores articulistas y, auguro, novelistas, pero huye de las relaciones profesionales provechosas y lo sigue haciendo todo por amor al arte, nunca mejor dicho, desde el piso familiar de barriada. No se vende. A nadie». Este verano celebramos tertulia en Combarro Rafa Latorre y Jorge Bustos, y Latorre, devoto como yo, destacó de José Antonio Montano su faceta de generador de decepciones; un tipo que atrae a sus lectores y, cuando éstos se confían, los deja en la estacada de una forma ruidosa, a veces de tal forma que impide la reconciliación del lector con su autor. Yo siempre he pensado que tiene una verdadera conciencia artística. Y que al contrario de lo que ha ocurrido con muchos de los de entonces, y va para 10 años, no se ha dejado amedrentar siquiera un poco por su personaje. Quizás porque siempre lo ha antepuesto a su persona, blindando la última a salvo de gente de escasa inteligencia. Es un escritor en continuo roce, pura tangencialidad, algo que sólo se consigue desde una consideración artística del pensamiento. Cuando en el segundo párrafo piensas que sigue escribiendo desde el desfiladero, ya está enfrentándose otra vez, cara a cara, al vacío.
Lo celebro con un disco estupendo de João Donato que he descubierto hace poco: Muito à vontade (1962). El título, que es también el del primer tema (que yo conocía por la versión de Ivan Lins en el Songbook de João Donato), significa "Muy a gusto".

29.8.14

Miguel, el de Catalina

Ayer se publicó en el diario Sur la necrológica de mi padre que ha escrito mi hermana Lina. Justo hoy es el cumpleaños de mi otro hermano, Miguel Ángel, su tercer y último hijo. Mi padre nació en Almogía (Málaga) el 25 de junio de 1933 y murió en Málaga el 9 de agosto de 2014. Hace veinte días. La copio:
Querido papá. Definitivamente, se te apagó la voz. Ha sido un año muy duro para ti y para los que te queremos. A ti, que siempre has sido una persona alegre, con gran sentido del humor y con ganas de conversar con todo el mundo, hemos tenido que verte triste y sin poder expresarte. Eso ha sido muy doloroso.

Nos queda la satisfacción de haber visto cuánta gente ha lamentado tu pérdida y las palabras tan sentidas que te han dedicado. Tu familia, la familia de mamá, tus amigos, vecinos, paisanos, en fin, todos los que te conocían e, inevitablemente, te querían.

Siempre has presumido de tu pueblo, Almogía, y te has sentido orgulloso de tus orígenes. Has sido un hombre luchador, trabajador, servicial y, sobre todo, bueno. Solo te quedó una frustración, la de no haber podido realizar estudios superiores. Capacidad intelectual te sobraba, desde luego; solo te faltaron los medios económicos. Por eso te esforzaste tanto para que tus hijos pudiéramos alcanzar nuestro sueño.

Durante años te reproché que me pusieras de nombre Catalina. Con el tiempo entendí que me tenía que llamar como abuela, no podía ser de otra manera. Y tus hermanas. No creo exagerar si digo que te adoraban, y esa adoración se la transmitieron a sus hijos, tus sobrinos. Gracias a todos por quererte tanto. Cuando estuviste hospitalizado el año pasado, uno de ellos, al despedirse te dijo "¡No te pongas viejo, tito!" Y esa expresión, cargada de simbología, a tus ochenta años, me llegó al alma.

Hace unas semanas mamá y tú hicisteis cuarenta y nueve años de casados. Yo te pregunté si volverías a casarte con ella. Tú asentiste con la cabeza y sonreíste. Pensé que estarías recordando a aquella bellísima jovencita de largas trenzas de la que te enamoraste nada más verla. No te preocupes por ella, la cuidaremos, aunque será difícil superar su nivel de entrega y dedicación.

La última década de tu vida la has consagrado por entero a tus nietos. Tu cartera repleta de fotos suyas se quedó en la mesita de noche. Ahora nos peleamos por sentarnos un rato en tu sillón. El trono del abuelo, lo llamamos. Ya no podréis pasear juntos cogidos de la mano, pero te llevarán siempre en sus corazones.

¡Ay, papá, qué triste se me hace imaginar el resto de mi vida sin ti! He llorado mucho en estos meses pero, como dijo el poeta, tengo en mi tristeza una alegría… ¡Sé que aún me quedan lágrimas!

Allá donde estés, ¡no te pongas viejo, papá! Te queremos.


* * *
(6.9.14) "Miguel", por Eduardo Jordá. Gracias, Eduardo.

28.8.14

Polvo acumulado

En la política española pasan muchas cosas, y muchas otras dejan de pasar. Estas últimas son casi lo peor que pasa. Ha dejado de pasar, por ejemplo, que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, retirara su coche del parking del Consistorio, donde estuvo estacionado durante veintitrés años. Al fin lo ha hecho, tras la denuncia de Compromís, que ha ejercido de policía municipal con la munícipe mayor. Entre lo más feo de las ciudades están esos coches abandonados en la calzada, de conductores que se fueron a por tabaco y no volvieron. Son como mascotas olvidadas que no se pueden mover del sitio. En el interior del Ayuntamiento de Valencia había uno, y durante veintitrés años la alcaldesa ni siquiera mandó llamar a García-Page para que le pasara la aspiradora.

Yo soy muy sensible al polvo a estas alturas estivales. Desde hace años me paso los veranos enteros con el ventilador encendido y “suscitando fresca brisa”, como en un poema de Cernuda. Antes de conectarlo en junio, lo limpio. Y para finales de agosto ya hay polvo adherido a las aspas y las rejillas; un polvo paradójico, puesto que se aposenta donde nace el viento, que por lo general limpia el polvo. Cuando guardo el ventilador en septiembre, le echo una última ojeada a esa pelusa del verano que pasó. Cada mota se habría posado en un momento concreto, señalando el segundo de un reloj (de polvo) indescifrable.

Sobre el polvo acumulado hay un gag buenísimo en La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder. Holmes le regaña a la señora Hudson, la casera, por haber limpiado el polvo de su escritorio: “El polvo es una parte esencial de mi sistema de clasificación. Su espesor me permite fijar la fecha de cualquier documento”. “Pero parte del polvo era así de espeso”, replica ella, indicando el tamaño con dos dedos. Holmes los observa, pensativo: “Eso pertenecía a marzo de 1883”. (A partir del 7:20)

El coche de Barberá era así un almanaque de estos veintitrés años de Valencia y de España. Desde 1991 hasta 2014 le llovió mucho polvo encima, y cada acontecimiento bueno y malo tendría en alguna mota su representación, como en los anillos de los troncos de las secuoyas. El verano pasado leí Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina. Y ahora entiendo que era polvo también.

[Publicado en Zoom News]

21.8.14

Lío en la segunda división (política)

La política parece sentir envidia del fútbol una vez más, si es que hay diferencia entre la política y el fútbol, y, viendo que hay lío en la segunda división futbolística, ha decidido que lo haya también en la segunda división política. Aunque el lío en la segunda división futbolística es en realidad un eco de la política: esta política española que, en cuanto se ve con fuerzas, le echa pulsos a la Justicia y, acogiéndose a triquiñuelas secundarias, deja de cumplir lo principal. En este caso, con coherencia: ya que estamos en segunda.

En segunda división de nuestra política parecen estar, y querer quedarse, UPyD y Ciudadanos, “con sus inconvenientes de ser dos”, como decía Gil de Biedma en un poema amoroso. Ciudadanos parece que está por la unión, pero no UPyD. Aunque sí, dentro de UPyD, sus figuras más relevantes, como su fundador Savater y su eurodiputado Sosa Wagner, que es quien ha revolucionado ahora el gallinero con el misil en forma de artículo que lanzó ayer en El Mundo (con la aprobación de Savater).

Las reacciones dentro del partido han sido deprimentes: junto a los exabruptos habituales de Martínez Gorriarán y a otro tremendo de la propia Rosa Díez, ha predominado un cierto seguidismo que huele a servil, cuando no directamente el silencio de los upeyderos. Entre las críticas a Sosa Wagner, la más articulada me ha parecido esta carta abierta de un militante (con reservas pertinentes acerca de Ciudadanos). O ya, con más calma, la de Rosa Díez en la radio ayer. Una calma, por lo demás, inquietante: no parece ser consciente de la situación en que se encuentra UPyD. El mejor resumen de la situación quizá sea este tuit de Tsevan Rabtan: “El partido de Rosa Díez. Así fue desde el principio. Y así será hasta el final”.

A mí el artículo de Sosa Wagner me parece impecable. Salvo, en efecto, por la manera abrupta y como a traición para con su propio partido de soltarlo. Y rechina también que Sosa Wagner no hubiese manifestado antes esa postura. Pero todo esto puede adjudicarse al juego de la política, que es más fea que el Fary chupando limón. Yo prefiero pensar en el votante, que es al que le llega el efecto de todos estos movimientos y maniobras. Y me preocupa que un partido como UPyD no piense en él lo suficiente. Esas diferencias, por lo visto insalvables, entre UPyD y Ciudadanos el votante no las percibe. De hecho, todos aquellos a los que conozco que están en esa órbita, en la que estoy yo mismo, tienen que verse en cada nueva elección ante el dilema de a cuál de los dos votar. Lamentando no haber podido votar al otro. Y sabiendo que esa división debilita.

El hecho de que UPyD rechace la unión (bajo la fórmula que sea: coalición, alianza, cualquiera que les haga concurrir juntos a las elecciones) hace sospechar de que se trata más por cuestiones de partido que de ideas; al menos de las ideas principales: las que hacen que un votante perciba a UPyD y Ciudadanos como partidos a los que podría votar igualmente. La cuestión, con la brutalidad con que lo veo desde fuera, es que, o los dos partidos se alían, o uno de ellos debe desaparecer; porque, si no lo hacen, desaparecerán los dos, o quedarán condenados, como decía el editorial de El Mundo, a la irrelevancia. Yo no sé cuántos dejarán de votar a UPyD después del nuevo espectáculo de ahora (tan de segunda). Sé que, entre los que yo conozco, lo van a dejar de votar todos: el 100%. Y me incluyo. Salvo rectificación.

[Publicado en Zoom News]

19.8.14

La corrupción transparente

Está la corrupción de los robos y los mangoneos, que tiene lugar en la sombra, accesible solo a los testigos directos (además de a sus protagonistas) y si acaso, luego, a los investigadores (judiciales, policiales o periodísticos) con acceso a las fuentes, a las pruebas. Pero a los que somos únicamente espectadores no se nos quita la sombra nunca. Nos cuesta trabajo imaginar esas acciones escondidas, y en ningún momento dejan de tener su peso la proclamación de la inocencia por parte de los acusados. Incluso cuando ya han sido condenados en firme –y por tanto ya podemos llamarles ladrones o lo que sea (cosa que hacemos con gusto)– nos queda un resquicio fantasmal.

Pero hay otra “corrupción” (y lo pongo entre comillas porque quizá no lo sea en sentido estricto, o lo es en un nivel distinto al de la otra) que se produce a la vista de todos. Una corrupción inmediata, transparente, incuestionable, de la que los espectadores alejados somos también testigos directos. Se da a la luz, ante las cámaras y los micrófonos, con la conciencia limpia (o limitada) por parte de su protagonista, que se delata con inocencia. En su favor juegan, a modo de protección, nuestros dos grandes males políticos: el sectarismo y la inmadurez democrática. Pero basta desprenderse de ellos para contemplarla con escándalo: el escándalo que suscita toda corrupción.

En los tiempos atolondrados en los que, por ejemplo, me costaba creer que el Gobierno estuviese detrás de los GAL, me escandalicé cuando escuché a Felipe González defender a Damborenea después de que este hubiese confesado. No sé si González era la famosa X, pero aquellas declaraciones me parecieron lo suficientemente graves. Por mi parte, no necesité más. Lo mismo ocurrió cuando, como se ha recordado ahora, Jordi Pujol se envolvió en la bandera catalana en 1984. O cada vez que los nacionalistas catalanes o vascos acusan de anticatalanes o antivascos a quienes solo están criticando a los nacionalistas catalanes o vascos. En estos casos, se produce una apropiación corrupta. Con sucios efectos civiles, por lo demás.

Esto es último es algo que se ha contagiado a todo el espectro político: era (y sigue siendo) un tic habitual en la Valencia y el Madrid del PP, o en la Andalucía del PSOE. Aquí la última manifestación ha sido la del expresidente de la Junta, Manuel Chaves, en una entrevista en la Cadena Ser de hace unos días. Se anda con tiento a la hora de acusar abiertamente a la jueza Alaya, por haberlo imputado en el caso de los ERE fraudulentos, pero dice (m.14): “Todo este caso ha tenido connotaciones políticas, interferencias políticas, ha sido una especie de proceso político o judicial, en el que se ha tratado por casi todos los medios es de destrozar la imagen de un partido que levantó y que modernizó Andalucía durante treinta o treinta y tantos años”. Y en esas frases, más allá de lo que haya hecho o no haya hecho el expresidente Chaves, hay corrupción.

[Publicado en Zoom News]

14.8.14

Monaguillos anticlericales

Qué bien me lo he pasado yo con el anticlericalismo. No con sus manifestaciones incendiarias o criminales (que no dejaban de comulgar con lo peor de la religión), sino con las que abrían espacio con las palabras. Exabruptos y bromas, entre el sacrilegio y la blasfemia, aunque sin tomarse mucho en serio. Detectaba, de algún modo, que ese "tomarse en serio" era la clave de lo clerical que detestaba. De manera que tomarse en serio el propio anticlericalismo resultaba contradictorio. Lo determinante, como proclamaba mi ídolo ateo Nietzsche, era huir del "espíritu de la pesadez".

Con Nietzsche, y con Bertrand Russell, he disfrutado como un enano. Y, entre nosotros, con Savater. Sus textos anticlericales de los setenta, de los ochenta y aún de los noventa son inolvidables: pepsicola pura. Hace poco, en una de estas tardes de ventilador y aplatanamiento, hojeé un librito suyo delicioso, De los dioses y del mundo, en cuyo prólogo (de 1982) tengo subrayadas unas líneas de las que por entonces me hacían feliz:
Escribir sobre temas como lo sagrado o la piedad comporta un grave riesgo: el de atraer a los curas. Cuando uno habla de teología la Iglesia, cínicamente, suele darse por aludida, lo que no ocurre cuando se habla de ambición o de hipocresía, temas mucho más eclesiales que las disquisiciones teológicas.
Y a continuación:
Por la época en que escribí este libro tuve que padecer diversos avances de clérigos que creían encontrar en mí un original aliado contra el "ateísmo" reinante; por fortuna, un sonado artículo anticlerical en el diario El País me libró en buena medida de una vecindad que soportaba con notable repugnancia.
No sé si ese artículo aludido era 'La tiara vicetiple' (recogido en el libro Perdonadme, ortodoxos), en el que Savater celebraba el calificativo que Rafael Sánchez Ferlosio le había dedicado a Juan Pablo II: "El impresentable organista de Cracovia"... En otra ocasión Savater se definió como ateo practicante, y todavía recuerdo otro memorable artículo anticlerical de 1994: 'Asignatura Condorcet'. En fin, yo gozaba como el que más con estas cosas, aunque ahora el gozo está amortiguado; diría también: amortizado. La otra tarde releí las líneas de Savater con una felicidad pasada. La culminación de mi anticlericalismo es una especie de post-anticlericalismo conciliador.

Entre tanto, son otros los que se han ido haciendo con el monopolio de la brasa, y yo diría también que del clericalismo: esa "cierta izquierda" contra la que ya advertía el propio Savater en su Panfleto contra el Todo y a la que Nietzsche, por lo demás, caló de inmediato en pleno siglo XIX. A él Marx y los suyos no le vendieron la mercancía: sabía cuánto de creyente tenía su supuesto ateísmo. Desde entonces, esa "cierta izquierda" no ha hecho más que degenerar. Un momento regocijante fue su confluencia en la "teología de la liberación", que, como advertía el antiteológico Octavio Paz, es una contradicción en los términos.

Si tomo mi propio organismo como termómetro, advierto que mi "abrirme espacio" de entonces contra los clérigos es el mismo de ahora contra los Bardem (¡qué Cruz!), los Willy Toledo, los Alberto Garzón, los Iglesias (¡qué bien visto!), los Wyoming o los Llamazares, cuyo discurso anticlerical no me la da con queso, puesto que los percibo esencialmente como monaguillos. Emiten sus supuestas frases antieclesiásticas como una rigidez ante todo eclesial. Han metido el mundo inatrapable en la estólida carcasa de su catecismo ideológico, lo que los aboca a constantes papelones. El último ha sido el del espectaculito que han dado –ellos o los de su cuerda– con el misionero Miguel Pajares, sobre el que ayer escribió Rafael Latorre. Y yo no tengo más que decir.

[Publicado en Zoom News]

12.8.14

Las crisis de los ricos

La huida de Jordi Pujol “de mansión en mansión”, como un Vaquilla de alto standing, se acabó cuando el exhonorable fue fotografiado en la terraza de una de ellas. De lo que huía de momento era de las cámaras y las cámaras lo cazaron. Siguiendo la estela de su Júnior (“¡chapa la cámara, prima!”: ese tipo de frases que justifican cuarenta años de inmersión en el catalán), el Sénior podría haber dicho, faraonamente: “¡Si me queréis, irsen!”. Pero parece que ya nadie le quiere, y se dejó vencer. O quizá consintió en el posado porque pensó que a un Pujol el robado le sienta redundante.

Lo cierto es que la foto me llegó. El hombre, en su chalet pirenaico, rodeado de naturaleza, viviendo su crisis con un estatus que ya quisiéramos. Recordé algo que nunca deberíamos olvidar en medio de estas euforias: que los ricos, en sus peores momentos, siguen viviendo mejor que los demás en sus mejores. Para nosotros sería un exitazo vivir al menos como ellos en sus crisis. Los ricos también lloran, pero con sus lágrimas muchos viviríamos a cuerpo de rey.

Y me acordé también de un amigo rico que tuve. Aunque en este el fenómeno se daba más limpio, puesto que era rico por su casa y no por su cargo. Además, no tenía hijos todavía: el hijo era él. Una tarde pasamos por delante del Teatro Real de Madrid, donde ponían una ópera de Wagner.

–Hubiera estado bien ir –le dije.
–¿Cómo que hubiera estado? Aún no ha empezado.
–Pero ya no hay entradas.
–Soy abonado. Mira, yo hago lo que dice mi padre: hay que abonarse a todo, al Real, al Bernabéu, a las Ventas, y luego vas o no vas.

Con mi amigo rico la vida era más fácil, pero también más cara. Incluso para mí. Él invitaba a lo sustancial (una ópera, una cena), pero los prólogos y los epílogos eran a escote y salían por un riñón. En sus “picar algo” antes o sus “tomar una copa” después me dejaba el presupuesto de varias semanas. Por eso, un amigo rico es algo que uno se debe administrar, para no caer en la pobreza.

Además de los golpes económicos, estaban los morales: las humillaciones que propinaba sin querer, desde su mundo de yupi. Un día llegó agobiado porque (“no te lo vas a creer”) había mirado en su cuenta y (“por primera vez en mi vida”) el saldo es de menos de quince millones. Y tuve que dedicarme a consolarlo, yo que no aún sabía cómo iba a pagar mi alquiler ese mes. En otra ocasión me estuvo contando sus vacaciones en el canal de Panamá. Le dije que el sueño de una chica que me gustaba era ir allí.

–¡Pues invítala, no seas tonto! Mira, te compras los billetes y la citas en el aeropuerto. Y os vais y pasáis una semana juntos. Ella cumple su sueño y tú estás en su sueño. ¿No lo ves?
–Ya, ya, pero no es tan fácil...
–¿Cómo que no? Mira, yo mismo te paso el teléfono del catamarán.

Por aquel tiempo tuve una crisis (una crisis fetén, de las de pobre) y me retiré de la capital una temporada. Mi retiro era irme al piso de mis padres, con mis padres. Pero mi amigo transportaba su lujo al concepto “retiro”, e incluso al concepto “crisis”. Me dijo que él también lo hacía a veces. Pero lo que había al otro lado de su riqueza sencillamente no lo percibía. Una vez hicimos una excursión a una casa que tenía en el Cantábrico. Me enamoré de un despacho amplio, con cristaleras que daban al mar revuelto.

–¿Ves? Aquí es donde yo me retiro a veces, cuando estoy en crisis. Vengo, me paso un tiempo y regreso a Madrid renovado. Mira, está muy bien desconectar. Por eso no sabes cuánto te entendí cuando lo hiciste tú.

Todo esto recordé al ver la foto de Pujol, con un toque de resentimiento social. Hasta de las buenas crisis se nos apropian, los tíos. Nos dejan solo las baratas.

[Publicado en Zoom News]

7.8.14

No podemos estar peor

El miedo es hijo a veces de la imaginación. Cuando uno es capaz de imaginar todo lo que puede torcerse en un momento dado, detectará montones de amenazas. Pueden ser simples proyecciones neuróticas, y mal estará si el miedo le domina. Pero el fundamento es ontológicamente impecable: no hay nada que no pueda empeorar. En lo que se refiere a la historia, además, y no digamos a la historia de España, ese miedo estará suscrito por una larga tradición de empeoramientos. La hipocondría histórica es quizá la menos peregrina.

Hace unos meses, un profesor universitario de Cataluña contaba en la radio que algunos alumnos apoyaban la independencia con este argumento: "No podemos estar peor". También muchos votantes de Podemos lo dicen. Esa frase, en apariencia tan sensible y tan radical, es solo muestra de un pijerío notable. De llevar una vida que a lo mejor no es buena, pero que puede empeorar como no se imaginan. Aunque no solo es falta de imaginación: también de conocimiento, y de observación incluso. No hay más que mirar cómo es en otros sitios, o lo que apuntábamos antes: cómo ha sido tantísimas veces en el pasado.

El miedo es paralizador, y tampoco es bueno estar paralizados. Sobre todo si se tiene conciencia de lo que falla en el presente, y de cómo, si no se hace nada, la simple inercia sin correcciones también llevará a un empeoramiento. Pero los que se presentan hoy como mejoradores –y están vendiendo como nadie esa mercancía– llevarían sin ninguna duda a una situación peor. Y digo sin ninguna duda porque no les concedo ese beneficio. Podemos sí es nuevo, y sus dirigentes también son nuevos: pero aquellos a los que se remiten, y a los que imitan (descontando las novedades, sí absolutas, propias de la cibernética), han arruinado ya los suficientes países y cometido los suficientes crímenes como para que les demos otra oportunidad.

Lo que más me llama la atención es el contraste entre la frescura que suscita en muchos y la pesadez que suscita en mí. Lo veo como algo muy viejo, como algo muy pasado, como algo que no debería haber vuelto. Por citar una vez más a Savater: "No se trata de un comunismo redivivo, sino mal enterrado". Que reivindica a Lenin, que apoya a Castro, que tontea con los correligionarios de ETA, que no ha aprendido nada. De todo esto se hacen los sorprendidos cuando se les critica, demostrando haber adquirido ya lo más irritante de los políticos: la caradura.

Para mí Podemos significa ante todo una cosa: el recordatorio de que sí que podemos estar peor.

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5.8.14

Esperando a Pujol

Con la confesión de Jordi Pujol, y el reconocimiento público de su exhonorabilidad, se ha producido algo paradójico: el Ubú President de Albert Boadella ha cobrado más veracidad que nunca, pero al mismo tiempo ha quedado anticuado. En cierto modo, también, ha dejado de tener gracia. A las exageraciones satíricas no les sienta bien que la realidad las supere en su terreno. El margen artístico de un dramaturgo está en que sea un notario de la realidad que se toma licencias; cuando resulta que era un notario hiperrealista, se acabó el juego. Hoy apetece más leer la prensa que meterse en un teatro a ver la representación.

La sátira ha corrido como un torrente estos días: los Pujol como los Panero (una familia de malditos), los Pujol como los Ruiz-Mateos (haciendo de Cataluña su Rumasa), los Pujol como los Gil y Gil... Se ha recordado la frase de Samuel Johnson de que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”; con las demás traducciones para scoundrels: bribones, sinvergüenzas, patanes e incluso trapisondistas. Lo hemos pasado endiabladamente bien, y en un momento de exaltación he llegado a decir que todo el dinero birlado por los Pujol bien valían tan buenísimas jornadas.

Pero al mismo tiempo se iba segregando una sustancia incómoda: la de la falsedad, no en su vertiente jocosa, sino en la perturbadora. La de la manifestación, abrupta, de un vacío. He sido consciente de eso que andaba latiendo gracias a la asociación de José María Albert de Paco entre Pujol y el protagonista de El adversario. Cuando leí el libro de Emmanuel Carrère, lo que más me impactó fue que Claude Romand no les mentía a los suyos para ocultarles otra vida, sino para ocultarles que fuera no había nada:
Cuando hacía su entrada en el escenario doméstico de su vida, todos pensaban que venía de otro escenario donde interpretaba un papel distinto, el del hombre importante [...]. Pero no existía otro escenario, no existía otro público ante el cual interpretar otro personaje. Fuera, se encontraba desnudo. Volvía a la ausencia, al vacío, al blanco, que no eran un percance de ruta sino la única experiencia de su vida.
Ese vacío, naturalmente, como también apunta Albert de Paco, es el de esa “Catalunya” que no existe: la que levantaba su discurso como una fatuidad; el contenido de su coartada.

Y ahora los catalanistas se quedarán ya por siempre esperando a Pujol, como esperaban a Godot los personajes de Samuel Beckett. Quizá Boadella debería reinterpretar a su expresident en esta otra clave: de tanto ser Ubú, ha acabado en Godot. De la sátira al absurdo, merced a este brote de nada contundente.

Me acuerdo también de otra espera, quizá igualmente traspasable a Pujol. La que hacía el gran Guillaume Apollinaire de sí mismo en su poema Cortejo: “Un día me esperaba a mí mismo / Me decía Guillaume ya es hora de que vengas / Con un lírico paso llegaban los que amo / Y yo no estaba entre ellos”.

[Publicado en Zoom News]