Con Nietzsche, y con Bertrand Russell, he disfrutado como un enano. Y, entre nosotros, con Savater. Sus textos anticlericales de los setenta, de los ochenta y aún de los noventa son inolvidables: pepsicola pura. Hace poco, en una de estas tardes de ventilador y aplatanamiento, hojeé un librito suyo delicioso, De los dioses y del mundo, en cuyo prólogo (de 1982) tengo subrayadas unas líneas de las que por entonces me hacían feliz:
Escribir sobre temas como lo sagrado o la piedad comporta un grave riesgo: el de atraer a los curas. Cuando uno habla de teología la Iglesia, cínicamente, suele darse por aludida, lo que no ocurre cuando se habla de ambición o de hipocresía, temas mucho más eclesiales que las disquisiciones teológicas.Y a continuación:
Por la época en que escribí este libro tuve que padecer diversos avances de clérigos que creían encontrar en mí un original aliado contra el "ateísmo" reinante; por fortuna, un sonado artículo anticlerical en el diario El País me libró en buena medida de una vecindad que soportaba con notable repugnancia.No sé si ese artículo aludido era 'La tiara vicetiple' (recogido en el libro Perdonadme, ortodoxos), en el que Savater celebraba el calificativo que Rafael Sánchez Ferlosio le había dedicado a Juan Pablo II: "El impresentable organista de Cracovia"... En otra ocasión Savater se definió como ateo practicante, y todavía recuerdo otro memorable artículo anticlerical de 1994: 'Asignatura Condorcet'. En fin, yo gozaba como el que más con estas cosas, aunque ahora el gozo está amortiguado; diría también: amortizado. La otra tarde releí las líneas de Savater con una felicidad pasada. La culminación de mi anticlericalismo es una especie de post-anticlericalismo conciliador.
Entre tanto, son otros los que se han ido haciendo con el monopolio de la brasa, y yo diría también que del clericalismo: esa "cierta izquierda" contra la que ya advertía el propio Savater en su Panfleto contra el Todo y a la que Nietzsche, por lo demás, caló de inmediato en pleno siglo XIX. A él Marx y los suyos no le vendieron la mercancía: sabía cuánto de creyente tenía su supuesto ateísmo. Desde entonces, esa "cierta izquierda" no ha hecho más que degenerar. Un momento regocijante fue su confluencia en la "teología de la liberación", que, como advertía el antiteológico Octavio Paz, es una contradicción en los términos.
Si tomo mi propio organismo como termómetro, advierto que mi "abrirme espacio" de entonces contra los clérigos es el mismo de ahora contra los Bardem (¡qué Cruz!), los Willy Toledo, los Alberto Garzón, los Iglesias (¡qué bien visto!), los Wyoming o los Llamazares, cuyo discurso anticlerical no me la da con queso, puesto que los percibo esencialmente como monaguillos. Emiten sus supuestas frases antieclesiásticas como una rigidez ante todo eclesial. Han metido el mundo inatrapable en la estólida carcasa de su catecismo ideológico, lo que los aboca a constantes papelones. El último ha sido el del espectaculito que han dado –ellos o los de su cuerda– con el misionero Miguel Pajares, sobre el que ayer escribió Rafael Latorre. Y yo no tengo más que decir.
[Publicado en Zoom News]