La sátira ha corrido como un torrente estos días: los Pujol como los Panero (una familia de malditos), los Pujol como los Ruiz-Mateos (haciendo de Cataluña su Rumasa), los Pujol como los Gil y Gil... Se ha recordado la frase de Samuel Johnson de que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”; con las demás traducciones para scoundrels: bribones, sinvergüenzas, patanes e incluso trapisondistas. Lo hemos pasado endiabladamente bien, y en un momento de exaltación he llegado a decir que todo el dinero birlado por los Pujol bien valían tan buenísimas jornadas.
Pero al mismo tiempo se iba segregando una sustancia incómoda: la de la falsedad, no en su vertiente jocosa, sino en la perturbadora. La de la manifestación, abrupta, de un vacío. He sido consciente de eso que andaba latiendo gracias a la asociación de José María Albert de Paco entre Pujol y el protagonista de El adversario. Cuando leí el libro de Emmanuel Carrère, lo que más me impactó fue que Claude Romand no les mentía a los suyos para ocultarles otra vida, sino para ocultarles que fuera no había nada:
Cuando hacía su entrada en el escenario doméstico de su vida, todos pensaban que venía de otro escenario donde interpretaba un papel distinto, el del hombre importante [...]. Pero no existía otro escenario, no existía otro público ante el cual interpretar otro personaje. Fuera, se encontraba desnudo. Volvía a la ausencia, al vacío, al blanco, que no eran un percance de ruta sino la única experiencia de su vida.Ese vacío, naturalmente, como también apunta Albert de Paco, es el de esa “Catalunya” que no existe: la que levantaba su discurso como una fatuidad; el contenido de su coartada.
Y ahora los catalanistas se quedarán ya por siempre esperando a Pujol, como esperaban a Godot los personajes de Samuel Beckett. Quizá Boadella debería reinterpretar a su expresident en esta otra clave: de tanto ser Ubú, ha acabado en Godot. De la sátira al absurdo, merced a este brote de nada contundente.
Me acuerdo también de otra espera, quizá igualmente traspasable a Pujol. La que hacía el gran Guillaume Apollinaire de sí mismo en su poema Cortejo: “Un día me esperaba a mí mismo / Me decía Guillaume ya es hora de que vengas / Con un lírico paso llegaban los que amo / Y yo no estaba entre ellos”.
[Publicado en Zoom News]