Hace cinco años Mario Circe decía esto que escribió, en El Mundo, Berta González de Vega: «Montano. Luego decís de mí, de mi escasa ambición y productividad, pero, ¿y él? Podría estar entre los mejores articulistas y, auguro, novelistas, pero huye de las relaciones profesionales provechosas y lo sigue haciendo todo por amor al arte, nunca mejor dicho, desde el piso familiar de barriada. No se vende. A nadie». Este verano celebramos tertulia en Combarro Rafa Latorre y Jorge Bustos, y Latorre, devoto como yo, destacó de José Antonio Montano su faceta de generador de decepciones; un tipo que atrae a sus lectores y, cuando éstos se confían, los deja en la estacada de una forma ruidosa, a veces de tal forma que impide la reconciliación del lector con su autor. Yo siempre he pensado que tiene una verdadera conciencia artística. Y que al contrario de lo que ha ocurrido con muchos de los de entonces, y va para 10 años, no se ha dejado amedrentar siquiera un poco por su personaje. Quizás porque siempre lo ha antepuesto a su persona, blindando la última a salvo de gente de escasa inteligencia. Es un escritor en continuo roce, pura tangencialidad, algo que sólo se consigue desde una consideración artística del pensamiento. Cuando en el segundo párrafo piensas que sigue escribiendo desde el desfiladero, ya está enfrentándose otra vez, cara a cara, al vacío.Lo celebro con un disco estupendo de João Donato que he descubierto hace poco: Muito à vontade (1962). El título, que es también el del primer tema (que yo conocía por la versión de Ivan Lins en el Songbook de João Donato), significa "Muy a gusto".
31.8.14
Muy a gusto
Hoy mi querido Manuel Jabois me dedica un párrafo muy bonito en su diario Unplugged de El Mundo. El envanecimiento es inevitable en estos casos... aunque lo reconfortante es cómo uno percibe, desde su vanidad, que lo que más agradece es el gesto a secas, el cariño.