12.8.14

Las crisis de los ricos

La huida de Jordi Pujol “de mansión en mansión”, como un Vaquilla de alto standing, se acabó cuando el exhonorable fue fotografiado en la terraza de una de ellas. De lo que huía de momento era de las cámaras y las cámaras lo cazaron. Siguiendo la estela de su Júnior (“¡chapa la cámara, prima!”: ese tipo de frases que justifican cuarenta años de inmersión en el catalán), el Sénior podría haber dicho, faraonamente: “¡Si me queréis, irsen!”. Pero parece que ya nadie le quiere, y se dejó vencer. O quizá consintió en el posado porque pensó que a un Pujol el robado le sienta redundante.

Lo cierto es que la foto me llegó. El hombre, en su chalet pirenaico, rodeado de naturaleza, viviendo su crisis con un estatus que ya quisiéramos. Recordé algo que nunca deberíamos olvidar en medio de estas euforias: que los ricos, en sus peores momentos, siguen viviendo mejor que los demás en sus mejores. Para nosotros sería un exitazo vivir al menos como ellos en sus crisis. Los ricos también lloran, pero con sus lágrimas muchos viviríamos a cuerpo de rey.

Y me acordé también de un amigo rico que tuve. Aunque en este el fenómeno se daba más limpio, puesto que era rico por su casa y no por su cargo. Además, no tenía hijos todavía: el hijo era él. Una tarde pasamos por delante del Teatro Real de Madrid, donde ponían una ópera de Wagner.

–Hubiera estado bien ir –le dije.
–¿Cómo que hubiera estado? Aún no ha empezado.
–Pero ya no hay entradas.
–Soy abonado. Mira, yo hago lo que dice mi padre: hay que abonarse a todo, al Real, al Bernabéu, a las Ventas, y luego vas o no vas.

Con mi amigo rico la vida era más fácil, pero también más cara. Incluso para mí. Él invitaba a lo sustancial (una ópera, una cena), pero los prólogos y los epílogos eran a escote y salían por un riñón. En sus “picar algo” antes o sus “tomar una copa” después me dejaba el presupuesto de varias semanas. Por eso, un amigo rico es algo que uno se debe administrar, para no caer en la pobreza.

Además de los golpes económicos, estaban los morales: las humillaciones que propinaba sin querer, desde su mundo de yupi. Un día llegó agobiado porque (“no te lo vas a creer”) había mirado en su cuenta y (“por primera vez en mi vida”) el saldo es de menos de quince millones. Y tuve que dedicarme a consolarlo, yo que no aún sabía cómo iba a pagar mi alquiler ese mes. En otra ocasión me estuvo contando sus vacaciones en el canal de Panamá. Le dije que el sueño de una chica que me gustaba era ir allí.

–¡Pues invítala, no seas tonto! Mira, te compras los billetes y la citas en el aeropuerto. Y os vais y pasáis una semana juntos. Ella cumple su sueño y tú estás en su sueño. ¿No lo ves?
–Ya, ya, pero no es tan fácil...
–¿Cómo que no? Mira, yo mismo te paso el teléfono del catamarán.

Por aquel tiempo tuve una crisis (una crisis fetén, de las de pobre) y me retiré de la capital una temporada. Mi retiro era irme al piso de mis padres, con mis padres. Pero mi amigo transportaba su lujo al concepto “retiro”, e incluso al concepto “crisis”. Me dijo que él también lo hacía a veces. Pero lo que había al otro lado de su riqueza sencillamente no lo percibía. Una vez hicimos una excursión a una casa que tenía en el Cantábrico. Me enamoré de un despacho amplio, con cristaleras que daban al mar revuelto.

–¿Ves? Aquí es donde yo me retiro a veces, cuando estoy en crisis. Vengo, me paso un tiempo y regreso a Madrid renovado. Mira, está muy bien desconectar. Por eso no sabes cuánto te entendí cuando lo hiciste tú.

Todo esto recordé al ver la foto de Pujol, con un toque de resentimiento social. Hasta de las buenas crisis se nos apropian, los tíos. Nos dejan solo las baratas.

[Publicado en Zoom News]