Querido papá. Definitivamente, se te apagó la voz. Ha sido un año muy duro para ti y para los que te queremos. A ti, que siempre has sido una persona alegre, con gran sentido del humor y con ganas de conversar con todo el mundo, hemos tenido que verte triste y sin poder expresarte. Eso ha sido muy doloroso.
Nos queda la satisfacción de haber visto cuánta gente ha lamentado tu pérdida y las palabras tan sentidas que te han dedicado. Tu familia, la familia de mamá, tus amigos, vecinos, paisanos, en fin, todos los que te conocían e, inevitablemente, te querían.
Siempre has presumido de tu pueblo, Almogía, y te has sentido orgulloso de tus orígenes. Has sido un hombre luchador, trabajador, servicial y, sobre todo, bueno. Solo te quedó una frustración, la de no haber podido realizar estudios superiores. Capacidad intelectual te sobraba, desde luego; solo te faltaron los medios económicos. Por eso te esforzaste tanto para que tus hijos pudiéramos alcanzar nuestro sueño.
Durante años te reproché que me pusieras de nombre Catalina. Con el tiempo entendí que me tenía que llamar como abuela, no podía ser de otra manera. Y tus hermanas. No creo exagerar si digo que te adoraban, y esa adoración se la transmitieron a sus hijos, tus sobrinos. Gracias a todos por quererte tanto. Cuando estuviste hospitalizado el año pasado, uno de ellos, al despedirse te dijo "¡No te pongas viejo, tito!" Y esa expresión, cargada de simbología, a tus ochenta años, me llegó al alma.
Hace unas semanas mamá y tú hicisteis cuarenta y nueve años de casados. Yo te pregunté si volverías a casarte con ella. Tú asentiste con la cabeza y sonreíste. Pensé que estarías recordando a aquella bellísima jovencita de largas trenzas de la que te enamoraste nada más verla. No te preocupes por ella, la cuidaremos, aunque será difícil superar su nivel de entrega y dedicación.
La última década de tu vida la has consagrado por entero a tus nietos. Tu cartera repleta de fotos suyas se quedó en la mesita de noche. Ahora nos peleamos por sentarnos un rato en tu sillón. El trono del abuelo, lo llamamos. Ya no podréis pasear juntos cogidos de la mano, pero te llevarán siempre en sus corazones.
¡Ay, papá, qué triste se me hace imaginar el resto de mi vida sin ti! He llorado mucho en estos meses pero, como dijo el poeta, tengo en mi tristeza una alegría… ¡Sé que aún me quedan lágrimas!
Allá donde estés, ¡no te pongas viejo, papá! Te queremos.
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(6.9.14) "Miguel", por Eduardo Jordá. Gracias, Eduardo.