Jesús Hermida era "el Raphael del periodismo", como ha acuñado con precisión Arcadi Espada. Y los que tenemos un problema con Raphael tenemos (teníamos) el mismo problema con Hermida. En ambos el manierismo se da (se daba) con una cierta pomposidad, con un cierto empalago. Pero no hay nada más frío ni más vacío que un escenario o una pantalla sin alguien que los llene, y hasta los renuentes como yo les reconocemos esa capacidad a Raphael y a Hermida. Por otra parte, no somos tan finos: tampoco nosotros hemos podido apartar la mirada cuando estaban ellos.
Pero Hermida era, por decirlo así, un manierista transitivo. Sus maneras iban solas en sus monólogos y en sus parlamentos, pero estos (aunque se hicieran larguitos) no eran muchos: con Hermida solía haber gente; y era un buen vehículo para esa gente. Yo lo recuerdo sobre todo, más que por sus magazines, con la sobresaturación de las "chicas Hermida", por sus dos grandes programas de la Transición (periodo, ciertamente, perfecto para su transitividad): De cerca y Su turno. Con Balbín, lo pienso ahora, y con Tola y Milá, además de con el gran Íñigo, implantó la costumbre de que la gente hablara y de que la escucháramos.
Mis mejores recuerdos son de De cerca. Yo tenía catorce o quince años y fui poniéndome al día con los que venían de atrás, que ya se conocían entre sí. Aquellas complicidades hechas me parecían curiosas. Había un mundo que se me había escapado (por mi simple edad) y que yo quería conocer. Entre ellos estaban personajes que luego se me han vuelto muy pesados, pero que se beneficiaron entonces del momento inaugural. Hermida preguntaba, y callaba, y ponía algún gesto, y lograba, en fin, que la conversación fuese de cerca. Luego el programa siguió sin Hermida, pero no le sustituyó nadie: cada entrevistado era el entrevistador del programa siguiente, por lo general amigo, formándose así una cadena que era pura transición (y Transición).
En Su turno se montaban ya buenos guirigáis, precursores de las tertulias de hoy, pero sin llegar a tanto y con gente de más nivel. Por la columna de David Trueba en El País he recordado que Hermida terminaba el programa dirigiéndose al espectador: "Ahora, verdaderamente, empieza su turno". Mi tertuliano favorito era Fernán Gómez, a quien justo David Trueba puso a hablar en La silla de Fernando. Su momento cumbre, que siempre cuento, fue una tertulia en la que no dijo nada. "Pero don Fernando, está usted muy callado esta noche", le azuzó Hermida. Y Fernán Gómez dijo, con cara de perplejidad: "Es que me encuentro desconcertado. He escuchado atentamente a todos los que me han precedido, que han dicho cosas contrarias entre sí, pero resulta que yo estoy de acuerdo con todas".
Años después tuve a Hermida de paisaje laboral. Yo trabajaba en Antena 3 Televisión en un programa, como guionista, y enfrente de nuestra redacción estaba la de Hermida. Me lo crucé mucho aquel año, aunque solo me habló una vez. En los servicios. Cuando yo entré él estaba ante el lavabo. No había nadie más. Mirando su imagen en el espejo dijo, con las maneras de Hermida: "¿Con qué mano abrir el grifo... con la derecha... con la izquierda? ¡Esa... es... la cuestión!". Yo no sabía si me había visto. Mi gran duda, naturalmente, era saber si Hermida siempre hablaba así o solo cuando tenía público. Pensé que había cazado una gran primicia: Hermida hablando solo. Pero entonces se volvió hacia mí y repitió, creo que imitando con guasa a un imitador de Hermida: "Esssa... esss... la cues... tión". Y salió.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]