Buenas tardes, querido Rafa. Te he oído decir aquí en La Brújula y esta mañana donde Alsina que a ti lo que te interesa de la serie sobre el presidente Sánchez es el corte del director: esa versión futura que incluya lo descartado. A mí también, aunque algo me dice que esa versión no cambiaría mucho. Sospecho que el director tiene unos principios cinematográficos tan radicales como aquellos cineastas del grupo Dogma, que se imponían a sí mismos numerosas restricciones. En este caso, la primera restricción debe de ser apagar la cámara cuando la realidad desagradable asoma. En el tráiler todo es agradable, salvo el plano insertado de un bombardeo en Ucrania, cuya utilidad por otro lado es mostrar lo agradable que es sentir la Historia desde Moncloa. No, no creo que fuese distinto el corte del director, porque no se habrán grabado abucheos a Sánchez, ni sus regañinas al jefe de Radio Televisión Española hasta hacerle dimitir, ni ninguna de las otras servidumbres oscuras del poder... Aunque sospecho que lo que se emita no mermará el potencial crítico del producto: la opción estética de exhibir esa burbuja acaramelada, con la que está cayendo, es pura corrosión. El director, en realidad, es un gamberro por hacerle a Sánchez un Nodo. Algo que, por lo demás, enamorará a los sanchistas. Empezando por el primer sanchista: Sánchez. Se nota que en la serie se ve guapo. Como en todas las demás circunstancias de la vida. Al cabo, su ejercicio como presidente no habrá sido más que un rodeo para que exista la serie, que será su auténtico legado. Por ella todo habrá merecido la pena, pensará Sánchez. Pero hay algo que me da morbo. Si la serie se titula 'Las cuatro estaciones', ¿qué harán cuando llegue el otoño? ¿El otoño del patriarca?
30.9.22
28.9.22
Las razones del hipódromo
Reconozco que con Savater tengo un problema. No es que termine siempre dándole la razón, sino que empiezo dándosela. Supongo que se debe a que aprendí a pensar con él y mis circuitos neuronales están fatalmente encauzados. Esto me hace ser un discípulo de los que desdeñaba Nietzsche, que buscaba contradictores, y de los que le dan pereza a Savater; quien, por su parte, tampoco fue así con sus maestros, y por ello sí más plenamente nietzscheano.
Nietzscheana fue su columna del sábado en El País, en la que contaba por qué había pedido el indulto para Griñán. En la mía de la semana pasada (fue mi último martes; hoy es mi primer miércoles) le presupuse blandas razones humanitarias, piedad hacia el anciano que va a la cárcel... Pues no, eran razones vigorosas, alegres, juguetonas (también gloriosamente desvergonzadas): Griñán fue compañero de hipódromo en la juventud "y escribía excelentes crónicas hípicas que firmaba Riu Kiu". Termina Savater: "prefiero no ver en la cárcel a Riu Kiu". Solté una carcajada. Resonaron en mí tantos momentos gozosos de la obra de Savater, no precisamente los más periodísticos...
Tras leer su columna, una dijo que Savater "chochea" y otro que "merece cierto piadoso silencio cuando argumenta de modo gagá" (este es un autodenominado filósofo que merece cierto piadoso silencio cuando argumenta del modo que sea). Es lo que tiene no haber seguido a Savater desde el principio, porque el del otro día es el Savater del principio: hacía tiempo que no escribía un artículo tan juvenil. El equívoco viene de que con los años se ha venido convirtiendo en héroe civil y referente moral. Pero cualquiera que lo haya leído bien sabe que para él estas cosas son secundarias y solo valen si las alienta la alegría. Y su gran alegría es el hipódromo. Dicen que "se ha disparado un tiro en el pie", que pierde prestigio como intelectual. Puede ser: en favor de lo que le interesa primero.
Hay indudables razones para criticar la petición de indulto de Savater: y todas están recogidas en el artículo de Savater, que las expresa con una capacidad de síntesis que no han atinado a tener sus detractores. Él mismo las explicó más pormenorizadamente en artículos y entrevistas de cuando los indultos del procés, sobre los que se manifestó en contra. En la columna de ahora lo dice claro: "No quisiera ser ciudadano de un país donde la complicidad o la secta cuentan más que la ley". Esto no tiene vuelta de hoja: sin ley no hay Estado de derecho. Pero esto, que es lo fundamental, no agota las razones posibles. Savater completa lo anterior así: "tampoco vivir entre rectilíneos para los que no hay amistad si no concuerda con el código establecido".
Me he acordado de los ensayos de Isaiah Berlin sobre líneas de racionalidades en conflicto, sobre todo el que escribió sobre Maquiavelo. Lo trágico del asunto que nos ocupa es que, desde un punto de vista cívico, Griñán debe ir a la cárcel. No otra cosa exige el bien común; es decir, no que vaya a la cárcel, sino el cumplimiento de una sentencia judicial. Pero hay otras razones, que podríamos llamar aquí "las razones del hipódromo", que pujan por la excepcionalidad. No son cívicamente ejemplares, pero sí saludables en otro plano: y no está mal que cuenten también con su ejemplo.
En cuanto a mí, reconozco que jamás pediría el indulto para un aficionado a los caballos. Otra cosa sería para un aficionado a la música brasileña con el que hubiese compartido conciertos de Caetano Veloso. O para un aficionado a Savater.
* * *
En The Objective.
24.9.22
Naufragio metódico
[Dietario]
Latorre. A finales de julio recibí este mensaje de Rafa Latorre: "Desde el comienzo de 'Zoom News' no te hacía una pregunta semejante. ¿A ti te gustaría hacer un comentario radiofónico semanal?". 'Zoom News' era el periódico digital del que fue subdirector hace diez años. Entonces me llamó para que colaborara como columnista. Ahora ha empezado a dirigir 'La Brújula' de Onda Cero. Pertenece a esa estirpe de aristócratas cotidianos que no piden, solo dan.
Inauguralista escéptico. En el dietario de agosto hablé de mi cuento de todos los veranos: me propongo escribir, pero no escribo. Al leerlo, dijo Arias: "Me fascina la figura emergente del inauguralista escéptico: consciente de que no escribirá, sigue creyendo que va a escribir y luego escribe que no ha escrito…".
Gun Hill. Encuentro en el Rastro de Fuengirola carteles de 'El último tren de Gun Hill', una película del oeste con Kirk Douglas y Anthony Quinn. Los compro porque era la favorita de mi padre. Cuando éramos niños, nos llevó a verla a un matinal a mi hermana y a mí. Desde entonces siempre que la ponían en la tele la veía y la grababa. No sé cuántas veces lo hizo. Había algo en esa película que necesitaba poseer, no podía dejar que se le escapase. Durante años fue motivo de cachondeo en la familia. Y ahora de amor.
Hasta los viejos. Antes de que el tema pase a ser la muerte de la reina de Inglaterra, hago bromas sobre lo mucho que me pone la nueva primera ministra, Liz Truss, nombrada unos días antes. Jáuregui me las ríe. Doy por hecho que ella es mucho mayor que yo, pero consulto su edad y me quedo planchado: ¡nació nueve años después! Se lo cuento a Jáuregui y dice una gran frase: "Ya todo el mundo es más joven que nosotros, hasta los viejos".
Mareíllo. Subo a bordo de la nao Victoria, en la que Elcano dio la primera vuelta al mundo. Se encuentra atracada en Málaga junto con otros dos barcos de época. La imitación está lograda. Tanto, que me fuerzo a imaginarme como uno de aquellos marinos; su heroísmo y sus penalidades en los minutos de la visita. Mientras contemplo la Farola desde cubierta, imagino que nos falta comida fresca y podemos pillar el escorbuto. Pero es necesario resistir. Hay que lograr la hazaña. El barco oscila y eso basta para la sensación de altamar. Al bajar, noto un mareíllo: un eco palpable, físico, de las navegaciones auténticas.
Naufragio metódico. La primera vez que oí el poema "Autobiografía" de Luis Rosales fue por la radio. Recuerdo el impacto del comienzo: "Como el náufrago metódico que contase las olas / que faltan para morir...". Y sobre todo el del final: "sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / salvo en las cosas que yo más quería". Era joven, pero ya sentía que me había equivocado en esas cosas. Esta sensación de fracaso, o de naufragio metódico, tenía un fondo grato, porque era solo mía: la consideraba una distinción. Andando el tiempo he visto que muchos la hacían suya también. Me fijo en el último que lo acaba de citar y me doy cuenta de la incomodidad que me produce. Todos sienten que se han equivocado en lo que más querían. No es ninguna distinción.
Consejo de artista. Dos chicos hablan a mis espaldas, creo que de música hip-hop. Bajamos las escaleras mecánicas de la nueva estación de cercanías de Torremolinos. En realidad, es uno el que le habla al otro. Le da consejos. Consejos de artista. Tiene acento latinoamericano (¿colombiano?) y habla con determinación, es muy bueno. Antes de que lleguemos abajo saco el móvil para anotar lo que ha dicho: "El artista debe tener una voz fuerte y una metralla de palabras rápidas".
Bajas. En estos días de bajas célebres (Isabel II y Javier Marías entre otros) visito dos veces el cementerio de los Asperones, por bajas cercanas: la prima Paca, el primo José. La prima Paca, una de esas primas de la edad de las madres que funcionan como tías, vivió siempre cerca: primero en Las Flores y luego se mudó a Nueva Málaga cuando nosotros nos mudamos. En este barrio vivía ya el primo José, cuando estudiaba Medicina. Fue el primer universitario de la familia. A finales de los setenta (era nueve años mayor que yo) llegaba a casa con 'El País' y se ponía a ver partidos de baloncesto: la primera vez de las dos cosas para nosotros. Más adelante me aficioné a la literatura y él tenía una bibliotequita en su terraza, que también fue muy importante para mí. Fue médico y ahora investigaba y daba clases en la facultad. Su hija estaba a punto de casarse. Hacía mucho que no lo veía, pero en las fotos que encuentro en internet está igual, aunque sin su melenita. El día antes de que muriera, pero él ya no pudo verlo, España ganó el Eurobasket.
* * *
En Diario Sur.
23.9.22
Los antifascistas españoles
[La Brújula (Zona de confort), 1:25:35]
Buenas tardes, Rafa. Siento debilidad por los antifascistas españoles. Quiero decir, por los autodenominados antifascistas españoles. Bueno, se autodenominan antifascistas, aunque no necesariamente españoles. Son esos individuos que se pasan el día combatiendo fascismos imaginarios en nuestro país y que, cuando las circunstancias biográficas o históricas les ponen por delante fascismos de verdad, no solo no los combaten, sino que se muestran indiferentes, o incluso los acarician y abrazan. En España ocurre con la atracción de Izquierda Unida y Podemos por los nacionalistas, con especial cariño por los independentistas, mejor si son golpistas y proetarras: es decir, aquellos cuyas políticas (las legales y las ilegales) han tendido a reproducir el modelo franquista de funcionamiento. Por cierto, que estos también se autodenominan antifascistas. Pero el momento cumbre de los antifascistas españoles es cuando las cosas fascistas internacionales se ponen a cien. Por no volver a las dictaduras de Cuba y Venezuela, de las que son creyentes practicantes, quedémonos con el flagrante fascismo de Putin, con el que también comulgan. Desde que empezó la guerra de Ucrania, exhiben ese pacifismo fraudulento que excusa la invasión de países y les exige a estos, los invadidos, la rendición. Es el pacifismo de la conocida paz de los cementerios. Ahora que los rusos empiezan a reaccionar contra el tirano, en arriesgadas manifestaciones verdaderamente antifascistas, nuestros antifascistas no dicen ni pío: es regocijante asomarse a sus cuentas de Twitter. Lo mismo ocurre con las protestas en Irán, que son cristalinamente por la liberación de las mujeres, y también de los hombres, iraníes. La explicación de la conducta de los autodenominados antifascistas españoles es muy sencilla, y me temo que un tanto sórdida: ellos son antifascistas en una democracia, y solo en esa democracia y contra esa democracia. Por eso coinciden en lo fundamental con los fascistas.
20.9.22
No habrá indulto, pero el daño está hecho
Como he dicho más de una vez (me gusta repetirlo porque mi sitio es ese), yo no soy periodista. Es decir, no tengo acceso a fuentes, no hablo con políticos ni dispongo de información privilegiada. Soy un lector de prensa que colabora en prensa. Me guío por lo que observo, leo, pienso o intuyo, como cualquier lector de prensa. Estos días mis deducciones me llevan a una conclusión distinta a la de casi todos, incluidos los periodistas que están mejor informados. Lo más probable es que ellos tengan razón, pero creo que Pedro Sánchez no indultará a José Antonio Griñán.
A estas alturas, si hay una verdad empírica sobre el presidente es que no hace nada que no le beneficie, o al menos crea que le va a beneficiar. Y el indulto a Griñán no le beneficiaría en nada. Es más, le perjudicaría. La única razón no sonrojante para el indulto es la consideración humana hacia una persona de setenta y seis años (me imagino que es la que ha llevado a Fernando Savater a ser uno de los cuatro mil firmantes de la petición; muchos de ellos, efectivamente, sonrojantes). Pero esa razón a Sánchez le da igual. Hacer un gesto por el partido podría ser lo único, pero me parece insuficiente.
Al contrario, Sánchez debe de estar pensando que le han servido la jugada en bandeja. Se da por hecho el indulto, ya se le ha criticado preventivamente por irlo a conceder, se ha señalado la incoherencia de que el político que llegó al gobierno denunciando la corrupción termine salvando a un corrupto. En esta situación, si Sánchez no concede el indulto habrá obtenido un fabuloso golpe de propaganda: inesperadamente efectivo y encima gratis. Algo (tanto lo uno como lo otro) que no acierta a conseguir su equipo de propaganda.
El daño, sin embargo, está ya hecho. Más allá del indulto en sí mismo (yo podría aceptarlo por la mencionada consideración humana, me reconozco aquí un blandengue al que le incomoda ver a Griñán en la cárcel), lo preocupante son los discursos que excusan, atenúan o incluso ensalzan el brutal caso de corrupción de los ERE en Andalucía, se llevasen o no dinero quienes lo cometieron. Discursos en los que también ha incurrido Sánchez. Lo desmoralizador, además del debilitamiento institucional sobre el que ha escrito Manuel Arias Maldonado, es que la incomprensión de la gravedad del delito deja a sus excusadores en la disposición perfecta para volverlo a hacer.
* * *
En The Objective.
17.9.22
16.9.22
Tragedia y comedia en la monarquía británica
[La Brújula (Zona de confort), 1:13:35]
Hola, Rafa Latorre. Yo sigo con la monarquía británica, cuyo espectáculo me fascina. Thomas Bernhard tiene un relato que se titula "¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?". En Inglaterra están siendo las dos cosas a la vez, solo que cada una por su carril. Por un lado, el cortejo mortuorio de Isabel II, larguísimo, que ha ocupado toda la semana y aún le queda hasta el lunes; por el otro, los accidentados inicios en el trono de Carlos III. Por un lado, la tragedia de la muerte, que no deja de ser trágica aunque se produzca a los noventa y seis años; por el otro, la comedia de los tropiezos con plumas y tinteros, las muecas sobreactuadas pero divertidas de mal actor británico. La solemnidad del protocolo fúnebre a veces se desliza hacia la comedia: la rigidez de los guardias está a punto de resultar cómica... hasta que se desploma uno y somos devueltos a la tragedia. Con el nuevo rey, en cambio, la comedia parece imparable. En pocos días, ya ha tenido dos incidentes a la hora de firmar y los dos los ha resuelto de mala manera, con pésimo humor. El viernes pasado dije aquí que, por haber llegado tan tarde al trono, Carlos III era el patrón de los procrastinadores. O sea, lo hice mi rey. Y sus dificultades con la vida cotidiana han multiplicado mi adhesión. Pero, entre las risas, he pensado también en su tragedia: tal vez, simplemente, está dando los primeros pasos por un mundo sin su madre. Tal vez no se imaginara que, aun siendo rey, la realidad iba a seguir ofreciéndole una irritante resistencia, poniéndole tinteros donde no debía o plumas que manchan. Es una tragedia y es una comedia, porque es rey de Inglaterra y es como cualquiera de sus súbditos.
9.9.22
En la muerte de Isabel II
[La Brújula (Zona de confort), 1:29:07]
Hola, Rafa. La longevidad de Isabel II de Inglaterra permite pensar en la relación entre la monarquía y la vida. El monarca, que lo es por ser hijo de otro monarca, incorpora a su puesto los avatares biológicos: lo vemos de niño, de joven, de mayor y de anciano. Y, como en el caso de Isabel II, lo vemos morir. Siempre cabe la abdicación, pero el empeño de Isabel II por llegar hasta el final tenía que ver con esto: ella sabía que el misterio de la Corona se apoya en el de la vida; y el misterio definitivo de la vida es la muerte. El rey que abdica nos hurta el último acto de su representación. A los gobernantes surgidos de las urnas los tenemos (los padecemos) solo un periodo, y esto es lo democrático, lo saludable. Un gobernante vitalicio es algo insano. Así ocurría con los monarcas absolutos. En las actuales monarquías parlamentarias, en las que el rey es un mero símbolo, desaparece este aspecto dañino y queda la exposición biológica: las edades de ese hombre o esa mujer sucediéndose en su vitrina. Para el pueblo es una referencia vital: los británicos tienen asociada una imagen de la reina a sus recuerdos a lo largo de casi un siglo. Con el heredero, el ya rey Carlos III de Inglaterra, el proceso se ha dado de un modo peculiar. Llega al trono con setenta y tres años, y la vida asociada a él se ha mantenido como a la espera, sin concretarse, sin definirse. Es el patrón de los procrastinadores. Con el mal gusto que me caracteriza, celebré que se lo jugara todo por Camilla con esta exclamación: "¡Su reino por un caballo!". Pero ahora obtiene el reino y Camilla es su reina consorte. Por este lado, ¡final feliz!
2.9.22
La radio
He debutado en la radio. Rafa Latorre, nuevo director de La Brújula de Onda Cero, ha tenido el detalle de ofrecerme una columna los viernes, sobre las 20:20 h. El título de mi seccioncita es Zona de confort. Pondré aquí cada semana el audio y el texto, con un título exclusivo para este blog. El primero, "La radio".
[La Brújula (Zona de confort), 1:24:55]
La radio
Buenas tardes, querido Rafa Latorre. No sabes la ilusión que me hace que hayas pensado en mí para La Brújula. Es que la radio fue mi primera vocación. Luego me decanté por escribir, tal vez empujado por mi voz poco radiofónica. Pero de los trece a los dieciséis años yo lo que quería era ser locutor. Los locutores eran mis ídolos. Y en realidad lo han seguido siendo, porque nunca he dejado de escuchar la radio. Todo empezó una mañana que no fui al colegio por enfermedad y puse la radio. Estaba Luis del Olmo en su primera época de Protagonistas. Me dejó fascinado la combinación de entretenimiento e intimidad. Esto último, la intimidad, es lo que no tenía la tele. Recuerdo que grabé en una cinta uno de aquellos programas, en que intervenía Gila, y me lo puse muchísimas veces: increíblemente, la magia no se agotaba. Luego vinieron más locutores. Por citar a unos cuantos: Alejo García, Julio César Iglesias, Juan Manuel Gozalo, Fernando Argenta, Araceli González Campa, El Loco de la Colina, Jesús Ordovás, Ramón Trecet, Carlos Galilea, Carlos Pumares, José María García, Javier Ares, José Luis Balbín, Javier Sardá y el señor Casamajor, Concha García Campoy, Gemma Nierga y, por supuesto, Carlos Alsina y Juan Ramón Lucas. Y un nombre de Málaga, que es mi ciudad: Antonio Guadamuro. Lo precioso es que, gracias a la radio, mi primera cultura fue por transmisión oral. Antes de leer a Vargas Llosa o a Borges, por ejemplo, yo ya los había oído hablar en la radio. Quizá el gran poder de la radio sea que es compatible con la vida. Puedes escucharla mientras estás viviendo, haciendo otras cosas. Y siempre que se está haciendo otra cosa y escuchando la radio, al menos una de las dos cosas nunca falla: la radio.
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