[La Brújula (Zona de confort), 1:25:35]
Buenas tardes, Rafa. Siento debilidad por los antifascistas españoles. Quiero decir, por los autodenominados antifascistas españoles. Bueno, se autodenominan antifascistas, aunque no necesariamente españoles. Son esos individuos que se pasan el día combatiendo fascismos imaginarios en nuestro país y que, cuando las circunstancias biográficas o históricas les ponen por delante fascismos de verdad, no solo no los combaten, sino que se muestran indiferentes, o incluso los acarician y abrazan. En España ocurre con la atracción de Izquierda Unida y Podemos por los nacionalistas, con especial cariño por los independentistas, mejor si son golpistas y proetarras: es decir, aquellos cuyas políticas (las legales y las ilegales) han tendido a reproducir el modelo franquista de funcionamiento. Por cierto, que estos también se autodenominan antifascistas. Pero el momento cumbre de los antifascistas españoles es cuando las cosas fascistas internacionales se ponen a cien. Por no volver a las dictaduras de Cuba y Venezuela, de las que son creyentes practicantes, quedémonos con el flagrante fascismo de Putin, con el que también comulgan. Desde que empezó la guerra de Ucrania, exhiben ese pacifismo fraudulento que excusa la invasión de países y les exige a estos, los invadidos, la rendición. Es el pacifismo de la conocida paz de los cementerios. Ahora que los rusos empiezan a reaccionar contra el tirano, en arriesgadas manifestaciones verdaderamente antifascistas, nuestros antifascistas no dicen ni pío: es regocijante asomarse a sus cuentas de Twitter. Lo mismo ocurre con las protestas en Irán, que son cristalinamente por la liberación de las mujeres, y también de los hombres, iraníes. La explicación de la conducta de los autodenominados antifascistas españoles es muy sencilla, y me temo que un tanto sórdida: ellos son antifascistas en una democracia, y solo en esa democracia y contra esa democracia. Por eso coinciden en lo fundamental con los fascistas.