A estas alturas, si hay una verdad empírica sobre el presidente es que no hace nada que no le beneficie, o al menos crea que le va a beneficiar. Y el indulto a Griñán no le beneficiaría en nada. Es más, le perjudicaría. La única razón no sonrojante para el indulto es la consideración humana hacia una persona de setenta y seis años (me imagino que es la que ha llevado a Fernando Savater a ser uno de los cuatro mil firmantes de la petición; muchos de ellos, efectivamente, sonrojantes). Pero esa razón a Sánchez le da igual. Hacer un gesto por el partido podría ser lo único, pero me parece insuficiente.
Al contrario, Sánchez debe de estar pensando que le han servido la jugada en bandeja. Se da por hecho el indulto, ya se le ha criticado preventivamente por irlo a conceder, se ha señalado la incoherencia de que el político que llegó al gobierno denunciando la corrupción termine salvando a un corrupto. En esta situación, si Sánchez no concede el indulto habrá obtenido un fabuloso golpe de propaganda: inesperadamente efectivo y encima gratis. Algo (tanto lo uno como lo otro) que no acierta a conseguir su equipo de propaganda.
El daño, sin embargo, está ya hecho. Más allá del indulto en sí mismo (yo podría aceptarlo por la mencionada consideración humana, me reconozco aquí un blandengue al que le incomoda ver a Griñán en la cárcel), lo preocupante son los discursos que excusan, atenúan o incluso ensalzan el brutal caso de corrupción de los ERE en Andalucía, se llevasen o no dinero quienes lo cometieron. Discursos en los que también ha incurrido Sánchez. Lo desmoralizador, además del debilitamiento institucional sobre el que ha escrito Manuel Arias Maldonado, es que la incomprensión de la gravedad del delito deja a sus excusadores en la disposición perfecta para volverlo a hacer.
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En The Objective.