16.9.22

Tragedia y comedia en la monarquía británica

[La Brújula (Zona de confort), 1:13:35]

Hola, Rafa Latorre. Yo sigo con la monarquía británica, cuyo espectáculo me fascina. Thomas Bernhard tiene un relato que se titula "¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?". En Inglaterra están siendo las dos cosas a la vez, solo que cada una por su carril. Por un lado, el cortejo mortuorio de Isabel II, larguísimo, que ha ocupado toda la semana y aún le queda hasta el lunes; por el otro, los accidentados inicios en el trono de Carlos III. Por un lado, la tragedia de la muerte, que no deja de ser trágica aunque se produzca a los noventa y seis años; por el otro, la comedia de los tropiezos con plumas y tinteros, las muecas sobreactuadas pero divertidas de mal actor británico. La solemnidad del protocolo fúnebre a veces se desliza hacia la comedia: la rigidez de los guardias está a punto de resultar cómica... hasta que se desploma uno y somos devueltos a la tragedia. Con el nuevo rey, en cambio, la comedia parece imparable. En pocos días, ya ha tenido dos incidentes a la hora de firmar y los dos los ha resuelto de mala manera, con pésimo humor. El viernes pasado dije aquí que, por haber llegado tan tarde al trono, Carlos III era el patrón de los procrastinadores. O sea, lo hice mi rey. Y sus dificultades con la vida cotidiana han multiplicado mi adhesión. Pero, entre las risas, he pensado también en su tragedia: tal vez, simplemente, está dando los primeros pasos por un mundo sin su madre. Tal vez no se imaginara que, aun siendo rey, la realidad iba a seguir ofreciéndole una irritante resistencia, poniéndole tinteros donde no debía o plumas que manchan. Es una tragedia y es una comedia, porque es rey de Inglaterra y es como cualquiera de sus súbditos.