[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:43:05]
Buenas noches. Han echado a Savater de El País. O mejor: Savater ha hecho que lo echen de El País. La situación era ya insostenible. No por cómo es Savater, sino por cómo es El País, por el periódico en el que se ha convertido. Savater sobraba en El País, como sobrábamos los viejos lectores: aquellos para los que El País era ante todo el periódico de Savater. Su expulsión es una clarificación. He recibido la noticia con melancolía, pero confieso que también con regocijo, porque prueba que Savater sigue vivito y molestando. Ha estado toda su vida así, se dice pronto. Ha escapado del embalsamamiento. La fórmula se puede enunciar fácilmente, aunque lo difícil es llevarla a la práctica: ha estado siempre contra los curas, contra los opresores, contra los pesados, contra los estafadores intelectuales, contra los cenizos. Su talento ha sido saber detectar (y detestar) a los de cada época, porque van variando. Esa habilidad admirable es la que le ha dado vidilla, y a sus lectores con él. Para muchos, entre los que me cuento, Savater ha sido el gran revitalizador. Pero aunque nos lo hemos pasado pipa con sus polémicas, hay un Savater aún mejor, que corre el riesgo de quedar ensombrecido por los fogonazos del otro: el Savater puramente escritor, mi escritor favorito, el número uno para mí. El dueño de la prosa más ligera y transparente, ágil, crujiente, vibrante, emocionante, divertida. Como dijiste, querido Rafa, en la memorable entrevista que le hiciste la noche de Reyes, su obra maestra es su autobiografía: Mira por dónde, que tiene esa continuación triste que es La peor parte, igual de buena. Ahora publica Carne gobernada, otro bello libro memorialístico, escrito con ese "estilo tardío" que celebra en el prólogo. En la juventud y en la vejez, Savater.