28.7.24

Espectacular monotonía olímpica

[Montanoscopia] 

1. Lo que ha pasado en 13 TV es entrañable. Resulta que nuestros fachas realmente existentes, los nostálgicos de los viejos valores y la tradición, no soportan las películas en blanco y negro. Le exigieron a Garci que las quitara de su programa de cine y, como Garci no lo ha consentido, es el programa de Garci el que han quitado. 

2. Cuando Feijóo pide la dimisión de Sánchez no se da cuenta de que con el sanchismo solo se puede acabar mediante unas elecciones rutinarias. Todo lo que se salga de la rutina democrática lo alimentará. El sanchismo, de hecho, se alimenta de su propia excepcionalidad. En el origen de este último año lamentable está también Feijóo, que no quiso parar los pactos con Vox en sus autonomías: alianza (hoy medio rota) que le impide ser a Feijóo la alternativa rutinaria. 

3. Me hago con el tercer tomo de los diarios de Chirbes. No tengo tiempo de leerlo ahora, pero sí de picotear algunos nombres: Gopegui, Bértolo, Savater, Muñoz Molina... De este último, con el que ando un poco obsesionado últimamente (¡es el único que se me ha caído de mis ídolos del patriotismo constitucional!), dice Chirbes: "se ha colocado demasiado arriba, demasiado cerca de poderosos relumbrones, aunque siga exhibiendo ese desamparo de chico de pueblo invitado a una fiesta en la que no debería estar". Siempre me resistí a verlo así, y en realidad me sigue violentando (aunque lo anote). Pero Chirbes también lo elogia y en otra entrada hay un momendo grandioso. Está hablando de La noche de los tiempos y entremezcla celebraciones y reparos. Sobre estos concluye: "¡si se librara de sus fantasmas!". Y a continuación viene lo grande: "Claro, qué fácil: ¡si me librara yo de mis fantasmas!, ¡si todos nos libráramos de nuestros fantasmas! Seguramente, sin todo ese pozo de complejos y manías que nos lastran, no seríamos novelistas y ni siquiera querríamos serlo". 

4. Las cuatro horas de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos las paso tumbado junto a mi atleta favorito, el ventilador. Estoy enfrascado en la Historia de Austria de Steven Beller y solo de vez en cuando me asomo a lo que pasa en París. Pero no a la emisión en directo, sino a la intermediada (¡tan posmoderna, tan parisinamente!) por el cachondeo de Twitter. La operación es redonda: la vida simple se infla con la pomposidad de estos eventos; pero yo la pillo ya desinflada por la ironía, devuelta a lo elemental. Un Sena despiojado por las artes verbales. Y un hilo de fuego sosteniéndose entre las aguas del río y la lluvia. 

5. El amigo Jáuregui se acuerda durante la ceremonia de "la melancolía de los paquebotes" de La educación sentimental de Flaubert: "Viajó. Conoció la melancolía de los paquebotes, los fríos amaneceres bajo la tienda, el vértigo de los paisajes y de las ruinas...". Los deportistas en los paquebotes parecen también los embarcados para Citerea, la isla del amor: el amor olímpico, en este caso. Anticlimáticamente, Baudelaire se imaginó una Citerea espantosa, de hombres descuartizados por Venus. Tal vez por eso nuestro Guillermo Carnero prefiere quedarse en tierra, "y estar solo", cuando "la triste nave está al partir". El siguiente verso de su poema, caigo en ello con un escalofrío, define con exactitud la aparatosa ceremonia olímpica en los paquebotes recargados del Sena: "con su espectacular monotonía". 

6. Justo he descubierto una palabra en portugués que significa monotonía: mesmice. Es una derivada de mesmo (mismo) y se podría traducir literalmente como mismismo. Estar atrapado en lo mismo, lo mismo que se repite, siempre lo mismo... 

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25.7.24

Mirador de Sansueña


Si alguien pasa este verano por Torremolinos, que no deje de visitar el mirador de Sansueña. Y que se acuerde de Luis Cernuda, que lo pidió: "Si alguna vez me pierdo, que vengan a buscarme aquí, a Sansueña". Jaime Gil de Biedma imitó el recurso en el poema que empieza "Bienamadas imágenes de Atenas...", en el que celebra "una calle vulgar, con muchas tiendas" del barrio de Monastiraki: "Si alguno que me quiere / alguna vez va a Grecia / y pasa por allí, sobre todo en verano, / que me encomiende a ella".

Y que se acuerde también de mí, si es que no estoy en el momento de la visita. El mirador se encuentra junto al hotel Castillo de Santa Clara y es la azotea del edificio de apartamentos Castillo del Vigía: una azotea que hace a su vez de plaza pública. La acondicionó en 1990 el arquitecto José María Córdoba, como leo en el número 9 (de aquel año) de la mítica revista malagueña 'Bulevar'. Algo después la descubrí, cuando me mudé a Torremolinos en 1998. Fue en un paseo que de pronto se abrió al mar memorablemente. Se convirtió en uno de los destinos de casi todos mis paseos.

Luego he vivido en Madrid y he vuelto a Málaga, y no he dejado de volver al mirador. Con frecuencia he cogido el trenecillo de la costa solo por pasar un rato mirando el paisaje marítimo y playero, con Torremolinos a la izquierda y Málaga al fondo, a lo lejos, y por detrás, más a lo lejos, las montañas. Y la extensión del mar Mediterráneo a la derecha, y la línea perpendicular del litoral, con las anchas olas. Como el aeropuerto está al lado, cruzan cada pocos minutos aviones de juguete. ¿Qué busco allí? Tal vez una recuperación del tiempo grande. Es una terapia anímica, estética. En mi caso, con épocas de mi vida acumuladas ya. Veintiséis años. Todo flota en aquella atmósfera, que remite a una pureza absolutoria.

El mirador lo cerraron de repente hace unos años y muchísimos paseos míos estuvieron terminando en la reja hasta que lo reabrieron en 2022 con su aspecto actual y su nuevo nombre: Mirador de Sansueña, en homenaje a Cernuda (Sansueña es como aparece Torremolinos en la obra del poeta). Tras algunos contratiempos con el horario, por fin tiene uno estupendo: de diez a diez en verano (en invierno será de diez a seis). El proyecto se ha beneficiado de una admirable continuidad administrativa: se inició con el alcalde del PSOE y se culminó con la alcaldesa del PP. Hay que citar especialmente a los respectivos concejales de Cultura: David Tejeiro (IU) y José Manuel Ruiz Rivas (PP).

Cernuda no conoció su mirador, pero sí la zona, a la que dedica el relato 'El indolente' y los poemas 'Elegía anticipada' (sobre el cementerio cercano) y 'Ser de Sansueña'. En el relato dice: "Durante el día reina la paz; una paz militante, sonora y luminosa". Y en el segundo poema, desde el exilio: "Las cosas tienen precio. Lo es del poderío / La corrupción, del amor la no correspondencia; / Y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo / De ninguna: deambular, vacuo y nulo, / Por el mundo, que a Sansueña y sus hijos desconoce".

El jardincito del Príncipe Anglona en Madrid y el mirador de Sansueña en Torremolinos, Málaga: yo mismo he cultivado el efecto que me producen, tras el momento inaugural, y cada vez que los visito me producen ese efecto. Es como estar en una patria o un refugio, suspendido en la vida y con la promesa, todavía, de la vida.

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21.7.24

Nuestro suicidio cotidiano como mal menor

[Montanoscopia] 

1. La abyección ideológica concentrada en esto que puso Vallín tras el atentado fallido a Trump: "uuuuuy". 

2. El sesudo Alba Rico, muy reconocido por los suyos por su portentosa capacidad de pensamiento, ha encontrado la síntesis hegeliana que el Gobierno andaba buscando para mantener la Eurocopa en la buchaca al tiempo que reprueba los elementos antisanchistas de la selección: una cosa es el juego de la España plural y diversa, que gana títulos, y otra la celebración, en que la España fascista reaparece. Es una teoría mágica de España que deja en bragas a Dragó: España logra olvidar que es fascista y entonces juega como los ángeles y gana; pero la victoria relaja el logro de su olvido, con lo que la España fascista renace. Más que mágico, es un destino trágico: España está condenada a ganar títulos desde el antifascismo y a celebrarlos desde el fascismo. Una solución (más estoica que hegeliana) sería ganar los títulos y no celebrarlos. Pero entonces, ¿para qué los querría ganar? 

3. Arcadi Espada se equivoca al afearle a Jorge Bustos (podría habérmelo afeado a mí también) su regocijo por la conducta de los futbolistas de la selección con Sánchez. El fundamento es correcto: el presidente es una institución que representa a todos los españoles y hay que respetarlo. Pero es que esta institución está ahora encarnada en Sánchez, que denigra a la mitad como mínimo de los españoles (y la aparta explícitamente: "el muro"). Aun así, en efecto, la institución está por encima de la persona, la trasciende. Si Sánchez no está a la altura, el defecto es suyo. El problema me preocupa. Pero yo, como Alba Rico, encuentro una especie de síntesis: en realidad los jugadores fueron educados, le dieron la mano al presidente, no se la negaron; lo que sí le negaron fue la adhesión emocional. Al final actuaron como fríos patriotas constitucionales. 

4. El problema anterior tiene una dimensión más profunda: ¿ha dejado de ser España un Estado de derecho? Con un Tribunal Constitucional presidido y acaparado por peones del Gobierno, y que suplanta al Tribunal Supremo, ¿qué podemos hacer? ¿Desacatarlo? ¿O acatarlo a sabiendas de su fraude? Sócrates optó por lo segundo en su día: por preservar la ley, acató su condena injusta y se autoejecutó. Tal vez los patriotas constitucionales debemos hacer lo mismo y aceptar nuestro suicidio cotidiano como mal menor. Aunque no sin hablar. 

5. No se le puede reprochar al PSOE que no se arrime al toro en cuanto implacable maquinaria de poder. Es puramente goebbelsiano. Sánchez, el mayor degenerador de nuestra democracia, exige la regeneración de nuestra democracia. Los socialistas andaluces condenados por los ERE, que ven aliviadas sus condenas por este Tribunal Constitucional de parte, no se limitan a disfrutar de su alivio: de inmediato pasan al contraataque, acusando al PP y proclamando poco menos que lo volverán a hacer. 

6. Juan Cruz, cuyo cerebro no se aloja dentro de su cráneo sino dentro de las paredes de Ferraz, emite pensamientos como este: "El líder del PP solo va a sus medios afines. Su crítica al Gobierno es la que se espera del que no cree sino en su lado del campo". 

7. Manuel Vilas anuncia su nueva novela, que se publicará en Destino el 25 de septiembre. Título: El mejor libro del mundo. Juan Tallón anuncia su nueva novela, que se publicará en Anagrama el 4 de septiembre. Título: El mejor del mundo. Es como cuando dos señoras coinciden en una boda con el mismo vestido. La batalla creo que la gana Tallón. El que pone una palabra menos siempre gana. 

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20.7.24

Bronca en el Pan de Azúcar

[serie El peor viaje de mi vida

No he tenido ningún viaje malo, pero sí malos momentos en algunos viajes. El peor, una bronca en lo alto del Pan de Azúcar, la única vez que he subido al Pan de Azúcar.

Viajé por primera vez a Brasil en marzo del 2000, cuando faltaba un mes para el quinto centenario del descubrimiento, que hizo en abril de 1500 el portugués Álvares Cabral. Había un panel con la cuenta atrás en Copacabana. Me acompañaba mi pareja, Nádia, mulata de Minas Gerais que llevaba cinco años viviendo en España y que había vivido en Río de Janeiro, ciudad que por tanto conocía bien. Mi amigo Antúnez, con el humor de entonces, me dijo: "Viajar a Brasil acompañado es doble gasto y mitad de placer". Esto último no dejaba de ser cierto: veía pasar las ocasiones como centellas, en tiendas, playas, terrazas, calles. Pero al cabo me gustó conocer el Brasil menos encendido de las casas particulares, las oficinas para trámites burocráticos, el instituto donde Nádia hizo el bachillerato y al que tuvimos que ir a por un documento. También tuvimos que ir a la comisaría de policía, en la que todo brasileño del exterior debe pagar la multa por las elecciones en que no haya votado. Allí el voto es obligatorio. La cantidad es simbólica, pero sin estar al corriente no se puede realizar ningún papeleo administrativo.

La llegada al aeropuerto Antonio Carlos Jobim (denominación con la que se cargaron la canción de Antonio Carlos Jobim en que se cita su anterior nombre: Galeão) fue fea. Mi asiento no era de ventanilla, por lo que no pude disfrutar de las vistas del "Samba do avião"; y desde las salas del aeropuerto solo se alcanzaba a ver, muy a lo lejos, el Cristo Redentor, detrás de extensiones de casas polvorientas. Este paisaje se mantenía durante varios kilómetros desde el taxi: eran los suburbios de Río, las zonas pobres no aptas para turistas. Las zonas para turistas tampoco me gustaron al principio. Ante los enormes edificios del paseo marítimo de Copacabana me pareció que estaba en Benidorm. Pero bastaron unas pocas horas, mi primera tarde en Río, para que me enamorase de la ciudad. Un secreto: detrás de los paseos marítimos, en la segunda y tercera líneas de playa, está la parte habitable de Copacabana e Ipanema, algo que no suele salir en las postales y que es literalmente una Lisboa tropical. Como lo es el Centro Histórico.

Otro lugar que yo asombrosamente no conocía es la roca do Arpoador, que está entre Copacabana e Ipanema: el mejor mirador para ver esta última playa en perpendicular y, al final, enfrente, el morro Dois Irmãos y la Pedra da Gávea. Digo que es asombroso que no lo conociera porque, naturalmente, aparece en crónicas y canciones y forma parte de la vida carioca. Debí de pasarlo por alto más de una vez, pero el caso es que no me constaba. Por eso Arpoador se convirtió en el símbolo emocionante de mi primer viaje a Río: un lugar que solo emergió cuando yo me encontraba allí.

Los días fueron fantásticos y alcanzaron a tener una maravillosa rutina de tres semanas. Una inmersión en la vida de Río por la que supe que podría vivir perfectamente allí: era algo de la tonalidad, del ritmo, de la textura de aquella vida... Imposible detallarlo en este poco espacio, pero estaba el agua de coco bem geladinha en los chiringuitos y la cerveza (Antarctica o Brahma) bem geladinha también; los salgadinhos de bacalao, la comida al peso, los galetos de O Craque dos Galetos; las librerías (de nuevo y de viejo), las tiendas de discos, los shoppings, los periódicos; el autobús a trompicones por las calles y los túneles, e incluso sobre los precipicios que conducen a la Barra da Tijuca; la plaza Mauá, la avenida Rio Branco, la rua do Ouvidor, la rua da Quitanda, el mercadillo de Alfândega, los arcos de Lapa, Cinelândia, Botafogo, Flamengo... Una tarde fuimos al barrio de Cosme Velho, desde donde se toma el trenzinho al Corcovado. Arriba se estaba estupendo, pero las vistas fueron parciales: la niebla cubría amplias zonas de la ciudad.

Y llegó el día del Pan de Azúcar. Caminamos por el barrio de Urca, donde se crió Marisa Monte y vivía João Donato. Allí estaba el Instituto Benjamin Constant, no en honor del pensador francés sino del pensador brasileño de igual nombre: este sí se lo puso su padre en honor del pensador francés. La subida al Pan de Azúcar se hacía en dos tramos. Primero se subía por el funicular (o bondinho) hasta el morro de Urca, en el que Nelson Motta montó a finales de los 70 la primera discoteca brasileña: Noites Cariocas. Y después otro bondinho hasta el Pan de Azúcar. Mientras subíamos oímos a un grupo de jóvenes ruidosos que resultaron ser malagueños. Uno les decía a los demás, con el inconfundible acento: "Arriba no se os ocurra tomar nada, ¡que os clavan!". Yo oculté mi condición de malagueño: no quería socializar.

En la cumbre todo iba bien hasta que de pronto fue mal. No sé qué pasó, sería alguna discusión de pareja de esas que se agrían inadvertidamente y ya no se pueden parar. Pero de pronto quise estar en cualquier sitio menos allí. Yo llevaba una camiseta de Bart Simpson y me sentí ridículo, desgraciado. Toda la vida soñando con subir al Pan de Azúcar y, una vez arriba, lo contrario de dulzura: amargura. La postal estropeada. Pero el enfado se pasó una vez que bajamos y el Pan de Azúcar se me fue recomponiendo como paisaje dulce. En aquel verano me pareció verlo dos o tres veces en la playa de Torremolinos. Yo caminaba con la mirada baja en la arena y las olas y al alzarla veía delante el Pan de Azúcar, en espejismo.

Antes, en las semanas posteriores al viaje, me iba algunas tardes al aeropuerto de Barajas porque es el lugar de Madrid que está más cerca de Río. 

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18.7.24

Obscenidad ideológica

El equipo de sincronizada (recurro una vez más a la fórmula de José Ignacio Wert, la mayor aportación politológica –y costumbrista– de nuestro tiempo) nos ha dado días maravillosos con la Eurocopa y sus celebraciones. La cintura que tienen todos los miembros del equipo, la precisión con que ejecutan las mismas fintas a la vez, como una auténtica falange acuática, solo puede provocar admiración.

El espectáculo ha sido un pelín pornográfico, pero la pornografía casa con el agua: las cálidas aguas de la piscina sanchista. Lástima que no se trate de la limpia pornografía del cuerpo, con sus fornicios y demás juergas carnales, sino de la vil ideología, ensuciadora y embalsamadora de la vida. Se ha exhibido con una obscenidad pasmosa, degradante. Ha sido una orgía sincronizada.

En el campo de fútbol, la selección española ha jugado divinamente, con una frescura y una espontaneidad admirables. Por momentos me acordaba de los partidos de Brasil en el Mundial de España en 1982. Decía un amigo brasileñista que la derrota de aquella selección le cortó alas lúdicas al fútbol, porque se vio que jugar así no garantizaba la victoria. El propio Brasil pasó a hacerlo de un modo más pesado. Pero esta España de 2024 a la alegría le ha añadido la efectividad. Es una alegría fulminante que gana títulos.

No es de extrañar que hayan caído como buitres sobre ella nuestros aprovechados, vendedores de crecepelo político. Aunque carecen de todo aquello que compone la selección (desde la capacidad al mérito y el esfuerzo), se han acoplado a ella para impostar que ella tiene que ver algo con ellos. Y lo han hecho de la única forma que saben: embadurnándola con su mierda ideológica. Una mierda estrictamente embalsamadora.

Han detectado un brote de vida y a por él han ido, a ver si lo mataban. Como algunos de los futbolistas españoles no eran de raza blanca, se han puesto a señalarlos con halagos baratos, como un Ku Klux Klan pastelero. Les negaban en el fondo la ciudadanía común, abstracta, universal, y les echaban encima una diferenciación; a la que, por supuesto, esos chicos tendrían que obedecer. Era un regalo, además de falso, envenenado. Se acabó la diversión para ellos: pasaban a ser piezas de la batalla partidista.

Lo divertido ha sido ver que los chicos estaban demasiado vivos como para dejarse embalsamar, y menos por semejantes zoquetes. En cuanto han guardado las distancias (en todo momento cortés, por otra parte) con el presidente que pretendía servirse de ellos, el equipo de sincronizada se ha puesto a atacar esa muestra de la España "diversa y plural", como decían, porque resulta que no se entrega al sanchismo. Actúa también aquí un mecanismo psicológico elemental: si tú te humillas hasta las heces, no les perdonas a los demás que no se humillen.

Ha sido obsceno, por la velocidad y la radicalidad del cambio (del elogio al insulto en un santiamén) y por lo nauseabundo del esquema. Cuando ponían de "buenos" a unos, no estaban más que dejando la casilla preparada para que la ocupara algún "malo". Casilla que podrían ocupar los mismos "buenos" si se portaban mal, es decir, de un modo distinto al que le dictaban. Lo nauseabundo, en efecto, era la coacción.

La cosa está en una situación interesante, dada la potencia popular del fútbol. Es difícil que la gente entre en la trampa de los políticos en este caso: lo que quiere es goles, títulos e identificarse con su selección. Pero los políticos ya han empezado a señalar a los "fachas". Ya han empezado a entristecer la chispa inesperada de la Eurocopa. 

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14.7.24

Desde mi ruinosa atalaya moral

[Montanoscopia] 

1. Dos ejemplos de la felicidad lectora que proporciona la poesía de José María Álvarez, muerto el domingo pasado. Son dos poemitas de dos versos cada uno; ambos, curiosamente, con un cóctel de otoño y alegría. El primero se titula The sacred wood y dice así: "Autumnales crepúsculos / Seamos magníficos". El otro, Cantando bajo la lluvia: "Ayer empezó el Otoño / Me ha salido una flor en el chaleco". 

2. Contra el columnismo y el tertulianismo patrios, Arcadi Espada ha vuelto a tener razón: el presidente Macron hizo bien en convocar elecciones fulminantes para mermar al monstruo LePenchon. Lo divertidísimo es que, ni siquiera después del resultado, parecen haberse enterado nuestros lepenchones, esos abrasivos hunos y hotros que tienen frita nuestra vida nacional, que pretenden solo política; sin duda, porque es su única vida. Pero hoy, fiesta nacional francesa, podemos gritarlo de nuevo: Vive la France! 

3. Sánchez sería un mal actor de sus emociones si tuviera emociones. Como no las tiene, es un mal actor sin más: un mal actor de la nada; un vendedor de enciclopedias sin enciclopedia, como lo caractericé cuando apareció en la política española hace justo diez años: nefasta efeméride. Lo enternecedor es cuando verbaliza una emoción y pone todo su dispositivo gestual a interpretarla. Esta semana ha sido la "alegría" por la ruptura de Vox con el PP. Pero su cara era un poema. De alegría nada. Estaba más bien jodido. Y es normal: se le desmoronaba el edificio de su mampostería retórica. Desmintiéndome en parte, reconozco que "estar jodido" es al fin y al cabo una emoción. Y esta sí que la estaba interpretando bien. 

4. Los peperos de convicción o de interés (¡todos los que están esperando un puestecito!) callaron cuando el PP pactó con Vox. Yo, que lo único que hago como columnista es arruinar mis posibilidades económicas (salvo el estipendio estricto que me llevo como columnista, hasta el día en que me lo deje de llevar), estuve desde el principio en contra de esos pactos. El PP estaba más que legitimado: lo legitimó el PSOE con sus, a su vez, pactos inicuos. Pero los que no estamos en el ping-pong los reprobamos a uno y a otro. Desde la (¡ruinosa!) atalaya moral que nos arrogamos. 

5. Nuestros estólidos (pseudo)izquierdistas, que están todo el día revolcándose como gorrinos en su ensalada de banderas, incluida la de la noble II República, que ellos envilecen al juntarla con las de dictaduras internacionales y las de las satrapías regionales más reaccionarias contra su auténtica heredera, por democrática y defensora del republicanismo político, que es la española constitucional, se ponen muy nerviosos (¡y no se privan de darnos la brasa!) cuando un éxito futbolístico anima a los indolentes españoles a sacar esta última y agitarla un poco o colgarla en su ventana. Le leo a Ana Iris Simón que el fraile ideológico Pablo Batalla habla de la "activación del nacionalismo español" cuando España ganó el Mundial de 2010. ¡Menuda alarma la del nacionalismo español, que tardó en activarse treinta y cinco años (por poner la muerte de Franco como referencia, tan cara a estos membrillos)! Ya entonces, en plena euforia mundialista, algún Ramoneda o similar habló del miedo que le daba la proliferación de banderas en los balcones. ¡Las banderas futbolísticas! Son gente que cree que está hablando de la realidad y solo está hablado, siempre, de sus propios fantasmas, de sus combates internos frecuentemente familiares, porque casi todos tuvieron padres falangistas (¡un saludo también a Lluís Llach!). Esta noche, por supuesto, debe ganar España la Eurocopa para que a todos estos les siga dando soponcios. 

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12.7.24

Contra los náuticos

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:29:45
 
Espero que ninguno de los presentes, ni ninguno de los oyentes, calce náuticos, porque mi última arremetida de la temporada será contra esos zapatos ridículos, esas patéticas alpargatas con pretensiones. La fobia que les tengo se ha recrudecido de un modo inesperado: por Juan Benet. La biografía del escritor que acaba de salir en Renacimiento, titulada El plural es una lata, de José Benito Fernández, lleva en portada una foto de Benet sentado en un banquito, tan elegante como siempre pero calzando unos improbables náuticos, algo que para mí no solo arruina su imagen, sino toda su literatura. El exigente creador del territorio mítico de Región parece un vulgar veraneante en Benidorm. Llamé de inmediato a mi amigo el novelista Rafael Maldonado, devoto de Benet, para recriminárselo. Maldonado, como Benet, defiende el gran estilo (¡el grand style!) en la literatura. Algo para mí completamente incompatible con esas sandalias de guadianescos cordones de cuero por los laditos, que ni siquiera son los que se atan: estos van aparte y con ellos se hace un lazo como corbatín de cantante de country en el pie. ¡Pero Maldonado me dijo que él también usa náuticos! Tiene gracia, porque mi amigo es el mangalarguista por el que escribí mi andanada contra el mangalarguismo. Así que el horror estético veraniego, me dije, está concentrado en los mismos sujetos: los que llevan en verano camisas de manga larga que orugan por el antebrazo son los mismos que calzan esos repelentes náuticos con los que van pisando por la ciudad como por la cubierta de un yate. ¡Y a eso le llaman grand style! ¡Los náuticos, esas menesterosas babuchas con ambición de zapato, esos mocasines entre de arapahoe y de torero, resulta que son grand style! ¡Y luego no quieren que me inrite y tenga opiniones ultramontanas!

11.7.24

José María Álvarez: felicidad lectora absoluta

Tener un poeta de cabecera es la felicidad lectora absoluta. La lectura auténtica es la relectura y lo que se relee de verdad, una y otra vez, son los poemas que nos apasionan. Gozan del mismo privilegio que las canciones. La lectura repetida, en espiral, va imantando las palabras y estableciendo relaciones entre ellas; y entre ellas y el mundo y la vida. La emoción y el gusto se reproducen, o nacen de nuevo mágicamente cada vez. Hasta que después de semanas, meses o años (el tiempo no se puede precisar, porque es más mítico que cronológico) salimos de ese círculo (literalmente enamorado), en el que se queda encerrada, preservada, una época de nuestra biografía. En adelante podremos asomarnos y evocarla, pero ya pasó.
 
El poeta de cabecera se cumple mejor si lo tenemos en un único libro; en realidad, es un libro de poemas de cabecera lo que tenemos. Yo tuve las Rimas de Bécquer, las Poesías completas de Antonio Machado, un poco Cántico de Jorge Guillén, La realidad y el deseo de Luis Cernuda, Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma, la Poesía 1970-1984 de Luis Antonio de Villena, la Poesía completa de Cavafis, la Obra poética 1923-1977 de Borges (y después La cifra y Los conjurados), los Poemas (1935-1975) de Octavio Paz (y después Árbol adentro), la antología Zona de Apollinaire, Tarde o temprano de José Emilio Pacheco, los Poemas de Álvaro de Campos y las Odas de Ricardo Reis de Pessoa, o más recientemente la Poesía no completa de Wislawa Szymborska. Y, por supuesto, Museo de cera de José María Álvarez, que se acaba de morir a los ochenta y dos años.
 
Mi libro Zona de confort acaba con unos versos suyos, con los que quise deliberadamente señalar su importancia. A José María Álvarez lo descubrí por vía oral, como si fuese un poeta arcaico. Lo llevaba Jesús Quintero a la radio, a su programa El loco de la colina, y allí, junto con proclamas vitalistas provocadoras, paganas, aristocratizantes, leía poemas. Era un buen recitador, cosa poco frecuente (¡nada que ver con el acartonado Valladares o el machacón Alberti!), y la nitidez de su voz de acoplaba a la nitidez de su poesía, que fluía en aquellas madrugadas íntimas. Esta fase oral culminó con un memorable recital que dio en Málaga a finales de 1984 en El Cantor de Jazz, el mejor bar que ha tenido nunca la ciudad. Justo después saldaron ejemplares de la primera edición de Museo de cera (La Gaya Ciencia, 1974), que fue la que leí hasta que me hice en 1986, ya en Madrid, con la nueva, preciosa, de la Editora Regional de Murcia. La edición definitiva de Renacimiento (2002) la sigue regalando el poeta, ya póstumamente, en su página web (en pdf).
 
A mis veinte años era mi libro y lo tenía todo para que lo fuera: el amor por la literatura y la cultura y el amor por el amor, y por el cuerpo y la belleza, la libertad, la rebeldía, el individualismo desafiante, la gamberrada, el humor, los cientos de nombres de autores y de citas, de las que cada poema llevaba unas cuantas (el propio Álvarez bromeaba sobre si no hubiera debido titular el libro Casa de citas). Abro al azar para terminar con sus versos y me sale este poema en el que habla Mozart:
Cuanto la vida fue y hoy son cenizas 
El Lacrymosa que nunca acabaré 
 
Sí Os saqué el dinero 
Creíais pagar así mi lealtad 
Más allá de la inclinación de mi cabeza 
 
Necios 
Mientras para vosotros era un pobre maestro servil 
Yo levantaba un orden que perdurará 
Y en el que habéis sido destruidos. 
 
* * * 

7.7.24

Murmurando en la pecera

[Montanoscopia]  
 
1. Nuestros sanchistas celebran como suyo el triunfo arrollador de los laboristas británicos. Ignorantes de que, para conseguirlo, el nuevo Starmer se deshizo del viejo Corbyn, el Sánchez inglés (bueno, un Sánchez con lecturitas). Han despreciado la posibilidad de un PSOE que apele a las mayorías y ahora aplauden a un Partido Laborista que apela a las mayorías. Aquí atacan a González, que era el que las conseguía para el PSOE, y aplauden a Starmer, el González inglés. Un González sin carisma: o con el carisma vacío que le otorgan los desastrosos conservadores; es decir, un carisma higiénico, neutro, sin seducción.  
 
2. Autoerigidos guardianes de la palabra como Muñoz Molina o García Montero son capaces de hablar de la corrupción de nuestro lenguaje político sin mencionar a Sánchez. Uno con menos vergüenza que el otro. García Montero, con Sánchez delante, discursea: "La derecha quiere enfermar algunas palabras". La derecha. Con Sánchez delante. En la presentación de una fundación nueva del PSOE. Del PSOE. Enfermar las palabras. Desde el PSOE. Desde el PSOE de Sánchez. Desde Sánchez. Hace algunos años García Montero atacó a Muñoz Molina y yo defendí a Muñoz Molina. Hoy los dos están en el mismo barco sanchista, uno con más descaro que el otro. Hoy los dos se unirían contra mí. (¡Si yo fuese alguien, claro!)
 
3. Aunque Luis Cernuda se irritaba a veces sin motivo y fue injusto en muchas de sus irritaciones, algunos de sus lectores sintonizamos con esa irritación, que en nosotros es ya inritación. No es tan frecuente, por otra parte, esa veta en nuestra literatura, por lo que habría que cuidarla como a una flor de invernadero. Esta es la razón por la que me ha inritado ver que el prologuista de la nueva edición de su Poesía completa (Visor) es Luis Alberto de Cuenca, poeta pancista y bienqueda (¡no conmigo, ciertamente!). Para estas tareas el que vale es Luis Antonio de Villena, que ya publicó un Luis Cernuda espléndido en Omega, editó en Cátedra Las nubes y Desolación de la Quimera y le dedicó un capítulo al Cernuda dandy en Corsarios de guante amarillo. Al desajustado Cernuda le conviene el desajustado Villena, para no inritarnos a sus lectores desajustados. Aunque también entiendo (¡ecuménicamente!) que no está mal allegarle publiquillo pancista a Cernuda, para que lo lean desde las mesacamillas y los aguachirles conyugales que él detestó.  
 
4. Transcurre el Tour por la Francia lepenista de Vichy. Un amigo dio con el mote perfecto para la lideresa: Marine Le Petáin. La solución, en cambio, no es Mélenchon. También acertó el que sintetizó los males en LePenchon. Probablemente yo fuese hoy un abstencionista francés: resignado a padecer la historia; que la hagan mis (¡tiránicos!) criados. Salvo que en mi circunscripción pudiera practicar un (¡doble!) cordón sanitario moderadito.  
 
5. Transcurre el Tour entonces, como todos los Tours en realidad, y lo tengo en la tele durante horas con las voces de Carlos de Andrés y Pedro Delgado, que son como peces murmurando en la pecera. Se acabaron ya los tiempos frenéticos de García ("¡top, tooop!") y épicos de Ares (al principio coincidieron ambos), que yo como muchos me ponía frenética-épicamente en la radio mientras veía la tele. Ahora solo suenan De Andrés y Delgado, con el sonido ambiente de público y pedaladas. Me he pasado años despotricando contra ellos, pero de pronto entré la otra tarde en un estado de felicidad por ellos. Han ido calando sus comentarios sin estrépito ni brillantez, no incompatibles con la siesta. De repente los quiero y quiero que estén ellos, y solo ellos, como acompañamiento acústico del Tour. 
 
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4.7.24

Resistencia manual (una propuesta contra el 'pajaporte')

Ya se han hecho todos los chistes sobre el pajaporte (unos cuantos estupendos están en el artículo de Carlos Padilla en este periódico), pero no puedo dejar de ocuparme de un asunto que me interpela. O que interpela al personaje que he mantenido en Twitter hasta hace cuatro días, en que lo dejé definitivamente. El Montano de esa red social iba como un zahorí buscando vetitas de provocación. Encontró una, no sin sorpresa, en el jugueteo retórico sobre el onanismo. Resultó una de las más logradas pruebas de estrés a que sometía a sus seguidores. El momento cumbre fue cuando puso de los nervios al obtuso tuitero Barros, que un día estalló: "¡Tú, que te has labrado tu carrera sobre las pajas!". Por entonces el ministro Escrivá era el responsable de las pensiones. Si llego a conocer su interés futuro por la masturbación, le hubiera pedido que me cotizara.
 
Escrivá, que pasará ya a la historia por su puesto actual como ministro de la cartilla de racionamiento pornográfica, me hizo gracia desde el principio porque era igual que el Fraile de la serie Curro Jiménez, interpretado por Paco Algora. Un fraile glotón y, como vemos, vigilante de la moral sexual. La afición de Escrivá por los números, un tanto enmarañada, se manifestó con sus sudokus de la jubilación, para defender los cuales llamaba irritado a Latorre o Alsina. Lo enternecedor es su proyección (biográfica o no) de ahora: treinta pajas al mes considera el ministro que dejan satisfechos a los españoles. O sea, nada de dos al día. Y nada de nada los días 31 de los meses largos. Sí hay un cierto premio en febrero, en cuyo día 28 te puedes descocar (en los años bisiestos no tanto).
 
Este racionamiento numérico, que delata una vez más que la ola reaccionaria nace del mismísimo Gobierno progresista, me ha recordado una anécdota que contaba Billy Wilder en Nadie es perfecto, su libro de conversaciones con Hellmuth Karasek. A un compañero del colegio en Viena el padre lo pilló haciéndose una paja y lo amenazó: "Si te haces cincuenta más, morirás". El chico se quedó impresionado, pero no pudo dejarlo. Cada vez que se hacía una nueva, ponía una rayita en su cuaderno. Al llegar a la cuarenta y nueve se detuvo. No quería morir. Pero después de unos días tormentosos, se dio por vencido. Escribió una carta de despedida para los padres y se encerró en su cuarto. Procedió. Al despertar la mañana siguiente, corrió eufórico a contárselo a los amigos de su clase, que se manifestaron luego en el recreo: "¡Los padres mienten! ¡Viva el onanismo!".
 
Naturalmente, también el Gobierno miente. Sánchez, el Nacho Vidal de la pornografía política (el bulo no le cabe en un vaso de cubata), ha lanzado el pajaporte para desviar la atención de los fregados en que anda metido. Así estamos todos hablando del "amor propio" (en la acepción de Guillermo Cabrera Infante) y no de la declaración de su mujer que tendrá lugar este viernes, ni del Tribunal Constitucional, que se ha puesto a desmontar las condenas de los ERE de Andalucía en una muestra muy plástica de corrupción sobre la corrupción...
 
Pero volviendo al temita (¡la cabra tira al monte!), lo que yo propongo es una huelga de manos caídas para no ser captados por los sensores (y censores) del Gobierno. El presidente escribió su Manual de resistencia (¡sin manos, por cierto!) y yo propongo una resistencia manual. Precisamente el único y último tuit que he dejado en Twitter es una oda de Ricardo Reis que empieza: "No tengas nada en las manos".
 
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