Y aquí estamos, con Sánchez vestido de indonesio en la semana más grave de la democracia española desde el golpe posmoderno del independentismo catalán en 2017. Por la política de Sánchez. El problema para el columnista es qué hacer retóricamente con esa gravedad. El reto de dosificar los énfasis es complicado. La altisonancia a que invita la situación se enfrenta al hecho de que la altisonancia sostenida no es más que ruido. Gritar ensordece: impide que se oiga lo que se dice. Por otro lado, esa es la respuesta soñada por el sanchismo (el de Ferraz y el de Miguel Yuste y Gran Vía 32), que salta enseguida con la acusación de que si se inflama o se echa gasolina... Les falta añadir que en el fuego que ellos alientan, si no provocan.
Se acabó el tiempo en que me hacía gracia enfervorizarme a lo capitán Haddock o a lo Thomas Bernhard. No estaba mal aquello: el motor energuménico que emitía un material verbal caliente y no del todo extraviado (¡chispazos sobre una sintaxis trepidante pero que no descarrilaba!). Un material además cortés, pese a su apariencia, puesto que incluía su autoparodia y hasta su autodesactivación. Invitaba a no ser tomado en serio. Y para el emisor era un desahogo. Pero ya no tengo ganas; tal vez la actualidad no lo merece. (Hay que añadir que encima solía dar en el blanco: cumplía su propósito.)
Y Sánchez con su camisa indonesia, balik se llama, después de haber cursado su proposición de ley que acaba con la sedición (no con ella como acto, sino con su tipificación, con su castigo: lo volverán a hacer gratis) y haber puesto a calentar el ambiente para justificar el fin a la carta de la malversación. Sus apaños tácticos entran a formar parte de la legislación española, desarmándola, deformándola. Como el Gobierno, el Código Penal tendrá costuras de Frankenstein. Será tal vez el primer Código Penal (de un Estado de derecho) que promueve determinados delitos: los adecuados. Aunque se cuelan inadecuados también. Por las grietas de la ley del solo sí es sí empiezan a rebajarles penas a violadores. El presidente les pide a los jueces desde Bali "sensibilidad".
Son admirables los ejercicios ilustrados de los más templados de mis colegas (Daniel Gascón, Manuel Arias Maldonado, Manuel Toscano, Aurora Nacarino, el recién premiado Juan Claudio de Ramón...), pero me producen una melancolía insalvable sus propuestas de diálogo racional sin interlocutores. En el otro lado no hay nadie: solo un ejército de argumentistas con su argumentario. Un argumentario además nada firme, que cambia con los caprichos y conveniencias del líder. Lo siguen en todo (todo, absolutamente todo se lo defienden, contradiciéndose con él) y todo es fatal.
A la derecha le aguarda al menos una recompensa: heredar el país, por devastado e inoperativo que quede. Los progresistas no embrutecidos solo heredaremos la amargura añadida del erial para toda política progresista plausible que habrá dejado tras de sí Sánchez. Sí, sé que esto suena enfático. Y que no funciona.
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En The Objective.