Dice un amigo que nadie piensa en España mejor que Félix Ovejero. Ovejero, por su buen pensamiento, y por modestia, replicaría que no podemos saber cómo piensan todos los demás. Pero cualquiera que pretendiese acercársele debería poseer una mente y unos conocimientos portentosos, una gran capacidad para transitar de lo abstracto a lo particular y viceversa, combinando distintos campos, una información al día sobre los aspectos científicos de los asuntos de los que se ocupa y un rigor que no se relaja.
Este último, por cierto, no es un rigor mortis, sino dinámico y vivo, animado por una persona exepcional con intereses más amplios que los intelectuales. Da la casualidad de que comparto varias de sus pasiones, como son las películas de Woody Allen, el Tour de Francia o los diarios de Trapiello, con lo que mi simpatía se extrema. También comparto bastantes de sus conclusiones políticas, a las que he llegado por caminos intelectualmente más abruptos que él, pero de los que me reconforta saber que no son incompatibles con la sofisticación. Ovejero transmite nobleza, tal vez porque se ajusta a la definición de Schiller: "Noble es, en general, todo espíritu que posee el don de transformar el negocio más nimio y el objeto más pequeño en un infinito, por el modo de tratarlo".
Julio Valdeón ha tenido el acierto (y la generosidad para con los lectores) de concentrar todo lo que Félix Ovejero es en las conversaciones recogidas en La razón en marcha (Alianza), que por su variedad y exhaustividad constituyen una genuina Suma (¡o Summa!) Ovejérica: un compendio muy completo, que toca todos los palos, con el entrevistado en su esplendor y el entrevistador a su altura. Es apabullante el nivel (yo, naturalmente, no llego a todo), lo que hace de La razón en marcha un festival de la inteligencia.
El formato del libro de conversaciones, al que soy aficionado (¡inolvidables los muchos de Borges!), propicia una fluidez de las ideas, y de las conexiones y asociaciones, en verdad estimulante; con el regusto de que, por estar en la página, se trata de "vértigos fijados". Guiado por Valdeón, Ovejero hace un recorrido por su obra y los temas sobre los que ha reflexionado, como el nacionalismo (en especial el catalán, que disecciona dolorosamente), la deriva reaccionaria de la izquierda, la posibilidad de una izquierda verdaderamente progresista y otras cuestiones políticas, económicas, sociológicas, filosóficas y científicas de más envergadura. Habla también, en páginas inolvidables, de sus orígenes sociales, su infancia, su formación, sus estudios con Manuel Sacristán, su experiencia de Barcelona o los partidos de fútbol que juega desde hace años con un grupo de bolivianos. No quedan fuera su frecuentación de la poesía ni sus encuentros y encontronazos con el mundillo de la prensa. Ni queda fuera la que quizá sea su mayor devoción: la amistad. Precisamente dos de sus amigos firman el prólogo y el epílogo: Andrés Trapiello y Pablo de Lora.
Los autores me enviaron el manuscrito el verano pasado, en un viaje a Madrid, y conservo un recuerdo gozoso de la lectura. Ese julio la canícula era particularmente abrasiva y me encerré toda la tarde, en espera de una cita nocturna, en mi hotelito de la plaza de Oriente con vistas al Palacio Real. Pasé horas tumbado en la cama leyendo, con los visillos como láminas de oro y en la mesilla mi ventiladorcito portátil, cuyas aspas negras se conjuntaban con el motor de la razón en marcha, sacando notas poderosísimas.
Ovejero se merecía un libro así, que lo mostrara en su plenitud. Potente, exigente, erudito y, sobre todo, vivaz. Agudo y polémico. Maravilloso.
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