29.6.23

Espada y Padilla: conjunciones y disyunciones

El azar (o una secreta necesidad) me ha hecho leer en fechas cercanas dos libros que dan que pensar juntos: Vida de Arcadio, de Arcadi Espada (Península), y Vida y obra de Gabriel Maceli Campalans, de Javier Padilla Moreno-Torres (Lengua de Trapo). Son dos obras excelentes que se ocupan de la misma época, los años setenta y primerísimos ochenta, los de la Transición española. De algún modo, el tiempo que –no en el plano político, pero sí en el cultural y en el vital– quedó sepultado por la Movida: un tiempo la mar de interesante. Los dos libros hablan de historia, pero sobre todo de las vidas en ese tiempo.

Mantienen, por decirlo en términos de Octavio Paz, un interesante juego de conjunciones y disyunciones. La conjunción mencionada de la época. También la del país, España. La disyunción de las regiones (y las ciudades): Cataluña (Barcelona) en Espada; Andalucía (Sevilla) en Padilla. La conjunción del empeño biográfico, autobiográfico. La disyunción del método. Espada trata de aproximarse documentalmente al Arcadio que fue y que era una persona distinta del Arcadi de hoy: se dirige en segunda persona a ese Arcadio espectral para indagar en su vida. Padilla escribe en la primera persona de un personaje ficticio, su Gabriel Maceli Campalans, explícita referencia al pintor inventado por Max Aub, Jusep Torres Campalans (usa también la primera persona en su propio nombre, Padilla, en las notas al pie; Espada también lo hace cuando se refiere a sí mismo). Otra conjunción: ambas narraciones están abundantemente apoyadas en los testigos, que son (en la distinción de Padilla) entre hippies y progres.

La relación con la ficción es la disyunción mayor. Padilla se sirve de ella mientras que Espada, que la detesta, la excluye. El libro de Padilla en realidad podría calificarse de novela (eso que Espada llama despectivamente "atajo epistemológico"), aunque es una novela peculiar, con el aspecto de una gran crónica autobiográfica. Se sirve del ficticio Gabriel Maceli Campalans, "el hombre que estaba allí", caracterizado por su "omnipresencia e invisibilidad", para hablar de los movimientos contraculturales, sobre todos los musicales, de la Andalucía de la época: un sorprendente y abigarrado mundo, plural y riquísimo, del que solo se acuerdan los testigos. Padilla no deja de ser cuidadoso con los hechos (de su escrúpulo a este respecto quedó constancia en su primer libro, A finales de enero), pero ha preferido relajar el relato para darle una mayor vivacidad a la rigurosa documentación: lo consigue. También consigue proyectar una intimidad en el personaje que habla.

La intimidad estaría ausente de Vida de Arcadio, por el procedimiento empleado, si no apareciese la del actual Arcadi Espada: él es el que le habla a Arcadio en segunda persona, pero exhibiéndose en sus consideraciones. Cuando se interna en documentos privados de Arcadio, se advierte a sí mismo: "Voy con cuidado porque es ver follar al hijo". De este se revelan detalles admirablemente impúdicos, pero es la intimidad de Arcadi Espada la que leemos: en sus disecciones del hombre que ya no es. La reconstrucción biográfica tiene recompensas continuas para el lector: por sus reflexiones, agudamente analíticas, acerca de la vida, la historia y la política; además de otras de carácter filosófico, sobre la ciencia, el libre albedrío o la responsabilidad (que niega).

Un tema de ambos libros (conjunción) es la izquierda; pero (disyunción) en el de Espada se desenmascara su impostura (aplica el bisturí a su ideario, a su complicidad con el nacionalismo y a su mentalidad literaturizante) y en el de Padilla se añora su ingenuidad.

Haberlos leído a los dos ha multiplicado, enriquecido e intensificado mi experiencia. 

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