24.6.23

Alquimia del ventilador

[Dietario] 

'Sugar daddies'. En una comida familiar sale el tema de los sugar daddies. Un sugar daddy es un señor mayor que sale con una jovencita, a la que colma de regalos, y con frecuencia hasta se casa con ella. Mi sobrina Ana, la intelectual de la nueva generación, tiene una idea implacable sobre el asunto: "La joven pilla a uno escacharrao a ver si la espicha". 

Otra cosa. Día y medio en Madrid, con la excusa de la Feria del Libro. Citas que no cuento y un par de paseos solitarios. Tengo mis rituales, mis ritos de paso literalmente, para otorgarme a mí mismo una sensación de cotidianidad que salte por encima de los meses de ausencia. La impresión de siempre de que mi vida está allí. Lo que tengo en Málaga es otra cosa. 

Cuesta abajo. El descenso del Málaga parece haber inaugurado una era de reveses para la ciudad. Tener un equipo de fútbol no ya en segunda, sino por debajo de segunda, es impropio de una capital de primera. Casi en seguida ha venido la derrota por la Expo 2027, con lo que puede que se expanda el pesimismo; una sensación precipitada de cuesta abajo. Sobre la Expo yo tenía una postura contradictoria. Sé que a Málaga le venía bien, pero a mí me venía mal. Si de mí hubiese dependido, hubiera dicho que sí, claro. Pero para la vida que llevo prefiero una Málaga más discreta, más apagada. Para llevar una vida pessoana: esa vida que hoy tampoco podría llevar Pessoa en la pujante Lisboa. 

La ciudad. Del auge de Málaga me fastidia esta como obligación de posar feliz en las fotos. La ciudad te impone una dictadura de la alegría para la que uno no siempre tiene cuerpo. Ahora suelo acordarme del conocido poema "La ciudad", de Cavafis, que tenía colgado en la pared de mi habitación de estudiante en Madrid, no sé si para conjurar el destino o para confirmarlo. El final era terrible: "Siempre llegarás a esta ciudad. Para otra tierra –no lo esperes– / no tienes barco, no hay camino. / Como arruinaste aquí tu vida, / en este pequeño rincón, / así en toda la tierra la echaste a perder". 

La felicidad de las fotografías. Sin embargo, hay un misterio en las fotografías: en todas aparecemos felices. Aunque no lo fuéramos. En los últimos meses he tenido que revisar bastantes mías de los años noventa y en ellas estoy yo, o están mis seres cercanos, en un momento perfecto de felicidad que no se corresponde del todo con el recuerdo. Tal vez porque en las fotos estamos a salvo del tiempo. Fuimos rescatados de su curso en aquel instante preciso, que se quedó fijado. Y eso es causa de felicidad para los personajes, ya ajenos, de la fotografía. 

Museo del Jamón. Leo que en Madrid le hacen un homenaje al fundador del Museo del Jamón. Merecido homenaje. Cuando los malagueños llegábamos a la capital y nos encontrábamos con el Museo del Jamón, no nos lo podíamos creer: ¡qué gran idea! Solo echábamos de menos que no existiese también un Museo de la Gamba. Madrid no era el Museo del Prado, sino el del Jamón. 

Nuestro hombre en Oxford. Diéguez ha pasado un trimestre en la Universidad de Oxford y viene con un libro terminado y con ganas de alitas de pollo en el Tano. Estamos con él Irles, Arias, Toscano y yo. Deliciosa velada malagueña. Nos habla de la rutina oxoniense entre los colegas de su especialidad: filosofía de la ciencia, inteligencia artificial, transhumanismo, etc. A la una todos salen de sus cubículos y bajan a comer conversando. Socializan mientras mastican los sándwiches. A diario hay mesas redondas, ponencias y alguna vez la conferencia de un premio Nobel. Al atardecer Diéguez salía a darse un paseo y volvía a su apartamento a hacerse la cena. "Echaba esto de menos, chicos", dice ante las fastuosas alitas. 

Dylanitas. Cuenta Arias su viaje a Granada para asistir al concierto de Bob Dylan. Casi todos los dylanitas eran ya provectos carraspeantes, más para allá que para acá, como el propio Bob. La sala se iba llenando, pero quedaba un asiento libre. Ante la cada vez más llamativa vacante, Arias le comentó a su compañero de asiento (como él, uno de los pocos no ancianos): "No cabe descartar que entre el momento de sacar la entrada y el del concierto se haya producido el fatal desenlace". 

La Casa de la Cultura. Gabriel Albiac cuenta en La Malagueta que en sus años malagueños, de los diez a los diecisiete, iba mucho a la Casa de la Cultura. Yo también. Nos reíamos mucho de que, con ese nombre, la hubieran construido sobre medio teatro romano, pero era uno de mis sitios preferidos de Málaga. Me encantaba ir allí a leer. En aquel salón de arriba enorme, con el aire entrando por la ventana y las nubes pasando. Instantes que se han quedado flotando allí arriba, en el edificio que ya no existe. Al final el teatro romano le sobrevivió. 

Alquimia del ventilador. El ventilador transforma el calor en fresco, y además en fresco acariciante. Oro aéreo. 

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