[La Brújula (Zona de confort), 1:24:58]
Hola, querido Rafa Latorre. En España tenemos un problema politológico endiablado. Casi parece un koan, una de esas preguntas enigmáticas del zen sin aparente respuesta. Lo podríamos formular así: ¿Cómo se combate el trumpismo si aparece un Trump que dice ser antitrumpista, que es alto y guapo y se llama Sánchez? Nuestros politólogos han optado por no combatirlo, sino adherirse a él: son trumpistas antitrumpistas, como su pastor Sánchez. El electorado español, en cambio, sí parece haber encontrado una solución: no votarlo. El gran error de Sánchez ha sido pensar que le iba a resultar tan fácil convencer a los votantes como a los politólogos. En su ya tristemente célebre discurso del pasado miércoles al grupo parlamentario socialista, Sánchez habló de los Trumps de enfrente, cuando nuestro Trump es él. Y no solo nuestro Trump: él es también el que se disfraza de bisonte. Dijo unas cosas tan extremadas y tan irresponsables que me dieron miedo. Ningún presidente de la democracia se había colocado nunca ahí. Literalmente dijo: "Hablarán de pucherazo y de que hay que detenerme". Y evocó las "turbas enloquecidas asaltando el Capitolio". Es algo que, por supuesto, no va a pasar en España. Pero Sánchez, al en teoría prevenirlo, parecía estar alentándolo. Yo creo que tiene que ver con ese anhelo suyo de pasar a la historia del que han hablado algunas personas cercanas. Ya que no va a pasar a la historia como un gran presidente respetado por su pueblo, ahora fantasea con pasar a la historia como un presidente derrocado y detenido. Pero me temo que su salida del poder será tranquila y gris: tras unas tristes elecciones democráticas. La épica tal vez le aguarde cuando sea jefe de la OTAN. Ahí sí que puede pasar a la historia. Aunque, bueno, ya no quedaría historia.